Hace casi veinte años, un joven Chema López (Albacete, 1969) irrumpía en la desaparecida Galería I Leonarte de València con una serie de cuadros enormes, en blanco y negro, dotados de una fuerza expresiva poco común. Mi yo de hace veinte años, sobrecogida por el impacto de aquellas pinturas, le entrevistaba para la sección de arte de la Cartelera Turia. Han pasado dos décadas desde entonces y Chema López no ha hecho más que consolidarse, durante todo este tiempo, como una de las voces artísticas más firmes y atractivas.
Visitamos su estudio, en las inmediaciones de las Torres de Quart, al que acudimos para conocer su guarida y ver cómo trabaja. También para que nos cuente que inaugura en breve en las dos sedes de la galerista Rosa Santos, Valencia y Madrid, en una inusual puesta en escena de dos exposiciones casi a la vez en dos ciudades diferentes. Lo han llamado Proyecto Sincrónico.
«No se nos ha ocurrido otro nombre mejor, es un poco “palabro” pero es lo que es: dos exposiciones que coinciden en el tiempo en los dos espacios que la galería Rosa Santos tiene, uno en la ciudad de Valencia y el otro en Madrid».
«Es la primera vez que lo hago y cuando lo cuentas cuesta un poco entenderlo. Lo habitual hubiera sido hacer, por ejemplo, la exposición en la sede de València y en unos meses o para la próxima temporada llevarla a Madrid. Estoy muy contento porque me ha permitido desarrollar el trabajo y abrir la idea inicial en dos direcciones que se complementan», explica.
El estudio donde pinta Chema López está en un bajo en el que lleva cerca de diez años. «En mayo tengo que renegociar el precio del alquiler y es posible que me tenga que cambiar. No siento especial apego, aunque reconozco que me da mucha pereza mudarme».
«Nunca he sido muy exigente con el espacio, puedo pintar en cualquier sitio mientras no tenga humedad, esté a menos de 20 minutos a pie de mi casa y pueda escuchar música, uno de los principales placeres de mi trabajo. El problema surge con la acumulación de obra con los años y el handicap del almacenaje».
«Hasta que nació mi hijo pintaba en casa, a pesar de que siempre he compartido piso. Al pintar en gran formato, y en las casas antiguas del barrio del Carmen en las que he vivido, con escaleras estrechas, se hacía fundamental el uso del balcón para bajar los cuadros».
El poeta Carlos Marzal explicó, una vez, que veía una bella metáfora de la creación en esa imagen de los cuadros de Chema López saliendo por las ventanas de su casa una vez concluidos. «Veo un emblema de la obra bien hecha. De la obra henchida que, de tanto crecer, de tanto extenderse, de tanto alimentarla ha llegado a sobrepasar las dimensiones de lo cotidiano y necesita salir al aire libre, marcharse por el mundo», escribió.
Chema López compagina sus clases en la Facultad de Bellas Artes con su trabajo en el estudio, «en un horario muy convencional desde primera hora de la mañana hasta cerca de las nueve de la noche. Eso sí, con un intervalo de dos horas, para volver a casa a comer».
«Me siento un completo privilegiado, primero por tener dos trabajos y segundo porque me gustan mucho los dos. Cuando empecé a dar clases ya llevaba 10 años dedicado exclusivamente a la pintura. Empecé muy joven a exponer, aunque vivía de pequeños encargos y trabajaba pintando para un decorador. Salir del estudio y tener otra tarea rutinaria, desneurotiza mucho. Me refiero a ese estar cociéndote constantemente en tu propio caldo. Y, lo más importante, te permite pintar sin la presión del dinero. Admiro mucho a los artistas que viven solo de su trabajo… a la intemperie».
«Por muy bien que te vaya, en este país, es prácticamente imposible vivir decentemente del arte y más teniendo en cuenta este encadenar crisis, una detrás de otra, en la que nos encontramos», apunta.
En tu trayectoria profesional has pasado por diferentes galerías, en una metáfora clara de cómo han ido las cosas por los espacios de arte de la ciudad. Un círculo que te lleva a empezar con Rosa Santos y, ahora, volver a ella.
He pasado por un gran número de galerías, casi todas de Valencia. La primera galería con la que hice una individual fue en 1991 con la galería Postpos, que dirigía una jovencísima Rosa Santos. De ahí pasé a My Name’s Lolita, luego a la Galería I Leonarte y después a Tomás Mach. Con Tomás me estabilicé durante bastante tiempo y trabajé muy a gusto, hasta que cerró. Valle Ortí recuperó algunos de los artistas que trabajábamos con Tomás, pero también decidió bajar la persiana con la crisis económica de 2012. Hasta, como dices, cerrar el círculo y volver con Rosa, con la que llevo desde 2014.
Cuánto tiempo te lleva tener listo este último trabajo y qué te hace saltar al color en esta serie nueva que presentas.
Alrededor de dos años y medio, lo habitual. Tenía necesidad de dar un giro a mi trabajo, ha sido poco a poco, paulatino. Pero lo que sí es cierto es que estas dos exposiciones son las primeras exclusivamente en color -y donde este es central- en mucho tiempo. He estado casi 30 años pintando en blanco y negro sin tener la necesidad de usar color, pero parece que ha llegado el momento (risas) ¡Vaya novedad que un pintor pinte en color!
Una de las constantes de tu arte es reflejar el abuso de poder y los engranajes perversos del sistema. Aquí también aparecen ambas. ¿Es un recurso infinito como infinitas son las injusticias sociales?
Sí, el tema no tiene límites y es cierto que siempre acaba estando presente de un modo u otro en mi trabajo. Siempre me ha fascinado la representación del poder, su doble cara, sus mecanismos de persuasión, manipulación y camuflaje, y cómo el arte ha sido fundamental en todo ello a lo largo de la historia.
Es increíble cómo determinadas ideas, construidas con imágenes, las asumimos e interiorizamos como naturales. Por otra parte, paradójicamente, es también a través de las imágenes como mejor se desmontan estos mecanismos y se visualiza su tendenciosidad.
El proyecto expositivo sincrónico para los dos espacios de la galería Rosa Santos, en Madrid y Valencia toma, como referentes, documentos nacionales de identidad, carnets de afiliación, permisos de residencias y otros certificados oficiales.
Chema López construye su obra alrededor de la historia de estos documentos que aparecen en varios territorios y momentos históricos, muchos de ellos surgidos con el objetivo de identificar, catalogar y segregar a distintos grupos sociales, afectados por la migración, el conflicto, la frontera, el viaje y el prejuicio. El estudio de Chema López y su doble tiro en Rosa Santos.
Carta de Quebrados. Galería Rosa Santos (València) 25/03 – 20/05. Carrasquer 1, València. Retícula Quebrada. Galería Rosa Santos (Madrid) 02/04 – 28/05. San Cosme y San Damián, 11, Madrid.