Frente a la idea del desembarco y el trasiego diario de turistas en la isla de Tabarca, el tránsito a un visitante temporal que se aloje en este lugar unos días «podría significar una nueva sensibilidad hacia el delicado contexto tanto urbano como paisajístico de esta isla, provocando un impacto positivo en el cambio de modelo turístico hacia un escenario menos masificado», explica el arquitecto Diego López Fuster autor, junto a Subarquitectura, del Hotel Santacreu, levantado en el pequeño casco urbano de Tabarca, el pueblo fortificado llamado San Pedro y San Pablo. Tabarca es la única isla habitada de la Comunidad Valenciana.
Con este proyecto, los arquitectos trataron de dar una respuesta a ese nuevo uso de alojamiento temporal colectivo, esa especie de casa más grande y más pública. «Partimos desde un programa más amplio que el de la vivienda tabarquina tradicional, con 10 habitaciones e incorporamos una recepción en planta baja junto con un espacio amplio de usos comunes y unas necesidades mayores en cuanto a zonas de comunicación».
El objetivo del proyecto era integrarse de la manera más respetuosa posible en el contexto, salvaguardando las volumetrías establecidas por el planeamiento y sin alterar el carácter arquitectónico y paisajístico de la zona, calificada como Conjunto Histórico-Artístico.
«De la vivienda tradicional local se ha querido reproducir su fluidez en sección mediante una concatenación de recorridos y espacios que conectan las plantas a través de medios niveles y vistas diagonales interiores, desarrollando un recorrido continuo desde el acceso hasta la cubierta. La ausencia de pasillos crea relaciones a través de espacios generosos. El espacio a doble altura en planta baja enlaza diagonalmente con un gran distribuidor en planta primera iluminado cenitalmente por dos lucernarios que asoman en cubierta», explica López Fuster.
La fachada presenta una estructura de huecos sencilla con una ventana en planta baja y balcones en planta primera. Destaca el tamaño de la puerta de entrada: un gran hueco que busca la percepción del edificio como algo más público, permeable y abierto que una vivienda privada.
Frente a la pequeña puerta de madera de la casa tradicional, el hotel presenta una gran enrejado que crea un espacio previo abierto a la calle y ventilado. Por su parte, el alzado trasero presenta una composición de huecos verticales iguales en ambas plantas, con enrejados como filtro visual y protección en planta baja y balcones en la planta superior.
En cuanto a la distribución, hay dos plantas claramente diferenciadas. La planta baja presenta un gran espacio común en su zona delantera que actúa a modo de recepción y un espacio para servicio de desayunos y zona de espera. Esta sala permite organizar el funcionamiento general del hotel y además, gracias al zaguán exterior y al gran hueco de acceso, permanece iluminada y ventilada de forma natural. El lado norte de la planta baja se reserva a tres habitaciones, a las que se accede a través de su propio distribuidor.
En la planta primera, el gran espacio distribuidor da acceso a las siete habitaciones restantes del hotel, cinco de la propia planta y dos a las que se les da acceso a través de sus correspondientes escaleras independientes que suben hasta la planta bajo cubierta, creando dos estancias más generosas, similares a la especie de cuarto o “estància de més amunt” de la casa tabarquina tradicional.
En definitiva, cada uno de los espacios se ha resuelto de forma que tenga una correcta ventilación e iluminación exterior, dotándolos así de unas generosas condiciones de habitabilidad.
El proyecto, finalmente, se ha materializado buscando integrar los materiales tradicionales presentes en el contexto de la isla, entendiendo la construcción del hotel como un conjunto de sistemas y soluciones constructivas ya testadas históricamente en el lugar, con buenos resultados en cuanto a durabilidad, mantenimiento y funcionalidad.
Se trata de reinterpretar en cierta medida la ejecución de dichos materiales hacia una manera más contemporánea de entender “lo construido”. Los balcones son de acero, así como el enrejado del gran espacio de entrada, con motivos en forma de S y de C, en referencia al apellido Santa Creu, impulsores del proyecto y familia hostelera tradicional de la isla.
El pavimento de la planta baja se realiza mediante un hormigón realizado con cantos rodados, pulido y desbastado, creando un pavimento liso pero con clara conexión con el pavimento de la calle, fomentando así la continuidad interior-exterior y el carácter abierto de la actuación.
La fachada se realiza con sistema de aislamiento exterior y acabado de estuco flexible liso de color blanco, compartiendo características tanto de la vivienda tradicional mediterránea como de la arquitectura moderna. La colocación de los armarios adosados a las fachadas crea unos huecos de 90 cm de profundidad que generan la apariencia de gruesos muros de carga con las ventanas profundas para una mejor protección solar.
En este proyecto, premiado precisamente por ello, se han utilizado también materiales cerámicos en gran medida debido a su diversidad en cuanto a formatos, acabados y colores, su facilidad de ejecución, su versatilidad tanto para usos exteriores en cubierta (impermeabilización) como pavimentos (rozamiento y desgaste) y baños (estanqueidad) y por ser productos naturales provenientes de la tierra, el barro y la arena, que generan por sí mismos ambientes naturales, tranquilos, cómodos y confortables.