Unas treinta personas, sentadas en sillas plegables dispuestas en filas frente a una pared con proyector, escuchan atentamente a la arquitecta Lourdes García Sogo. Es sábado por la tarde y estamos en Praxis, una librería asociativa que hace las veces de alternativo centro cultural, en la calle Avellanas, en plena Ciutat Vella de Valencia. Tres arquitectos, un estudiante de Historia, un artista urbano, un graduado en Literatura francesa, un diseñador gráfico, un estudiante de Produccion de Cine y Diseño de Moda, otros de máster en Filosofía y Biología, un estudiante de Ingeniería Aeroespacial, un pintor, una estudiante de Derecho, un músico, cuatro exalumnos de Sogo, una escenógrafa y algunas personas más, todas jóvenes, forman el público. Han pasado veinte días desde la tragedia de la DANA en la provincia y, con una sociedad aun en shock, los veinteañeros que gestionan este espacio han convocado a la arquitecta, y ella se ha prestado encantada, para intentar comprender, «hemos querido hacer esta charla para tener una perspectiva histórica y una explicación para entender lo que ha pasado», apuntan los libreros al presentar a García Sogo. «Todos conocéis a Lourdes, porque os ha dado clase o ‘por la vida’. Ella es arquitecta, lleva veintiséis años dando clase de Estructuras de Proyectos en la UPV, dirige Sogo Arquitectos y ha trabajado mucho en obra pública y en infraestructuras».
La arquitecta, profesora en el Departamento de Proyectos de la Escuela de Arquitectura de la UPV, se muestra «agradecida por estar en este reducto maravilloso montado por un grupo de veinteañeros, es un honor». Sogo se doctoró con la tesis ‘La desembocadura del Turia. Infraestructura hidráulica y territorio’. «Elegir este tema me sirvió muchísimo porque me parece incomprensible que tengamos un conocimiento casi nulo de nuestro territorio en este sentido. Un territorio que es magnífico y que está manipulado por el hombre desde el principio al final. Se han hecho muchas cosas, buenas y malas».
Su trabajo supone un repaso por las investigaciones de geógrafos, ingenieros, historiadores y arquitectos sobre el río Turia, y en él traza un hilo temporal continuo que se detiene en esas infraestructuras a lo largo de los siglos. En su relato, acortado para adecuarlo al tiempo y al espacio de la charla, Sogo se remonta a la fundación de la ciudad por parte de los romanos en el siglo II aC en una llanura donde las líneas de agua se han entrelazado con la vida desde el principio. «Al Turia le cuesta poco más de 200 km llegar a su desembocadura desde su nacimiento: cuando crece descontrolado, baja con fuerza hasta el mar arrollándolo todo a su paso. Ha pasado muchas veces a lo largo de la Historia y volverá a pasar». El objetivo de esta investigación, explica, es conocer mejor el territorio para intervenirlo de una forma más acertada.
La arquitecta divide su intervención en partes acotadas cronológicamente, desde el año 138 aC hasta 1975; es decir, pasa por la Valencia romana, la islámica, la fundación del Reino de Valencia, la expansión por el Mediterráneo, por el Atlántico y el Pacífico, por los diferentes reinados y sus consecuencias territoriales, hasta llegar al siglo XX, con las dos Repúblicas y la dictadura franquista. Siempre teniendo en cuenta que la llanura de València es un terreno de aluvión del Turia, flanqueado por la Albufera y por el mar. Sogo centra su discurso alrededor de las infraestructuras hidráulicas construidas en torno al río, al lago de la Albufera y en la línea de costa, y cómo estas han ido cambiando desde que los romanos, ‘dueños’ del Mare Nostrum, levantaron la ciudad de Valencia en el punto donde se cruzan la Vía Augusta y el río Turia. Había asentamientos en los cerros cercanos, como en Xàtiva o Sagunto, pero a nadie se le había ocurrido hasta entonces instalarse en unas marismas. En medio de esa isla fluvial del Turia nacía la ciudad.
Las acequias y los azudes, legado árabe, el Tribunal de las Aguas, el Grao, los tandeos de las acequias, el colector de la Boatella, la Alhóndiga de la calle Quart, el Consulado del Mar, las Atarazanas. «Un patrimonio hidráulico que me maravilla que exista pero casi tanto como eso me maravilla que se haya conservado». La Albufera, con los continuos aterramientos y deslindes que han ido modificando su naturaleza, pasando a ser de agua dulce y rodeada por campos de arroz.
Mientras la arquitecta repasa la presencia constante del agua en la ciudad, el público de la librería atiende concentrado, sin dejar de prestar atención. Al terminar, las preguntas serán muchas y la sesión concluirá con la sensación de haber aprendido y de tener una visión más amplia de ese condicionante y de lo que nos afecta, históricamente, como sociedad. Tanto como se constata a simple vista en el desastre, a apenas cinco kilómetros de donde estamos, causado por la DANA.
Lourdes G. Sogo continúa relatando. La construcción de los puentes en la ciudad, algunos arrasados con crecidas del río y vueltos a construir. El puente de la Trinidad, el puente de Serranos, la construcción del pretil del río, el puente del Mar, el puente del Real. El Puerto, con las dificultades de su edificación, cuyas pequeñas infraestructuras iniciales eran abatidas por el mar sin piedad. La creación del cuerpo de ingenieros militares, origen de los ingenieros de caminos, canales y puertos. El edificio de Aduanas. La ejecución de un canal para traer agua a Valencia desde más arriba de la acequia de Moncada. La acometida del agua y las fuentes de la ciudad: la de la Virgen, la del Negrito. Los nuevos depósitos de agua, la creación de la empresa de aguas potables. La Albufera cedida a Valencia por parte del Estado con la condición de no desecarla nunca y de no tocar ni un solo pino del Saler.
Nacen los organismos que regulan las cuencas de los ríos. Se empiezan a construir pantanos, se crea la Confederación Hidrográfica del Júcar en 1934. En el año 1949 hay una riada brutal. En el año 55 se inaugura el Pantano de Benagéber. En 1957 se produce ‘la gran riada’, que anegó la ciudad y la destrozó. Se retoma la idea de desviar el río por el sur, tras estudiar diferentes propuestas. «El cauce del río era, en esos años, un estercolero – explica Lourdes G. Sogo – Cuando construyeron el Palau de la Música y se planteó que mirara hacia el río la gente se escandalizaba porque, hasta hacía poco tiempo, la visión era un horror. Ahora, sin embargo, es lo mejor. El Jardín del Turia demuestra que las cosas se pueden cambiar y está en nuestra mano hacerlo».
La arquitecta concluye que las obras hidráulicas han funcionado, a lo largo de los años, y cumplen su cometido. «Pero es verdad que el territorio se ha quedado maltrecho. Hemos aprendido que hay que hacer las infraestructuras teniendo en cuenta más factores aún, hay que ser más cauto con el territorio, y una forma de serlo es conociendo y teniendo en cuenta su cultura. No se puede seguir construyendo igual porque las riadas no van a dejar de pasar. No se debe permitir que se vuelva a hacer una construcción indiscriminada y todo lo que ello conlleva. La ausencia de bulevares amables que comuniquen la ciudad con los pueblos del sur, la necesidad de usar el coche para acceder a poblaciones tan cercanas … todo eso se debe repensar y hacerlo bien. Lamento mucho lo que ha pasado y aún sería peor que no se hicieran las cosas mejor aprendiendo a partir del desastre», ha concluido.