Si hay un diseñador que ha sabido encontrar el lado divertido e irreverente dentro de un mundo tan solemne como el de las figuras clásicas de porcelana, ese es Jaime Hayon (Madrid, 1974). Su giro de guion ante la propuesta de colaboración que le lanzó Lladró, hacia 2006, dejó muy claro que lo suyo no iban a ser las estampas bucólicas: a partir de su entrada, la firma pasó a ser mirada con otros ojos por parte de la «modernidad». De las pastorcitas, a las calaveras. De los salones más clásicos, a las estanterías más cool.
Hayon ha transitado, desde entonces, por un montón de experiencias, exposiciones y trabajos, tanto de diseño de producto como de interior, que le han conducido hasta el Premio Nacional de Diseño 2021. Sus creaciones, oníricas y surrealistas, han ilustrado firmas como Camper, Swarovsky o Metalarte; sus piezas se han visto en el Pompidou, London’s Design Museum o en Groninger Museum.
Tras estudiar en Madrid, pasó por el vivero creativo de Oliviero Toscani (ex director creativo de Benetton) en su Fábrica de Treviso (Italia), donde llegó con apenas 24 años y donde aprendió, primera lección, que ser raro no es malo. Allí empezó a desarrollar su creatividad a rienda suelta. Después, ya por su cuenta, tendría su estudio en Barcelona y en Londres antes de recalar en València, tras la llamada de los Lladró.
Jaime Hayon es la encarnación del diseñador que hace lo que quiere y se lo quitan de las manos. Una de las cosas que le distinguen es que no tiene su base creativa ni en Madrid ni en Barcelona, vive y trabaja en València, en una casa con suelos de Nolla, techos altos, con el mar a un paso y el Mercado Central como inspiración. Allí atesora más de doscientas libretas llenas de dibujos y anotaciones esperando a convertirse en futuros «diseños Hayon».