Hace unos años intenté escribir un relato corto, apenas unas decenas de páginas, a partir de unos recuerdos y de unas músicas concretas; de un periodo de mi vida. Me costó lo indecible. Y aun así el resultado no valió la pena. No hubo manera de tomar distancia. Aunque hace mucho tiempo que no veo siquiera a las personas con las que conviví durante aquella época, todavía hoy escucho las músicas que compartimos (porque de eso se trataba: de compartir unas músicas determinadas y una cierta, peculiar, amistad, y fanzines, claro, como los que hacíamos nosotros mismos; como el magnífico Soul Time de Àlex Franquet y Ricard Prieto; o tantos otros).
En aquel relato, efectivamente, aparecían algunos compañeros de viaje. Puedo citar algunos nombres: Paco Carrión, Álex Barbarroja, Sonia Almela, Fèlix Bella, José Pedro Abián, Isaac, Manolo, Isidro, José Miguel, Carlos y Rosa, Ricardo Chumillas, Víctor Sancho o Dani Llabrés. Eran, éramos, algunos de los mods de la Valencia de los primeros años 90. Si algo nos caracterizaba era la pasión por la música negra de la década de 1960: el ska y sus progresiones (el rocksteady de Alton Ellis, el reggae temprano de la primera banda de Bob Marley, The Wailing Wailers, v. g.), el northern y el modern soul y sus derivados, como el latin soul o el soul jazz; el bugalú de Joe Bataan o el sexteto de Joe Cuba; y tantas cosas más, como una cierta manera de vestir a partir de ropa de segunda mano del mercado de Jerusalén; de ropa nueva cuando no quedaba más remedio (camisas Ben Sherman y chaquetas Harrington); del desaparecido camisero de la calle de La Paz y de un sastre que tenía el taller cerca de La Lonja, pisamierdas y mocasines aparte.
Intenté, como decía, que algunos recuerdos quedaran reflejados en aquellas fallidas páginas: una allnighter que tuvo lugar en una antigua discoteca de la calle Cuba, en Ruzafa; un viaje al Purple Weekend de León del que lamento haberme perdido el concierto de The Loved Ones, la banda de Bart Davenport (Toni Massana, el coleccionista barcelonés, tuvo la culpa), o tantos otros: como los que el organista Lou Bennett daba en un local de la calle Rubén Darío de forma más o menos regular. Era, o así lo veo ahora, una manera de no perder de vista mi juventud: una juventud marcada por la pasión por la música. Ni más ni menos.
Me he decidido a evocar aquel episodio de nuevo como consecuencia de una exposición en la que, según leo en la prensa, participan mis queridos (y ya citados) Álex Barbarroja y Dani Llabrés: “Chupas y parkas. Los ritmos de la calle en Madrid, 1980-1990”, que cuenta con fotografías de Miguel Trillo y puede verse estos días en Madrid, en el Museo de Nacional de Antropología. Sin nostalgia, y con mucha música; faltaría más.