Miguel Arraiz en el Burning Man: el fuego que une Valencia y el desierto de Nevada

12 julio 2025

por | 12 julio 2025

El arquitecto Miguel Arraiz es el primer español (y profesional de habla no inglesa) que lidera la construcción del templo del Burning Man, el festival de arte efímero que se celebrará a finales de agosto en el desierto de Black Rock, en Nevada (EEUU). 10.000 kilómetros separan este lugar de Valencia, ciudad de Arraiz, pero el Burning Man y Las Fallas, a las que el arquitecto también está vinculado, comparten, pese a la distancia, algo tan ancestral como esa filosofía de quemarlo todo. En la otra punta del mundo del universo fallero, concretamente en medio del desierto, una escultura de un hombre en llamas arde cada verano con ocasión de este encuentro neohippie en el que miles de personas conviven con sus propias reglas, basadas en la autosuficiencia y el respeto.

El Burning Man es un evento anual que se originó en el solsticio de verano de 1986 como una fiesta en la playa organizada por un grupo de amigos. Fue allí cuando, por primera vez, prendieron una estatua de madera de 2,4 metros de altura como parte de un ritual. Unos años después, en 1990, el encuentro fue planeado en un lago en el desierto de Nevada. Y hasta hoy.

Esta cita reúne a miles de personas que siguen a pies juntillas una de las características definitivas del festival: su modelo de sociedad alejado de las marcas y los imperios comerciales. En este lugar no hay establecimientos y no se puede comprar nada con dinero.

Para asistir al festival, y no morir en el intento, los asistentes deben llevar todo lo necesario para subsistir durante una semana en ese entorno geográficamente hostil, teniendo en cuenta que la gasolinera más cercana se encuentra a 40 km de Black Rock City. Esto implica planificar cuidadosamente la alimentación, el agua, el alojamiento y el transporte. El festival, este año, será del 24 de agosto al 1 de septiembre. En la guía de supervivencia, que se incluye con la entrada, se especifica que no se puede entrar al Burning Man con explosivos, armas de fuego, rifles o pistolas de paintball ni láseres portátiles; nada que se rompa con el viento, plantas vivas o muertas, scooters, motocicletas, animales, vehículos no registrados y, atención, polizones.

El templo que construye Miguel Arraiz es el lugar donde los participantes del Burning Man harán su duelo. Este edificio, que es el último en arder la última noche del festival, se llena durante esa semana de fotos, objetos y todo tipo de recuerdos de las personas que hacen un duelo. Por una muerte, por el fin de una época, por un amor. Por lo que sea.

Fotografía de una edición anterior del Burning Man.

Recreación, hecha por Arqueha, de cómo será el templo proyectado por Miguel Arráiz.

Charlamos con el arquitecto, artífice del templo central del evento, sobre la odisea de levantar semejante proyecto de construcción efímera extrema gracias al trabajo de cientos de voluntarios y sobre las peculiaridades que rodean al Burning Man.

El arquitecto Miguel Arraiz.

«La mayor dificultad ha sido el poco margen de tiempo para todo lo que había que organizar», explica Miguel Arraiz. «El concurso se resolvió el 18 de diciembre, y en enero ya estaba en California, dejando mi trabajo y la casa que tenía en Valencia. En apenas dos meses hubo que montar el equipo de voluntarios y encontrar un espacio para construir el templo, algo mucho más complejo de lo que imaginaba». Conseguir una nave, apunta Miguel, fue especialmente difícil: la Bahía de San Francisco ha sufrido un fuerte proceso de gentrificación, y tras varios accidentes pasados, la normativa para espacios de trabajo se ha endurecido muchísimo. «Al final, logramos un gran espacio en Oakland, pero no fue hasta finales de marzo».

La nave en Oakland donde Arraiz y su equipo están construyendo el edificio Temple of Deep.

La comunidad que rodea al Burning Man y al templo es generosa y muy comprometida. «Afortunadamente, el equipo humano ha sido increíble. Sin ellos, este proyecto sería imposible. Nos apoyan a todos los niveles: logística, construcción del campamento, gestión de voluntarios, prensa… Incluso en la complejísima tarea de la financiación. Porque, aunque Burning Man aporta 150.000 dólares, el coste real del proyecto ronda los 750.000 en cash. Todo esto gracias a que nadie cobra por su trabajo: el valor real sería mucho más alto», explica el arquitecto.

Actualmente fabrican hasta ocho piezas a la vez, con turnos de entre 70 y 80 voluntarios cada fin de semana. «Muchos no tienen experiencia previa con la madera, así que organizamos formaciones en el propio taller, de manera que todo el mundo pueda participar, independientemente de su perfil técnico». Lo mejor de esta fase es ver cómo se crea comunidad, explica. «Cada semana repite gente, se generan vínculos, se respira un ambiente familiar. Se ha unido gente que ha participado en templos anteriores con un grupo maravilloso de españoles y personas de muchas otras nacionalidades».

El arquitecto Miguel Arraiz durante la fase de construcción del templo para Burning Man.

Cuentas con más de 400 voluntarios. ¿Coordinar, como arquitecto, todo ese potencial es un trabajo más complicado de lo que esperabas?

«Coordinar a tanta gente es muy complejo, pero hemos conseguido organizarnos de forma casi profesional, pese a ser un proyecto 100% voluntario. Contamos con un sistema de leads o responsables por áreas, lo que nos permite funcionar con cierto orden dentro del caos», apunta.

Lo más difícil es la gestión emocional y humana. «Hay muchas personalidades diferentes y situaciones de tensión, pero estamos aprendiendo mucho unos de otros. Se ha generado una mezcla muy interesante entre la forma española de trabajar en comunidad —mi experiencia en Valencia con la Capital Mundial del Diseño, las fallas o el propio Burning Man en 2016— y el modelo americano de gestión de obra. Es un aprendizaje mutuo, y lo estamos llevando con bastante armonía».

Explicabas hace unos meses que este proyecto se sostiene gracias al mecenazgo. ¿Cómo se consigue ese mecenazgo si, después, no se puede publicitar nada en el festival porque está prohibido? Convence a los mecenas del mundo y nos cuentas el secreto.

«Contar el secreto del fundraising en Estados Unidos no es fácil… pero si algo tienen aquí en su ADN es la filantropía. Hay una cultura muy enraizada de apoyar causas colectivas y artísticas», explica Miguel Arraiz.

«Mi enfoque ha sido no ir directamente a pedir dinero. Primero quiero transmitir el valor y la filosofía del proyecto. Se trata de generar alianzas que vayan más allá de esta edición. La relación entre Valencia y Burning Man lleva ya 11 años, y esto no es un punto final, sino un punto de inflexión. Mi objetivo es construir relaciones a largo plazo con instituciones y empresarios que compartan esa visión. Muchos lo están entendiendo y estamos empezando a construir algo más sólido. A mi regreso, espero poder canalizar toda esa energía también hacia Valencia, porque esta aventura es una gran oportunidad para la ciudad».

¿Cómo estás viviendo esta incursión en el festival con respecto a la que hiciste en 2016?

«En 2016 participé desde España y fue algo mucho más puntual. Ahora el nivel de implicación es total: vivo aquí, construyo con la comunidad de Burning Man y gestiono todo desde dentro. Además, el Templo es una estructura muy especial dentro del festival: es el alma del evento, su espacio más simbólico. La repercusión y el nivel de compromiso emocional son infinitamente mayores. Estoy viviendo una experiencia mucho más intensa y transformadora».

¿Cómo se prepara uno para el proceso que será el montaje del templo durante 15 días peleando con tormentas de arena y a más de 40 grados? Construir en el desierto es de las circunstancias más hostiles que se me ocurren para hacer arquitectura.

«Uno nunca está del todo preparado para algo así. Pero me da tranquilidad saber que este es un proyecto de la comunidad, financiado y construido por ella. Eso significa que cualquier resultado será fruto de un esfuerzo colectivo. El montaje en el desierto lo haremos más de 150 personas. Ya estamos elaborando los planes de trabajo, calculando tiempos y previsibles contratiempos. Es como organizar una expedición al Everest: todo tiene que estar previsto, porque las condiciones climáticas y logísticas son realmente extremas. Pero también hay algo profundamente emocionante en ese reto».

Una de las habituales tormentas de arena del desierto de Nevada.

Háblanos de tus colaboradores valencianos: el artista fallero Manolo García, Banjo, y los arquitectos Javier Bono y Javier Molinero en el diseño del templo.

«La colaboración valenciana ha sido imprescindible. El proyecto técnico del Templo lo hemos desarrollado principalmente entre Javier Bono, Javier Molinero y yo, con el apoyo en la parte estructural de Josep Martí y la ayuda fundamental de Elisa Moliner, una gran amiga que se ha sumado al equipo en un momento clave».

En la imagen superior, el arquitecto Javier Molinero, uno de los colaboradores valencianos en el proyecto, junto a Miguel Arraiz.

Los arquitectos Javier Molinero y Javier Bono, quienes han colaborado en el diseño del templo.

«El artista fallero Manolo García ha aportado ya su granito de arena y vendrá, con un equipo de cuatro artesanos, a construir in situ la pieza central del evento, algo que es un sueño. El reto, como siempre, es económico: se trata de un gasto añadido dentro de un proyecto que aún no cuenta con toda la financiación cerrada. Pero confiamos en que desde España se entienda que esta es una oportunidad que no se debería dejar escapar».

«También cuento con colaboradores habituales como Iván Llopis, de Banjo, con quien ya he trabajado antes y se está ocupando del desarrollo sonoro dentro del templo. Y, por último, está Carolina López de Pretzel, que nos está ayudando muchísimo en toda la gestión comunicativa y de eventos. Todo esto está siendo una gran alianza entre Valencia y la comunidad del Burning Man».

Tu templo evoca las rocas volcánicas del desierto de Nevada y está a cuatro horas en coche de la población más cercana. ¿Cómo explicas al ajeno que el encuentro es algo más que una rave gigante, con su ceremonial litúrgico, lisérgico y hippie?

«Es difícil de explicar sin vivirlo. Burning Man no es una fiesta: es una ciudad efímera construida colectivamente, con una profunda carga simbólica, artística y espiritual. El Templo representa esa dimensión como ningún otro espacio dentro del festival», explica.

«Durante toda la semana, miles de personas entran en silencio, dejan mensajes, fotos, cenizas, cartas… Es un espacio de duelo, de liberación, de recuerdo. Y al final, el último día, se quema todo. Es un ritual colectivo profundamente humano, que trasciende lo racional. Nada más lejos de una rave», puntualiza Miguel Arraiz.

«Es cierto que en los últimos años, especialmente durante el fin de semana, han llegado muchos influencers que, sin entender el trasfondo del evento, comparten imágenes fuera de contexto que distorsionan la percepción de lo que realmente ocurre en Burning Man. Pero el Templo sigue siendo ese lugar que a todos nos iguala y nos une. Allí confluyen el dolor, la memoria y la parte más vulnerable y humana de nuestra existencia, con una intensidad difícil de describir».

Conceptualización y dibujos de lo que será el edificio del templo, que evoca una roca volcánica del desierto que se rompe en pedazos, «como el corazón durante un duelo», pero que se recompone formando esa suerte de escultura gigante, como ocurre con la tradición japonesa del kintsugi que repara con oro la cerámica rota.

Miguel Arraiz junto a uno de los voluntarios.

Todo el trabajo de construcción de la pieza central del Burning Man se desarrolla en la nave de Oakland hasta el momento de tener que transportar todas las piezas de madera hasta Black Rock.

Foto de grupo de algunos de los cientos de voluntarios que trabajan en el proyecto arquitectónico efímero que arderá en el desierto de Nevada.

Has dicho que el Burning Man es, para ti, el Olimpo de la arquitectura efímera. ¿Qué te espera después de este reto? 

«Ahora mismo estoy completamente centrado en llegar con todo listo al desierto. Pero sí siento que este proyecto marca un punto de inflexión. Me gustaría seguir explorando esa intersección entre arte, arquitectura, comunidad y ritual. Y que este Templo sirviera como catalizador de nuevas colaboraciones internacionales. Pero sin perder nunca el vínculo con Valencia, ni con esa cultura de colectividad y fuego que llevamos tan dentro», apunta.

«Y sobre todo, me encantaría que mi ciudad viera en este proyecto una oportunidad para conectar —por fin y a lo grande— con la otra gran capital del fuego que es Burning Man. Sería una colaboración natural y transformadora», concluye.

Fotografía: Michael Fox. Portada: imagen por satélite del Burning Man en la edición de 2023 (Maxar Technologies).

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