La historia del diseñador Fernando Ortuño une, en el mismo párrafo, varios temas de mucha actualidad: un estudio de diseño devastado por la dana, cómo superar esa situación, plantearse empezar en un nuevo espacio a los 56 años, escoger un lugar del Centro Histórico arrebatándole el hueco a otro apartamento turístico y, por si fuera poco, apostar por hacer barrio desde un bajo a pie de calle con la intención de que sea algo más que un lugar de trabajo. La calle Alta, en el tramo que va del antiguo refugio antiaéreo hasta el cruce con la calle Na Jordana, en el Barrio del Carmen de València, opone una cierta resistencia a ser reducido a un decorado turístico. Hay pequeñas tiendas, alguna agrupación social y en los edificios viven, mayoritariamente, vecinos. En uno de los bajos de esa calle histórica ha abierto Fernando Ortuño su estudio.
«Cuando pasó la dana, nuestra primera preocupación era que nuestra hija pequeña, tras haber pasado parte de la adolescencia con el encierro del Covid, no sufriera un segundo encierro con la desgracia que nos asoló. Le dimos un abanico de opciones y ella escogió irse a vivir temporalmente a casa de mi hermano, donde estuvo un poco alejada de lo que ha sido vivir estos meses en l’Horta Sud». El estudio de Ortuño estaba físicamente en Benetússer, otra de las localidades del cinturón sur de València que fue arrasada por la fuerza del agua. Allí compartía espacio con la ilustradora Cristina Durán y el también dibujante y guionista Miguel Angel Bou, Premios Nacional de Cómic 2019.
El diseñador, que había visto como quedaban destrozados 37 años de estudio en cuestión de horas, recibió el ofrecimiento, «absolutamente generoso», de otro grande, el diseñador Daniel Nebot (también Premio Nacional, pero de Diseño, en 1995), para instalarse en su estudio frente al Almudín, donde Fernando ha estado cerca de siete meses, «han sido como hacer un máster», apunta el diseñador. «En ese momento me reencuentro en cierta manera con la ciudad, pues yo soy de aquí pero me fui a vivir a Massanasa por amor hace 17 años. Este es mi barrio de adolescencia, aunque en sentido estricto nací la Finca Roja, este es mi sitio. Así que me dije, voy a buscar algo por aquí, aunque sin ninguna esperanza de encontrar nada porque madre mía los precios», explica Ortuño.
Un hueco en la gentrificación
«Buscando, tuve la inmensa suerte de encontrar este bajo, totalmente de origen y nunca utilizado, en un edificio de vecinos. Fue verlo y tener claro que tenía que ser nuestro. Pagué una señal para que la inmobiliaria no lo enseñara más y decidí que era el sitio perfecto», explica. «Tengo el Centro del Carmen aquí al lado, aunque ahora no trabaje con ellos por motivos ideológicos más suyos que míos; tengo al lado el Museo de Etnología, con el que trabajo habitualmente, es una maravilla hacerlo; detrás está el IVAM, con el que ya he trabajado y espero hacerlo más; y muy cerca, el MuVIM, con el que espero entablar relaciones pronto. Estamos justo en el epicentro de la gran mayoría de museos y centros culturales y también, un poco, nos instalamos con la idea de que el estudio no sea solamente un estudio. No sé hasta dónde va a llegar esa intención porque es un sueño que siempre he tenido: es un estudio, no es una galería, pero bueno me gustaría que se convirtiera un poco en un punto dentro del barrio donde pasen cosas interesantes: presentaciones de libros, tertulias, conciertos clandestinos… dar vida».
«Los barrios de nuestras ciudades tienen una parte maravillosa y otra parte que es muy triste, y es que, habitualmente y de forma cíclica, llega el momento de la degradación. Cuando eso pasa, el sector de la cultura acude, porque somos bastante precarios y es el único sitio donde se puede mantener una estructura por un precio razonable. ¿Qué pasa? que cuando se empieza a llenar de creativos comienza a haber movimientos y una oferta interesante para la gente, se pone de moda y entonces, de una forma lenta pero imparable, se gentrifica. Lo vimos en el 2000 en el Meatpacking District de Nueva York, por ejemplo, un barrio donde no quería vivir nadie porque olía a carne y míralo ahora. Ha pasado en todas las ciudades: los precios suben y a los profesionales nos expulsan porque, generalmente, ya no podemos aguantar el tirón inmobiliario, a lo que se suma la gentrificación. En esta calle estamos bien, tiene un punto de resistencia, de barrio, pero creo que también debemos hacer un esfuerzo colectivo por volver, lo que pasa es que para eso quizá también haría falta que los propietarios se den cuenta y asuman su parte. Hay mucho movimiento de no querer más pisos turísticos, pero también tendrían que hacer un esfuerzo los dueños de los bajos que no quieran que su barrio se convierta en un decorado turístico controlando las rentas de alquiler», apunta.
A pie de calle como terapia
«Estar en este lugar me ha ayudado muchísimo a recuperarme de este año, que ha sido complicado y muy duro, yo no sé muy bien cómo definirlo. Nos ha puesto una prueba muy muy muy compleja, bueno y sigue, porque por desgracia el agua no tenía culpa de nada, el agua únicamente estaba reclamando su sitio y quien tiene la culpa de la mala gestión sigue campando a sus anchas en vez de estar en la cárcel, pero bueno, espero y tengo mucha confianza en la labor de la jueza de Catarroja. Se acerca el primer aniversario de la desgracia y espero que la calle reviente de gente, aunque no tengo mucha esperanza. La penúltima concentración en Catarroja fue una cosa reducida, muy emotiva, se sufrió mucho ese día porque fue una manifestación muy hacia adentro, no fue de chillar de rabia, fue un encuentro muy íntimo con las familias de las víctimas mortales».
Diseñar exposiciones
El estudio de Fernando Ortuño se ha especializado en el diseño de exposiciones. Antes, el diseñador pasó por alguno de los estudios de interiorismo más representativos de la ciudad en los años 80 y 90 y también por el departamento de diseño de empresas privadas hasta que, en 1998, montó su propio estudio. Procedente de una familia vinculada a las artes plásticas y escénicas, el tránsito del interiorismo al diseño de espacios de arte llegó casi de una forma orgánica. «Me acuerdo que llamé a Román de la Calle y le dije quiero diseñar exposiciones; Es una profesión muy poco reconocida, me respondió, pero adelante. A día de hoy lo sigue siendo, de hecho nosotros, en este momento, somos el único estudio de diseño expositivo abierto a la calle y de los pocos que se dedican a esto».
«Poco a poco hemos ido haciendo nuestro camino, y ha sido a base de hacer nuestro trabajo con una rigurosa profesionalidad trasladando la parte más pragmática del interiorismo, es decir, la parte de mediciones, planos, centímetros, milímetros… la parte más técnica, a un mundo donde la técnica, hasta hace no mucho, entraba poco. Yo me daba cuenta que las primeras veces que hacía exposiciones y presentaba un proyecto expositivo donde cada cosa ya estaba en su sitio y donde a la hora del montaje, había un plano donde estaba absolutamente acotado y donde existía una memoria de producción y montaje exhaustiva propia de nuestro trabajo técnico y proyectual el cual materializaba todo nuestro trabajo creativo, eso era novedoso».
Algunos ejemplos del trabajo de diseño expositivo realizado por el estudio de Fernando Ortuño, concretamente en la Sala Ferreres del Centre del Carme Cultura Contemporània.
«Antes de la entrada de los estudios de diseño en una exposición pasaba que, si tenías suerte, el comisario sabía algo pero, generalmente, no tenían ni idea de lo que era el diseño de una exposición. Y eso que no es una cosa nueva, el diseño expositivo es una práctica que existe desde que existen las exposiciones, una teoría y un bagaje que trata de entender lo que quiere el comisario, trata de entender el discurso expositivo, y ve cómo todo eso al final es la base conceptual de la exposición, ese es el imprescindible trabajo del comisario, y nosotros, los diseñadores, somos los que tenemos que ser capaces de coger el espacio, coger toda la intencionalidad del comisario y hacer que todo encaje perfectamente para que el público, cuando entre, lo disfrute. En esta profesión, para mí, el último receptor es el visitante».
«El ensayo de Brian O’Doherty “Dentro del Cubo Blanco” [1976], narra una época del diseño expositivo muy importante y no creo que esté obsoleto, solo inconcluso porque, evidentemente, el arte ha seguido evolucionando técnica y conceptualmente, pero hay una cosa que dice que para mí es importantísima: al entrar a una exposición lo más importante es salir con más preguntas de las que teníamos cuando entramos. Una exposición te tiene que interpelar, si tú sales de una exposición sin ninguna pregunta, o habiéndote respondido todas las preguntas que tenías cuando entraste, es que algo no está funcionando. Al final, el arte y la cultura lo que tienen que hacer es interpelarnos a las personas para que nos replantemos la sociedad, a nosotros mismos, a nuestras familias, nuestra convivencia: que nos replanteemos si esto es lo que queremos, esa es la función del arte».
Arte de cercanía
Defensor a ultranza de la itinerancia de las exposiciones para acercar el arte a los lugares más alejados de las capitales, Fernando Ortuño está muy orgulloso del trabajo realizado desde su estudio para el diseño de la exposición itinerante de la Colección de Arte Contemporáneo de la Generalitat Valenciana. «Tiene un punto que para mi es esencial y es que la población de sitios como Aielo de Malferit, por ejemplo, pueda ver arte contemporáneo sin moverse de su pueblo. Ya está bien de que el arte contemporáneo se centralice solamente en las capitales, aquí siempre estamos hablando del centralismo de Madrid y le tenemos mucha manía, yo por lo menos particularmente, pero al final caemos en el mismo cliché. El arte debe circular, debe itinerar, y las exposiciones no se hacen habitualmente con ninguna intención de este tipo de itinerancia», explica.
Diseño expositivo realizado por Fernando Ortuño para la exposición comisariada por Juli Capella en el Centre del Carme durante la Capitalidad Mundial del Diseño de Valencia en 2022.
«Ver arte no es un derecho exclusivo de la gente que vivimos en las capitales. Yo tengo un cariño especial a muestras que hemos hecho en Elche, Alcira, Santa Pola… un montón de pueblos que tienen pequeñas salas donde se pueden hacer cosas muy interesantes, pero hace falta que evidentemente alguien mueva y ayude a esos ayuntamientos a que eso ocurra». Fernando Ortuño es crítico con los gobernantes. «En esta ciudad, con el innegable giro político cultural que se ha dado, hemos pasado de vivir en una especie de oasis en medio del desierto, porque veníamos de un desierto muy árido, un oasis de posibilidades de hacer, con facilidades, y de dar músculo a un tejido cultural que, no olvidemos, conlleva aparejado un tejido económico brutal. Estamos hablando de un sector económico local que está siendo ninguneado frente a empresas de fuera de nuestro territorio que revientan precios a cambio de una calidad pésima, o sea, que es como si no existiera este sector económico local, como si el sector económico de cercanía no fuera con ellos. Hemos pasado una época donde hemos trabajado muy a gusto mucha gente y cuando se trabaja con un buen equipo los resultados son excepcionales».
Abierto Valencia para estrenar el estudio
La apertura del nuevo taller de Ortuño estaba prevista para antes de verano, pero por temas de obra al final se ha venido septiembre encima. «La primera quincena de septiembre es prácticamente inoperativa porque todo el mundo está muy recién llegado y aterrizando, no me parecía el momento de hacer nada. ¿Qué pasa en la segunda quincena de septiembre? pues que está Abierto Valencia y están todas las actividades relacionadas con el diseño. Al certamen de Abierto Valencia lo veía conectado con nuestro trabajo, entonces se me ocurrió una idea: nosotros somos diseñadores de exposiciones, pues vamos a pedir a tres amigos que nos dejen piezas suyas, organizamos una exposición y la tenemos lista para el día de la inauguración, el 25 de septiembre. Estamos montando una pequeña muestra de lo que nosotros hacemos profesionalmente».
Las tres personas que exponen piezas son de Edu Comelles, Rebeca Plana y Anya Krakowski. «La obra de Anya, por ejemplo, surge de una reflexión sobre el barrio y la muralla, con tres piezas volumétricas dentro de lo que es la geometría urbanística del barrio que me parecen fantásticas. Las otras dos piezas son dos fotografías donde aparecen unas manchas doradas, esos triángulos dorados, que son de arena de la playa de las Teresitas que el Estado había robado del Sáhara y la artista, ahora, lo utiliza como un elemento de denuncia. Anja tiene una conexión muy directa con el pueblo saharaui y ha querido hacer un acto de justicia, ‘ellos robaron, yo les robo y lo convierto en arte’», apunta.
Comelles, «uno de mis mejores amigos», ha montado una escultura sonora que juega con la frecuencia de vibración de la superficie y hace que el cristal del local vibre con el sonido. «En este caso ha generado una pieza que hace cantar el vidrio como se hace cantar las copas, es la paradoja esa de cerrar el círculo de que lo que estará sonando esté sonando a través de una vibración, que estamos transmitiendo al mismo material con el que se ha producido la pieza sonora, buscando ese juego metafórico conceptual y de reflexión sobre lo cíclico».
«Por otro lado, la pintura de Rebeca, para mi es una de las expresiones abstractas actuales que mas me gustan, suele trabajar con capas superpuestas, filtros sobre filtros que esconden y dejan ver las técnicas utilizadas y la profundidad de su trabajo, me encanta», explica señalando la obra de la artista que ocupa gran parte de una pared del estudio. Su idea es, sin dejar de ser esencialmente un estudio de diseño, acoger también alguna iniciativa cultural paralela.
Un local honesto
Cuando tomaron posesión del local, Fernando se encontró con un espacio que había sido almacén de materiales y poco más. En función de las ayudas postdana que consiguieron, abordaron la intervención en el espacio. «La decisión que tomamos, a nivel de interiorismo, fue que íbamos a ser honestos con el material. A mí, la cerámica y el ladrillo me han acompañado toda mi vida porque yo he vivido muchísimas obras y las he visto miles de veces en ladrillo puro y duro. El ladrillo ya es un material por sí mismo, y ese lenguaje de la honestidad material es el que hemos elegido dejar. Terrazo devastado en el suelo y bovedilla de hormigón en el techo. El ladrillo es fantástico pero tiene una connotación cromática que es compleja, así que decidimos que íbamos a poner un par de paredes de pladur pero también desnudo, sin pintar, con sus manchas blancas de masilla y con su color gris», explica.
Ortuño se siente muy identificado con el local, con esa desnudez y esa honestidad, que ha rematado con una puerta en la fachada con una carpintería de hierro diseñada íntegramente por él «con un gran cristal que haga también de frontera pero que permita ver. Yo siempre he trabajado en primeras plantas, no había descubierto mi faceta exhibicionista hasta que estuve en el estudio de Dani Nebot (rísas)».
La fachada del estudio tiene, en la parte inferior, un panel luminoso con un mensaje. «Nos planteamos poner ‘Un negocio más, un airbnb menos’; ‘Tourist go Benidorm’, –explica Fernando– pero, de momento, seguirá ‘Free Palestine’».
«Estamos en el epicentro de lo que nos interesa, que es el mundo de la cultura, y estoy convencido de que está en riguroso peligro en este momento, pues bueno vamos a hacer algo nosotros, que no somos nadie, pero vamos a intentar poner nuestro granito de arena con este nuevo espacio, que es una aventura. Aunque tengamos el bagaje que tenemos y 37 años de profesión, la verdad es que yo estoy como un niño con zapatillas nuevas, estoy casi tan ilusionado como cuando salí de la escuela, te lo digo en serio, para mí esto ha sido una inyección absoluta de ganas de seguir peleando y no solo por el estudio», concluye.