La València más moderna, la Escuela Cossío y María Moliner

27 mayo 2021

por | 27 mayo 2021

Los pinares de Burjassot, hace casi un siglo, formaban parte de un paraje natural a las afueras de la ciudad donde las familias acomodadas de València acudían los domingos, en tren, a pasar el día.

Así lo cuenta José Navarro Alcácer en su autobiografía: “La escuela Cossío de Valencia, historia de una ilusión (1930-1939)”: “Los domingos, en los tibios pinares valencianos, nos reuníamos inicialmente los señores Marchante, los Miralles, de la Casta, de Percas. Poco después serían los Escrivá -ella, Angelina Carnicer, profesora de magisterio- , los señores Ots, los señores de Ferrando -ella, María Moliner- , los señores de Salto y los señores de Puche, nuevo catedrático de Fisiología, recién venido de Barcelona”.

Estaba enumerando a los que iban a ser los fundadores de una nueva y rompedora escuela en València, la Escuela Cossío, puesta en marcha en 1930 por un grupo de intelectuales, nutridos de regeneracionismo y de prácticas educativas innovadoras al estilo de la Institución Libre de Enseñanza.

Se iniciaba un periodo en el que València iba a ser una ciudad moderna, abierta, tolerante y muy intelectual. Con una gran vida cultural y toda la esperanza puesta en el poder de la educación, en gran parte gracias a José Navarro Alcácer, a la Escuela Cossío y a María Moliner.

La Escuela Cossío

Fue un centro escolar basado en la pedagogía del laicismo, el respeto escrupuloso a la conciencia y a la personalidad del niño. La atención al aspecto educativo de la enseñanza primaba por encima del mero suministro de conocimientos; se trabajaba el trato cordial entre profesores y alumnos, y la formación moral estaba basada en la generosidad y la tolerancia.

Esta escuela se ubicó en la que, a partir de 1931, se llamó avenida 14 de abril (hoy Reino de València), en el edificio de la Escuela de Artesanos, donde Cossío mantuvo sus aulas abiertas hasta el final de la Guerra Civil.

Interior de la Escuela de Artesanos de València, sede de la Escuela Cossío de 1930 a 1939 (Foto: D.R.)

Impulsada por José Navarro Alcácer y su esposa, María Alvargonzález, junto a un colectivo de familias valencianas entre las que se encontraba la archivera María Moliner, la Escuela Cossío iniciaba su trayectoria en 1930, con una óptica reformista basada en una educación de calidad. En ella, Angelina Carnicer, profesora de la Escuela Normal de Valencia fue la encargada de seleccionar al grupo inicial de maestros jóvenes con espíritu solidario.

Navarro Alcácer había nacido en València en 1891 dentro de una familia culta y progresista; su padre era un industrial valenciano que había estudiado derecho con Eduardo Pérez Pujol, en el círculo regeneracionista de Francisco Giner de los Ríos. Estudió ingeniería en Madrid, entre 1910 y 1916, donde entró en contacto con las ideas de la Institución Libre de Enseñanza. En 1924 conocería al entonces director del Museo Pedagógico Nacional, Manuel Bartolomé Cossío, discípulo de Giner, del que luego escribiría sus memorias y a quien rendiría un homenaje poniéndole su nombre al gran proyecto pedagógico de la capital valenciana.

En las clases de la Escuela Cossío se daba, de una manera novedosa, especial importancia a las actividades de lectura para niños, impartidas por María Moliner, y a las dedicadas a las canciones populares, que dirigía Maximiliano Thous. Uno de esos niños que acudía a las aulas de Cossío era Pablo Navarro Alvargonzález, hijo de los fundadores y futuro arquitecto del Colegio Alemán.

María Moliner y València

María Moliner es nuestra otra protagonista que, a sus cincuenta años y en mitad del tumultuoso siglo XX, se puso a trabajar en la cocina de su casa y confeccionó el mejor diccionario de la lengua española hecho hasta la actualidad, el Diccionario de Uso del Español; un trabajo que empezó, de manera totalmente artesanal, con fichas escritas a mano que luego pasaba a máquina con su Olivetti Pluma 22, pensando que en un par de años lo acabaría y le llevó 15. Pero eso sería unas décadas más tarde.

Retrocedamos hasta 1930. María Moliner y su marido, Fernando Ramón y Ferrando, se instalaban en València donde ella había obtenido una plaza en el archivo de la Delegación Provincial de Hacienda mientras que su marido se incorporaba a la cátedra de Física de la Universitat de València.

María Moliner y su marido en un fotograma del documental «Mujeres en la Historia», de RTVE.

La pareja empieza entonces a frecuentar a un grupo de gente con inquietudes pedagógicas y regeneracionistas, los amigos y sus familias con los que pasaban los domingos en los pinares de Burjassot. De aquellos encuentros, con Navarro Alcácer a la cabeza, nacía la Escuela Cossío y arrancaba el curso 1930-1931 con María Moliner impartiendo una clase semanal de Gramática y un cursillo de Literatura. Durante nueve años, la Escuela Cossío estuvo funcionando en esas aulas de la Escuela de Artesanos.

En 1939, con el fin de la Guerra Civil y el inicio de la Dictadura de Franco, la Escuela Cossío sería clausurada; sus alumnos, recolocados en otros centros; y el edificio, incautado por una nueva Junta que los cedió al colegio “Isabel la Católica”. Fin del sueño de una educación prometedora.

Aulas de la Escuela Cossío en València (Foto: D.R.)

Una historia extraordinaria

“El María Moliner”, como se conoce popularmente al brillante diccionario que escribió, fue el último de sus trabajos, pero en la biografía extraordinaria de esta licenciada en Filosofía y Letras, que nació en 1900 en un pueblo de Zaragoza (Paniza), encontramos, además de la cocreación de la Escuela Cossío, hitos como la puesta en marcha de 115 bibliotecas en la provincia de València; su trabajo como directora de la Biblioteca Universitaria de València; la edición de su libro “Carta a los bibliotecarios rurales”, para incentivar a la gente a leer; el exhaustivo “Plan General de Bibliotecas del Estado” o su trabajo con las Misiones Pedagógicas de la República. Todo lo que hizo fue de una brillantez pasmosa.

 

Gran parte de su torrente creativo, María Moliner lo vivió desde su casa de la Gran Vía Marqués del Turia de València, donde residió con su marido y sus cuatro hijos (Enrique y Fernando, nacidos en Murcia; Carmen y Pedro, en València), hasta diez años después del estallido de la Guerra Civil. La sublevación militar contra la República le pilló pasando las vacaciones de verano en Manzanera (Teruel), de donde tuvo que volver precipitadamente a València.

Edificio de la Gran Vía Marqués del Turia donde vivió María Moliner con su familia.

«Al regresar, el rector de la Universidad de València, José Puche, le pide que se encargue de la biblioteca universitaria«, explica Inmaculada de la Fuente en la biografía que escribió sobre María Moliner.

La llegada del gobierno de Largo Caballero a València, en noviembre del 36, supone una profunda transformación para la ciudad, que vive una auténtica explosión de actividad cultural en tiempo de guerra.

Tras la sublevación militar contra la República se celebra, en València, el II Congreso Internacional en Defensa de la Cultura en la España republicana, coordinado por el poeta valenciano Juan Gil-Albert. Antonio Machado, León Felipe, Ernest Hemingway o Josep Renau eran habituales de las sesiones del congreso y de las tertulias vespertinas en el Café Ideal Room (calle de La Paz esquina con Comedias).

Además de acoger el II Congreso de intelectuales antifascistas, València también iba a acoger el tesoro artístico del Museo del Prado para protegerlo de los bombardeos de la aviación franquista. Las obras de arte se guardaron en las Torres de Serrano y en el Colegio del Patriarca. En el claustro de este último se llegaron a exponer al público «Las Meninas», de Velázquez.

María Moliner adquiere, en ese momento de mucha actividad cultural en la ciudad, una gran relevancia y visibilidad «oficial» y es cuando redacta el plan de reorganización de las bibliotecas del Estado, el mejor hecho hasta ahora.

María Moliner se hizo cargo de la dirección de la biblioteca de la Universitat de València.

 

Cuando el Gobierno abandona València hacia Barcelona, en octubre de 1937, a María Moliner le ofrecen partir hacia la capital catalana pero ella y su familia deciden quedarse en València.

La València aquella tan moderna, con la Escuela Cossío y con aquellos intelectuales tan activos a principios de la década de los 30, se va apagando. Llega el final de la guerra y, lo que es peor, la posguerra.

El matrimonio Ferrando-Moliner sufre, a partir de ese momento, un importante proceso de depuración: él pierde su plaza de catedrático de Físicas y ella vuelve a su plaza de archivera en Hacienda, un sitio nada «político». Años después, en 1946, él consigue recomponer un poco su carrera y obtiene la cátedra en la Universidad de Salamanca. La familia se instala en Madrid.

Su vida fuera de València

Terminada su esplendorosa etapa valenciana tras dieciséis años viviendo en la ciudad, María Moliner, degradada laboralmente 16 puestos por debajo del que le correspondía como castigo por su cercanía a la República, iniciaría una vida muy cerrada en Madrid, una especie de silencioso exilio interior, trabajando por la mañana en el Archivo de la Escuela de Ingenieros Industriales y, por la tarde, en la redacción del que sería su extraordinario diccionario. Nos situamos en 1951.

 

María Moliner trabajando en la elaboración de su diccionario (Foto: D.R.)

 

Su interés por hacer un diccionario «vivo», que incluyera americanismos, tecnicismos, variantes habladas también en medios rurales y una buena combinación del orden alfabético con el ideológico fue la clave de una herramienta, muy útil pero también divertida, que es imprescindible a día de hoy para manejar bien el lenguaje.

Es un diccionario de uso, no solo normativo: define los verbos que van mejor para cada palabra y acota los lugares de habla (España, Argentina, México …). Además, María Moliner fue tan lista que pensó que una obra de esa naturaleza escaparía, como así sucedió, del asfixiante control franquista.

Por ejemplo, en la página 581 del primer tomo de su diccionario aparece la definición de la palabra «censura»: «Acción de censurar; Práctica de la censura: «En este país hay censura gubernativa». ¿Quién se iba a entretener leyendo un aburrido diccionario?

 

A María Moliner nunca la admitieron en la Real Academia de la Lengua (RAE), a la mayoría de los académicos no les hizo mucha gracia que una señora que había hecho una obra colosal («una proeza«, en palabras de García Márquez) desde su casa, «a ratos», y a la que consideraban una intrusa, quisiera entrar en sus dominios del Olimpo filológico. Obviamente, su propuesta de ingreso en la institución fue rechazada. La primera mujer que entró en la RAE sería Carmen Conde en 1978, ya en plena Transición Democrática.

María Moliner fallecía en su casa de Madrid en 1981.

 

María Moliner y sus nietos (Foto: D.R.)

Reconocimiento público valenciano

Dos profesoras de la Universitat de València, Mª José Martínez Alcalde y Mercedes Quilis, iniciaron hace algún tiempo una petición para que se reconociera públicamente el paso de María Moliner por València y, con ello, su aportación a la sociedad durante los años que vivió en la ciudad.

Gracias a su insistencia, un pequeño monolito recuerda y visibiliza, a la altura de donde vivió en la Gran Vía Marqués del Turia, el trabajo de una mujer que reivindicó los valores de la cultura y de una educación laica y tolerante en unos años en los que todo parecía posible.

El curso de los acontecimientos históricos, con su tozuda realidad, se encargó de demostrar que no todo era posible. Pese a todo, siempre nos quedará su obra, el legado excepcional de una mujer excepcional.

Referencias: «El exilio interior. la vida de María Moliner», de Inmaculada de la Fuente; «María Moliner. La luz de las palabras», Hortensia Búa Martín; «La escuela Cossío de Valencia, historia de una ilusión (1930-1939)», de José Navarro Alcácer.
Fotografia: Eduardo Manzana.
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