La ciudad cambia. No deja de hacerlo. Sus habitantes, sus edificios, el urbanismo que la va definiendo: todo cambia. Unas veces para bien, otras para mal. Lo que es seguro es que conforme pasa el tiempo, su fisionomía es otra. Y no porque pase el tiempo sin más, sino debido, mayormente, a la acción que sobre ella llevan a cabo los poderes públicos y privados.

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