Siempre me ha atraído de una forma especial la lectura de memorias, diarios, biografías y epistolarios. Han sido, y siguen siendo, una fuente inagotable de aprendizaje para uno, en muchos sentidos.
El último de este género de libros que he leído es Fotografías fijas. Memoria en imágenes (Debate, 2023), de Janet Malcolm. En él, la escritora y periodista toma como punto de partida una serie de fotografías extraídas del archivo familiar. No se trata, pues, de un texto que quiera dar cuenta de toda una existencia. No. Y de ahí su atractivo: Janet Malcolm fija su atención en un puñado de personas que habrán sido significativas a lo largo de toda su vida. Pero sin rastro de idealización (sus padres, un médico y una periodista checoslovacos emigrados a Nueva York son «de clase trabajadora»; nada de ínfulas burguesas, pues) ni queja, y sí mucha sinceridad: de su madre, a la que huelga decir que ha querido como a nadie, nos dirá que tiene una «idea vaga y poco formada». En su abuela materna aprecia «cierta tristeza» que habrá borrado cualquier atisbo de vanidad. Hay en este libro mucha finura y poco o ningún rastro de sentimentalismo (algo muy de agradecer). También, desde luego, retazos de un pasado que nos permiten entender otro tiempo, otro lugar, no tan distintos a los nuestros.
Nada que ver, pues, con la sarta de generalizaciones que se han vuelto habituales en los medios de comunicación. Janet Malcolm nos devuelve, aunque sea por un par de horas, a la realidad. A la maravillosa complejidad de la existencia. Al ejercicio del pensamiento.
Posdata: Al de Malcolm hay que añadir, sin duda, las memorias de Nadiezhda Mandelstam, Contra toda esperanza (Acantilado, 2012). Es un libro durísimo -y por ello mismo necesario- en el que narra el horror estalinista que tuvieron que sufrir ella, su marido –el poeta Ósip Mandelstam– y una amiga tan querida como Anna Ajmátova.