Las casas tradicionales de los pueblos valencianos comparten una arquitectura humilde pero cargada de sentido. Con una estructura reconocible —entrada para el carro, sala, habitación fresca, cocina y andana—, fueron concebidas para vivir, trabajar y convivir. Su valor reside en la repetición, la funcionalidad y la adaptación al entorno, construidas con materiales locales como cal, barro o cañizo, fruto del conocimiento transmitido durante generaciones. En este contexto se encuentra la Casa dels Estels, una vivienda situada en Albal (l’Horta Sud de València) que responde a este modelo y que ha sido rehabilitada por Endalt Arquitectes, el estudio creativo de los arquitectos Carles Rosaleny y Marcel·lí Rosaleny.
«Cuando hablamos de casas sencillas y discretas, pensamos enseguida en una imagen familiar: la de aquellas casas de pueblo que se repiten, con pocas variaciones, por todo nuestro territorio. Las encontramos en los pueblos de l’Horta de València, la Ribera, la Costera o la Safor, y todas comparten una misma estructura, una misma forma de estar en la calle y de organizarse en el interior. Son casas humildes, pero llenas de sentido, fruto de un saber acumulado y transmitido de generación en generación», explican los arquitectos al frente de este trabajo.
«Estas casas no son únicas ni originales. Y precisamente por eso tienen valor. Su fuerza reside en la repetición, en la normalidad, en haber sido pensadas como espacios para vivir y trabajar, para criar a los hijos, guardar la cosecha, recibir al vecindario o ver pasar la cabalgata y la procesión. No buscan destacar, sino encajar. Y lo hacen tan bien que, a menudo, pasan desapercibidas», apuntan.
Parece que los maestros de obra de la época trabajaban con una especie de decálogo compartido, «no escrito, pero ampliamente reconocido», que dictaba el orden de los espacios: entrada para el carro o la bicicleta, sala de estar, habitación fresca, cocina, acceso al patio y, en el piso superior, la andana para guardar, secar o criar. «Esta regularidad no era fruto del capricho, sino del sentido común: construir con lo que había, según lo que funcionaba, con un conocimiento que pasaba de mano en mano».
La rehabilitación del espacio que nos ocupa, la Casa dels Estels, no buscaba transformar, sino revelar: sacar a la luz una nueva vida sin romper con la anterior. Se trata de una arquitectura que escucha y acompaña, que prolonga el pasado con naturalidad y funcionalidad.
«En un momento en que el modelo de vivienda rural tradicional parece condenado al abandono o a la folklorización, proyectos como este demuestran que hay una tercera vía: vivir el patrimonio con normalidad, usarlo, hacerlo crecer. La Casa dels Estels no es una excepción, sino un ejemplo. Un ejemplo de cómo una casa sencilla y discreta puede volver a convertirse en un hogar lleno de vida», explican desde Endalt Arquitectes.
Los materiales
Las variantes materiales también nos hablan de la condición económica de cada casa. Algunas están hechas de ladrillo macizo, otras de mampostería de piedra y tierra y, muchas, combinan todo lo que se tenía a mano: tapial, muros de barro y cal, entramados de cañizo, madera de pino… Las cubiertas solían ser a dos aguas, con vigas de madera, travesaños y revoltones, o, en las casas más humildes, con cañizo y yeso directamente sobre las vigas. El revestimiento de la fachada, a menudo encalado, protegía y unificaba. En otros casos, se creaba un zócalo en la fachada de la casa, una solución que ofrecía protección y un cierto punto de distinción. La entrada para el carro, con sus dos puertas de madera, era otro elemento característico.
En este trabajo se busca una coherencia profunda con el entorno, con técnicas de la arquitectura vernácula y criterios de responsabilidad ambiental y sociocultural. Así, se recuperan morteros de cal, cerámicas, madera y ladrillos de barro del derribo. Estas últimas piezas de barro, extraídas de la cubierta desmontada, configuran ahora el pavimento del patio y el pasillo, «creando una auténtica alfombra histórica donde los dedos de los artesanos que las fabricaron un siglo atrás dejan una huella visible en la textura».
Y luego están las andanas: ese espacio en la planta superior, bajo cubierta, que era a la vez almacén, despensa, secadero y refugio. «Un lugar cambiante, que acumula polvo y memoria, y que hoy, en muchos casos, se percibe como un espacio lleno de posibilidades. En nuestras primeras visitas a casas para rehabilitar, la andana siempre es un lugar mágico, muchas veces lleno de cajas de recuerdos, de herramientas… De estos espacios, con permiso de las propietarias, a veces nos llevamos alguna pequeña pieza de cerámica o utensilio que guardamos en el estudio como recuerdo y testigo».
La casa
Las necesidades de las nuevas habitantes, grandes amantes de la cerámica de Sargadelos, aficionadas a la lectura y de marcado carácter mediterráneo, exigían una adaptación respetuosa pero decidida. «No se trataba de musealizar la casa ni de conservarla acríticamente, sino de recuperar su carácter esencial y, al mismo tiempo, hacerla habitable conforme a una forma contemporánea de vivir».
La casa debía seguir siendo sencilla y discreta, pero también luminosa, eficiente y confortable. Se optimizó la estructura existente, recuperando los elementos más nobles como vigas, revoltones, tapial, y abriendo nuevos huecos con criterio. Se redujeron los espacios de paso, mejorando la ventilación cruzada y la relación con el exterior. La andana, hasta entonces descuidada, se convirtió en un espacio vivo y versátil, con una pequeña ampliación y una parte de la cubierta elevada para ampliar sus posibilidades.
«La casa que encontramos antes de la rehabilitación era muy humilde. Hacía años que no vivía nadie en ella. Su mantenimiento, desde luego, no había sido el mejor. Esta situación nos obligaba desde el principio a plantear una intervención profunda, que implicaba la demolición de parte de los volúmenes existentes, así como parte de la cubierta principal, muy deteriorada por las humedades constantes en un forjado sin impermeabilización alguna. El conflicto, en este punto, era decidir hasta dónde llevar la demolición: cuánto se puede eliminar del edificio original sin perder su sentido».
Este límite nunca es objetivo; depende de una lectura atenta y respetuosa de los volúmenes existentes. «En nuestro caso, la demolición no fue sistemática, sino quirúrgica: eliminamos aquellos elementos que distorsionaban el conjunto con el paso del tiempo, o aquellos que, por razones constructivas o patológicas, impedían la intervención. En la Casa dels Estels, esto nos llevó a eliminar la pallissa, cuyas condiciones materiales no garantizaban su conservación. También se decidió derribar un volumen anexo al edificio principal, que contenía el único baño de la casa, un cuerpo que interrumpía la relación natural entre la zona de día y el patio, construido con materiales pobres y soluciones efímeras», explican desde Endalt.
«Este proceso de vaciado nos permitió recuperar la lógica volumétrica original y restablecer el diálogo entre el interior y el exterior, al tiempo que aparecían nuevas relaciones entre cuerpos construidos y vacíos. La luz, ahora, accede a espacios que durante décadas habían permanecido en sombra».
Seguramente sea ese último elemento, la luz, el que más condiciona el programa de la nueva vivienda. Gracias a esta limpieza volumétrica, el esquema funcional original adquiere una nueva vitalidad y se adapta a las exigencias actuales: tanto las normativas como las que derivan de la sensibilidad de una nueva generación. Así, aunque los espacios del volumen principal se conservan casi sin cambios notables, su significado se transforma por completo.
Las propuestas de Endalt buscan aportar soluciones contemporáneas sin renunciar a la tradición ni a los valores culturales y constructivos del territorio.
La entrada se mantiene en su lugar original, casi con el mismo ancho, pero ahora se aprovecha parte del espacio para insertar una escalera metálica diseñada a medida que recupera una gran piedra de rodeno que había en el patio y que, sin alterar la percepción del lugar, optimiza su uso. El salón sigue ocupando el corazón del volumen principal, protegido parcialmente por el forjado del piso superior, que conserva, como antes, una atmósfera recogida e íntima con uno de sus revoltones originales. La cocina también conserva su posición tradicional, en contacto directo con el patio, pero ahora se extiende a lo ancho de la parcela y se proyecta hacia el exterior con una bancada.
Ese pequeño espacio, esa media andana que antiguamente almacenaba la cosecha, estaba vinculada a un mundo rural, de gente de campo, que poco a poco se va perdiendo. Ahora, los oficios han cambiado, y el espacio, que antes servía al trabajo agrícola, recupera esa función laboral, aunque adaptada: donde antes se guardaba grano, ahora se guardan libros; donde antes se deshojaban mazorcas, ahora se corrigen trabajos, se escribe y se hacen cuentas.
«El cambio de uso de esta casa habla también de un cambio más profundo en nuestra forma de habitar y entender el mundo. Donde antes descansaban los animales —en las zonas más frescas y bajas, junto al patio o la pallissa, ahora se sitúa el dormitorio principal. Este gesto, más allá de su funcionalidad, encierra una resonancia poética: el espacio que acogía la vida compartida con otras especies se convierte hoy en lugar de descanso humano, como si la memoria de aquellos cuerpos que allí respiraban aún permaneciera, invitándonos a dormir más cerca de la tierra, del silencio, del origen».
Endalt Arquitectes vela por la reutilización de todos los materiales posibles.
El proyecto, explican Carles y Marcel·lí, pone especial atención en la reutilización de los materiales existentes y en la selección de soluciones constructivas de alta durabilidad. «Se construye desde el respeto, desde la raíz, pero con una mirada puesta en el futuro. No se trata sólo de habitar un espacio, sino de establecer una continuidad con el lugar, con la historia y con los ciclos lentos de la materia. Es una arquitectura que no impone, sino que escucha; que no exhibe, sino que acompaña». Una arquitectura que, como el barro y la cal, se adapta y perdura.
«Esta casa, como tantas otras, no pedía grandilocuencia, sino respeto. Respeto por lo que fue y por lo que puede seguir siendo. La rehabilitación, en este caso, no quiere transformar, sino revelar. Hacer emerger, entre muros antiguos, una vida nueva que no rompa con el pasado, sino que lo prolongue con naturalidad», concluyen los arquitectos de Endalt.
El estudio
Endalt Arquitectes es un estudio creativo fundado en 2017 por los arquitectos Carles Rosaleny y Marcel·lí Rosaleny, ambos titulados por la Universitat Politècnica de València. A lo largo de su formación han participado en diversos workshops internacionales con escuelas como la Central Saint Martins de Londres, la Universidad Técnica de Viena o la Facultad de Arquitectura de Ljubljana, experiencias que consolidaron una visión crítica, abierta e interdisciplinar de la arquitectura.
El estudio combina experiencia en los campos de la arquitectura, el diseño gráfico y la escenografía, con propuestas que buscan aportar soluciones contemporáneas sin renunciar a la tradición ni a los valores culturales y constructivos del territorio. Su arquitectura pone en el centro a las personas, entendiendo cada proyecto como un proceso de diálogo entre cliente y equipo, y trabajando desde valores como la racionalidad, la sostenibilidad, el respeto al entorno y la verdad constructiva.