El árbol es el sumario de lo que el ser humano considera por naturaleza. Este organismo vivo, aun con las estrictas reglas particulares que codifican las estructuras y ciclos de todas sus especies, es al mismo tiempo visto como un elemento espontáneo, identificado con el ideal de lo que percibimos como natural, imprevisible o sublime, recuperando algunos rasgos del romanticismo.
El valor simbólico de los árboles está sobradamente contrastado. Desde lugares de culto y veneración, hasta sitios fundacionales y longevos monumentos, el diálogo entre las sociedades y aquellos se ha desarrollado de múltiples maneras a lo largo de nuestra existencia.
Asumiendo que uno de los tipos de relación del ser humano con el medio es su genuina forma de ocuparlo, encontramos en el binomio casa-árbol un terreno fértil para el pensamiento y desarrollo de la arquitectura, un lugar variopinto sobre el que reposa una parte importante de otro tipo de naturaleza: la humana.
No resulta difícil encontrar quien alguna vez haya imaginado la posibilidad de vivir entre las copas de los árboles. Esa fantasía, sobre todo imbuida por la influencia del audiovisual americano, se ha cultivado como el anhelo de las experiencias humanas de independencia, refugio, aventura o libertad en contacto con la naturaleza.
Comúnmente vinculado con la infancia, el ideal de casa-árbol en varias de sus formas se ha materializado en series míticas como «Los Simpson», en otras más recientes como «Hora de Aventuras» y también en videojuegos como «Pokémon» o «Los Sims 2».
Así las cosas, pensando en las formas de asociación de una casa y un árbol, de un árbol y una casa —como metonimia de la relación arquitectura y naturaleza— hemos concretado dos formas posibles de acercamiento o análisis; estas son: primero el árbol o primero la casa.
«Primero el árbol» nos remite a esa arquitectura «que llega», que no sólo busca acomodo para preservar la preexistencia sino que encuentra en el lugar las condiciones de partida que dirigirán y harán valioso al proyecto, es decir: que lo dotarán de una razón de ser. Un ejemplo posible de esta relación lo encontramos en la Casa de Vidrio (São Paulo, 1951) de Lina Bo Bardi. Por su estructura y su ubicación, esta vivienda tiene mucho de las vibraciones que transmite el concepto de casa-árbol. En este caso, el objeto arquitectónico envuelve al árbol y lo deja a su libre albedrío, convirtiendo así en pieza central del proyecto un elemento no constructivo resignificado.
Por otro lado, con el pretexto de «primero la casa», imaginamos aquella obra que se proyecta con una implicación a futuro, la de dejar un espacio previsto, sugerido, para la aparición del árbol, de la naturaleza. En ese sentido, recordamos al Dr. Curutchet, cirujano argentino, que adoptó la sugerencia de Le Corbusier para dotar a su casa homónima de un álamo que atravesase las entrañas de la vivienda racionalista tras ser completada —o quizá la completó el árbol—.
Esta residencia ubicada en La Plata (1949-54), que fue ocupada durante poco tiempo, hizo las veces de clínica en una articulación experta entre espacios públicos y privados, interiores y exteriores, con la «promenade» corbuseriana como hilo conductor. Precisamente acompañando al tránsito de la rampa se encuentra el árbol, llamado a enriquecer el diálogo de formas propuesto por el arquitecto suizo y a reforzar la componente del tiempo tan presente en su obra.
A pesar de todo y sin importar si el elemento natural precede al construido o viceversa, las posibilidades de diálogo entre ambos están llamadas a ampliar el repertorio de soluciones y a seguir persiguiendo el ideal de casa-árbol.
Con todo, estas líneas no se dejan concluir sin aludir a una especie de «tercera vía» en nuestra propuesta de relación: el término «as found» —«tal y como se halla»—. Desarrollado por Alison y Peter Smithson, su significado alude a esas «huellas que constituyen recordatorios en un lugar» y abre la posibilidad de establecer una «nueva mirada sobre lo ordinario».
En ese sentido, encontramos un proyecto de referencia de esta pareja de arquitectos ingleses en el pabellón de Upper Lawn (Wiltshire, 1959-62), una pequeña casa que aprovecha los restos de una construcción desaparecida sobre el viejo muro de una granja inglesa. Este particular artefacto arquitectónico fue construido como un prototipo para poner a prueba, donde los materiales estaban escogidos de manera que pudieran deslumbrar con sus cualidades verdaderas, como si al verlos empleados así se creyese que ya venían dispuestos allí.
La sección longitudinal donde se observa la relación entre los elementos construidos y los naturales en Upper Lawn no es un plano de situación más; se trata del dibujo más importante de todo el proyecto —a nuestro juicio—, toda una declaración de intenciones que quizá, como consecuencia del paso del tiempo, encienda la pregunta de si realmente estuvieron primero aquellos majestuosos árboles y no aquel viejo prisma de Upper Lawn.