La aproximación de Julio Balaguer a la realidad a través de la fotografía nos sumerge en la atmósfera de un distrito valenciano con tantas capas de historia urbana como el de La Saïdia. La suya es una mirada que, sin la necesidad de seguir ninguna directriz, le permite enfocar libremente y captar lo que le rodea como si se tratara de un minucioso ‘levantamiento fotográfico’. Mirar a través de un objetivo siempre supone una elección. Y la de Julio Balaguer es la de fotografiar con ánimo documental, para entender, pero con una estética y un formalismo.
Sus fotos nacieron en el impulso de salir a la calle tras el confinamiento obligatorio por la crisis sanitaria de la pandemia de 2020. Él hacía los ansiados paseos perimetrales, a un kilómetro del domicilio como recomendaban las autoridades, y fue en aquellas salidas por su barrio cuando decidió hacer fotos, primero de forma más improvisada y luego, poco a poco, de forma más sistemática y premeditada. Al impacto visual inicial le siguió el interés en conocer el porqué de esa formulación urbana tan extraña. Al interés fotográfico se sumaron las investigaciones en diferentes libros y archivos para conocer las razones de las diferentes texturas y temporalidades de esas calles.
Poco a poco fue construyendo un buen fondo de documentación urbana donde iba retratando los procesos de transformación de la parte de la ciudad que él habita, que fue originariamente un territorio de huerta como así lo atestiguan los nombres de las calles. La alta densidad de alquerías también da pistas de todo aquello. Y algunas de ellas, como nos describe el autor Carles Fenollosa en su relato sobre Bernat Guillem de Valleriola, eran un entorno de expansión vital para la nobleza más alla de las murallas medievales de Ciutat Vella.
Cronológicamente, luego vendrían las industrias, con sus fábricas y naves, que perduran hoy en día, y la masiva construcción de viviendas para acoger a aquella mano de obra nueva en la ciudad. El retrato actual de La Saïdia que vemos en las fotos de Julio Balaguer está configurado con un poco de cada una de esas capas de su rica historia más un mucho de tráfico rodado, algunos jardines bastante dignos, otros menos, y un escaso arbolado callejero, como recuerda el arquitecto Carles Dolç en su texto para el libro.
La fotografía de Julio Balaguer encuentra en la ciudad uno de sus temas recurrentes. Ya lo demostró en su anterior publicación, «79·80·81: Vidas circulares«, con imágenes tomadas en las rutas de las líneas de autobuses urbanos de la ciudad de València, donde la presencia humana en aquella ocasión era constante, cosa que no ocurre en «Des del cel a l’abisme. La vida entre Marxalenes i Trinitat».
En este volumen, que se desarrolla en un distrito que atrapa de por sí la atención desde el punto de vista académico e histórico, Balaguer lo que hace es una observación fotográfica que tiene como hilo conductor las calles de los cinco barrios: Trinitat, Morvedre, Sant Antoni, Marxalenes y Tormos. Con su evolución geográfica en toda la plenitud del término.
Dice en el libro Juan Pedro Font de Mora, librero de Railowsky y experto en fotografía, que quizá, de los referentes más cercanos, el que más se aproxima a la obra de Julio Balaguer son las fotos que José María Azkárraga y Juan Peiró reunieron en el volumen «Renta limitada», la serie documental que reflejaba edificios construidos en Valencia en la posguerra para acoger a la creciente población que llegaba del campo a la ciudad. Muchos de esos edificios comparten filosofía con los retratados por Balaguer en su libro.
En «Des del cel a l’abisme. La vida entre Marxalenes i Trinitat» el barrio sale desnudo, con una fotografía que invita a la reflexión sobre las calles reales de cualquier ciudad. En sus fotografías se percibe la influencia de autores como Humberto Rivas, Gabrielle Basilico o Carlos Cánovas, donde el aspecto rotundo de las imágenes es común a todos ellos.
Asimismo, Balaguer vuelve a sumergirse en este libro en la tradición “flâneuse” de la fotografía de calle que tantos nombres ha dado en la fotografía contemporánea: de Garry Winogrand a Mary Ellen Mark; de Vivian Maier, Helen Levitt o Walker Evans a Berenice Abbot y Alison McCauley. Pisadores de asfalto al encuentro de la ciudad y sus habitantes.
Aunque, como apunta Armand Llàcer, editor del fotolibro, “la singularidad del proyecto de Balaguer reside en una voluntad consciente de haber privado a sus imágenes del componente humano. Los rincones y lugares se muestran vacíos de personas, en un ambiente que provoca inquietud por su apariencia anodina y silenciosa. El lector-espectador solo descubre el verdadero sentido de la obra al leer los textos que acompañan a las imágenes. Unos textos que, como ecos lejanos, nos recuerdan las miles de historias que se han vivido detrás de esas moles de cemento y hierro a lo largo del tiempo. Es ahí donde reside el significado y la profundidad de su relato fotográfico”.
Balaguer hace sus fotos de forma analógica, con revelado tradicional y con procesado digital profesional y, a través de ellas, dignifica, como le decía un amigo: le da dignidad a un barrio que aparentemente es anodino pero donde late su fuerte historia, esa que no se ve a simple vista. Los sustratos de la historia que subyace están a mano, solo hay que detenerse a mirar con calma.
Como decía John Berger, «mirar es un acto de elección«. Y Julio Balaguer ha elegido mirar lo más cercano que es, muchas veces, lo que menos vemos.
El libro «Des del cel a l’abisme. La vida entre Marxalenes i Trinitat» será presentado el martes 26 de marzo, a las 19 horas, en el Colegio Territorial de Arquitectos de Valencia (Hernán Cortés, 6). El autor, Julio Balaguer, estará acompañado del editor del libro, Armand Llácer, de la periodista Clara Sáez, y del vocal de Cultura del CTAV, el arquitecto Carlos Salazar. La entrada es libre y la inscripción puede hacerse en este enlace.