Cuando los arquitectos y diseñadores piensan su propio espacio pueden experimentar como no lo harían ni con su mejor cliente (o sí, los hay con suerte). Made Studio ha trasladado todos sus bártulos a un nuevo lugar, sin salir del barrio de Ruzafa, donde han hecho «el complejo ejercicio de tomar decisiones en cada detalle, con un presupuesto ajustado, grandes voluntades con dosis constantes de realidad y buscando siempre una máxima permanente: lo personal».
Hace unos Flats hablamos con Borja García y Laura Ros sobre el estudio, sobre la ciudad, sobre arquitectura y sobre uno de sus trabajos que nos encanta (su pabellón de fin de semana en la Vall de Laguar es para retirarse allí semanas); ahora nos enseñan su nuevo sitio, ubicado en un espacio que, en una vida anterior, fue, entre otras cosas, un almacén de tejidos.
El trabajo de Made Studio aquí consistió en dos operaciones: por un lado, desnudar y descubrir su auténtica proporción y altura, recuperando toda la materialidad constructiva del espacio, y por otro lado destapar un antiguo añadido para recuperar el patio original del inmueble. «Tras esto, hacer las mínimas actuaciones que nos permitieran habitarlo», explican.
Desde el acceso, una cancela de chapa perforada termolacada en azul sirve de clausura y protección por la noche, mientras que se convierte en la entrada durante las horas de funcionamiento del estudio. Tras esto, una primera zona resuelve el ámbito vinculado a lo público y poco a poco se va transformando, tanto en materialidad como en cromatismo, hacia un espacio más privado y personal, vinculado al patio y la cocina.
En la zona central, el mobiliario diseñado por el estudio resuelve las mesas y luminarias de trabajo, así como una zona de taller y muestras que alberga maquetas y pequeños prototipos de los productos diseñados por ellos.
En la antesala del patio, una rotunda mesa azul se convierte en el centro de las actividades sin ordenador: comer, dibujar, pensar, debatir. Por último, una creciente buganvilla roja crece desde el macetero para servir de transición entre la zona de trabajo y la cocina-office, utilizada como zona de café, conversación y desconexión.
«Materiales crudos y sinceros, sin apenas revestimientos, definen la envolvente arquitectónica, mientras una paleta cromática acotada a tres colores: azul, terracota y beige, aterriza el carácter de cada espacio, desde la calle hasta la trastienda», concluyen.