Repensar la ciudad: las azoteas verdes

8 abril 2021

por | 8 abril 2021

En el siglo XIX, las epidemias de cólera trajeron los saneamientos y el agua potable corriente; en el siglo XX, la tuberculosis evidenció los beneficios del sol y el aire; y llegados al siglo XXI, nos encontramos con que la del covid es una crisis sanitaria pero también medioambiental, donde la presencia de naturaleza se ha planteado como una demanda insoslayable en las ciudades y un indicador de la calidad de vida de su población.

En el campo está claro, las viviendas que están fuera de la ciudad, en sitios residenciales o en pueblos, tienen la naturaleza al alcance de la mano. Pero ¿qué pasa en las ciudades? Pues que los parques y los lugares abiertos se han situado como una prioridad para los ciudadanos: ver verde y ver cielo. No hay más que echar un vistazo a los espacios públicos durante los fines de semana en estos meses de pandemia. Y aquí es donde entran en acción las azoteas. Repensar la ciudad a partir de las azoteas verdes.

Edificios del centro de València con azoteas sin utilizar.

No parece haber calado en nosotros la idea de Le Corbusier de la azotea como espacio público que tanto se esforzó en inculcar con sus Unité d’habitation; nuestras terrazas comunitarias son, la gran mayoría, un espacio baldío, como se puede ver en las fotos. Le Corbusier, uno de los grandes profetas de la arquitectura moderna, consideraba que la luz y el aire eran tan terapéuticos que las azoteas transitables ajardinadas se convirtieron en uno de sus ‘Cinco puntos de la arquitectura’, como sucede en Villa Savoye.

“Los terrados son el extrarradio superior de una ciudad, su periferia con las nubes y las estrellas. En las ciudades en las que el clima es benigno, como en la mayoría de las nuestras, se desarrollaba antes allí una intensa vida social que en buena parte se ha perdido. Ahora alguno puede apropiarse de ellas y preparar barbacoas, pero hasta hace no mucho era un lugar de encuentro de vecinos que tendían la ropa y organizaban fiestas y verbenas. Allí los niños jugaban. Era un espacio de y para la comunidad”. El antropólogo Manuel Delgado recordaba así, hace unos días, cómo era la vida en las ciudades hasta hace un par de generaciones.

Los aparatos de aire acondicionado han colonizado los terrados.

Durante los meses del confinamiento estricto a causa de la pandemia sanitaria volvimos a darnos cuenta de lo que necesitamos salir al exterior, la luz del sol y los espacios abiertos. Y nos acordamos entonces de las azoteas, las grandes olvidadas, esas a las que todos queríamos subir justo cuando estaba prohibido y el helicóptero nos recordaba que no, no se podía. 

Antes de que la gran mayoría de nosotros reparáramos en ese espacio, con salida directa a ver el cielo sobre nuestras cabezas, ya había voces que las reivindicaban. Una de esas voces fue la de las arquitectas de Encajes Urbanos, que trabajaron durante ocho años en la construcción y regeneración de espacios arquitectónicos desde una perspectiva social, mediante herramientas inclusivas y de participación ciudadana, para mejorar la vida cotidiana de las personas a escala de vivienda, barrio y ciudad.

Agitadoras de lo social y lo urbano, su apuesta en todo momento es la de trabajar con lo que ya existe, remirándolo, reactivándolo, rehabilitándolo, repensándolo. No hace falta construir nada nuevo, solo es cuestión de saber colocar, poner en su sitio, trabajar sobre lo ya construido.

Los posibles usos para esas azoteas ideales irían desde los más tradicionales, como tender la ropa, hasta los más colectivos, como reuniones de vecinos, celebraciones, cine de verano, huertos urbanos o cubiertas verdes; además de usos más ecológicos como la instalación de placas solares o la recogida de agua de lluvia.

«Empezamos a reivindicar las azoteas como espacios infrautilizados y con múltiples posibilidades. Detectamos que en general se habían dejado de utilizar por problemas de convivencia y que como mucho se subía a tender la ropa o a hacer alguna comida ocasional. Tenemos la convicción de que las azoteas se han de significar y convertir en un espacio útil donde vecinos y vecinas puedan disfrutar de una superficie al exterior como una extensión de su hogar», explican las arquitectas Tania Magro, Amaya Martínez y Paula Roselló, de Encajes Urbanos.

Terraza de Barcelona incluida en el plan de azoteas verdes del Ayuntamiento.

¿Está València preparada para tomar conciencia de las bondades que supone tener una azotea aprovechada para mejorar la vida de todos los habitantes del edificio?

«València, como muchas otras ciudades mediterráneas tiene una climatología muy benévola», explican. «Es una ciudad con una amplia red de azoteas, con una superficie equivalente a la que ocupa el suelo del edificio pero a 7, 15 o a 30 metros de altura. Así que pensamos que debería estar preparada y, de hecho, creemos firmemente que se debería contemplar la adecuación de espacios desde el propio diseño del proyecto o desde la rehabilitación de edificios existentes, tanto de uso privado, como los de las viviendas, así como los de uso público. En comunidades vecinales, con pequeñas intervenciones como la colocación de pérgolas que aporten sombras o la colocación de pavimentos que nivelen las pendientes de la azotea, se pueden adecuar de manera muy sostenible. Además, las azoteas se pueden aprovechar para mejorar el hábitat instalando placas solares pero también azoteas verdes».

Opinan que se ha avanzado mucho en los últimos diez años, que fue cuando empezaron, en 2011, con el proyecto Azoteas Colectivas. «Barcelona ha generado diversas iniciativas como los concursos sobre azoteas verdes y ha dado subvenciones para la rehabilitación de edificios donde se incluía una sección específica sobre intervenciones en las azoteas. Valencia debería empezar a mirar hacia estás iniciativas al igual que lo ha hecho con la peatonalización de calles o la aplicación de proyectos de urbanismo táctico».

Otra de las azoteas verdes que han proliferado en Barcelona.

Creen que, actualmente, el mensaje va llegando poco a poco, «encontramos iniciativas de viviendas, cooperativas o no, que repiensan sus espacios comunes para ser habitados colectivamente, como las azoteas. Los hoteles son un buen ejemplo y muchos comenzaron a rediseñar estos espacios ofreciendo un plus para clientes o incluso como oferta para externos, para subir a tomar algo o refrescarse en su piscina». 

Encajes Urbanos desarrolló, durante los años que estuvieron en marcha, varias acciones culturales a través de ‘Azoteas Colectivas’ tanto en Barcelona como en València. La primera acción se llevó a cabo en el marco del IV Encuentro de Arquitecturas Colectivas en el Centre Cultural Octubre de Valencia y también, en colaboración con otros colectivos, realizó una intervención temporal en la azotea de la Nau Ivanow de Barcelona. Además, Encajes Urbanos ha participado en proyectos internacionales como la construcción colectiva de una capa vegetal con plantas en un edificio de oficinas en Nueva York.

Cultura de lo común

A la pregunta de si es posible repensar la ciudad desde las azoteas, el arquitecto Javier Molinero, quien desde el Estudio Mixuro apuesta por recuperar al ciudadano como parte activa en la generación de los proyectos de arquitectura, señala que «la ciudad está ya construida y poco queda por edificar o urbanizar. Se puede repensar la manera de utilizarla y, para esto, los espacios disponibles y en desuso sirven de laboratorio para testear posibles soluciones sin miedo a equivocaciones».

«En España no hay cultura de lo común, de lo compartido», explica. «Ante el primer conflicto o dificultad gana el derecho a veto. Los vecinos que tienen estas azoteas directamente sobre sus cabezas son los primeros en cerrar la posibilidad de utilización por parte de los demás. Evitar ruidos, no aumentar gastos de mantenimiento, evitar posibles humedades por poner plantas, roturas, etc son las razones que se suelen aducir para no dejar que se hagan actividades, cuando ellos serían los más beneficiados al tener la terraza más cerca».

«Cuando se redactan normas urbanísticas se podría facilitar que en obras de reforma o de nueva planta los espacios comunes no computaran como edificabilidad, aunque sean cubiertos y cerrados. Que una comunidad pudiera construir un pequeño espacio que facilitara el uso de estos espacios: guardar mesas, sillas, pila para fregar, espacio cocina, aseo, etc». «Pienso que la clave está en el momento de la definición del proyecto de un edificio y pensar en la futura comunidad de propietarios. Pero ahí manda el promotor, que quiere vender pisos. Siempre me he preguntado porqué vende tener pista de tenis y piscina con urbanización y no una terraza comunitaria con barbacoa o paelleros compartidos».

Otro tema parecido, igual de poco aprovechado, los patios de manzanas, ¿No es un derroche de metros cuadrados que podrían utilizarse para poner paneles solares, tejados verdes o cualquier otra cosa en esa línea «ecológica»? «Estoy totalmente de acuerdo en que son lugares con un gran potencial para ser espacios de socialización, pero de nuevo chocamos con intereses difíciles de combinar: Los propietarios de los locales de planta baja quieren libertad total para su negocio. La normativa regula para vetar situaciones problemáticas (ruidos, humos, etc.) no para promover el uso de los mismos por parte de comunidades de vecinos», explica Molinero.

Azoteas verdes por el mundo

La tendencia comenzó cuando Alemania desarrolló los primeros en la década de 1960. Se calcula que, actualmente, alrededor del 10% de los techos en Alemania son verdes. Algunos países europeos, incluyendo Alemania, Suiza, Holanda, Hungría, Suecia y el Reino Unido, tienen asociaciones que fomentan las azoteas verdes.

Las grandes urbes están siendo testigos, en los últimos años, del resurgimiento de la agricultura urbana en sus calles y tejados. Conocidos son, por ejemplo, la City Farm, de Tokyo. O el mayor huerto urbano de Nueva York, el Brooklyn Grange, que fomenta la agricultura sostenible sobre el tejado de edificios industriales del Northern Boulevard. El huerto que cultiva el Hotel Wellington de Madrid en su azotea o los techos verdes de Barcelona son algunas de estas iniciativas. La cons­trucción de techos ajardinados en los edificios empezó siendo un anhelo pero ahora va camino de ser una realidad, lenta, pero realidad, en algunas ciudades españolas. España ha empezado tarde pero cuenta, por ejemplo, con una de las cubiertas ecológicas más importantes del mundo, la de la Ciudad Financiera del Banco Santander, en Boadilla del Monte (Madrid), con 100.000 metros cuadrados.

Róterdam fue la primera ciudad de Holanda en dar ayudas públicas para generar terrazas verdes. La ciudad de los arquitectos Rem Koolhaas y Winy Maas es la que más kilómetros cuadrados de cubierta plana tiene del país, con más de 360.000 metros cuadrados de azoteas ajardinadas que, entre otras cosas, alivian la presión sobre el sistema de alcantarillado, ya que estos tejados pueden retener agua de lluvia y acumular casi el equivalente a cuatro piscinas olímpicas. Hay también 168.000 metros cuadrados de paneles solares, lo que genera energía sostenible suficiente para que 7.700 hogares ahorren en el gasto energético. Esto en Holanda, que está nublado gran parte del año. Imaginemos lo mismo en un país como este, con cerca de 2.500 horas de sol al año.

Desde 2008, la ciudad de Nueva York otorga reducción de un año de impuesto o alivio fiscal de 4,50 dólares por 929 centímetros cuadrados para cualquier persona que adopte el proyecto, hasta el límite de 100.000 dólares o la responsabilidad fiscal del edificio, lo que sea menor. Los costes de instalación iniciales son altos, pero la inversión vale la pena. Los techos verdes reducen los gastos de energía y mantenimiento, protegen las azoteas de la exposición excesiva al sol, amplían la retención de calor durante las estaciones más frías, disminuyen el ruido interno y aumentan el valor de las propiedades. Todo ventajas.

Azoteas verdes del libro «Up on the roof», de Alex Mac Lean.

El espacio donde hoy está The High Line Park era una vía de ferrocarril elevada abandonada que atraía basura y delincuencia. Fueron más de dos años de planificación y construcción involucrando a arquitectos, diseñadores y paisajistas. En la actualidad, recibe 8 millones de visitantes cada año.

The High Line Park (NYC)

La ciudad de Nueva York alberga aproximadamente 730 edificios con techos verdes en los que se pueden sembrar alimentos y se crean puestos de trabajo. Absorben las lluvias y, al mismo tiempo, reducen el estrés de los sistemas de tratamiento de aguas que pueden descargar las aguas residuales cuando se sobrecargan. Disminuyen la contaminación del aire y ahorran costes de energía. Algunos brindan hábitat, oportunidades educativas y espacios abiertos en la ciudad saturada.

La cultura en las azoteas

Concierto en una terraza, dentro de las iniciativas del colectivo «Red de Tejas».

Otras propuestas, estas de tipo cultural, también han reivindicado el uso de las azoteas en las ciudades. Por ejemplo, la plataforma ‘Coincidències’ programa distintos eventos culturales en azoteas privadas de Barcelona, desde conciertos hasta representaciones teatrales. Por su parte, el colectivo andaluz ‘Red de Tejas’ se estructura a través de micro actividades culturales que se desarrollan en azoteas particulares de diferentes ciudades.

Su objetivo es generar una red abierta de nuevos espacios para la cultura en los que los ciudadanos tengan la oportunidad de programar, gestionar y decidir los contenidos culturales del proyecto, dentro de sus propios espacios. Para que los aires acondicionados, las parabólicas o los contadores de suministros dejen de ser los únicos ocupantes de las azoteas. Los Beatles ya hicieron lo propio en el año 69 con su concierto en la azotea del edificio Apple, unos visionarios hasta en eso.

¿València Verde?

¿Qué tiene que hacer una comunidad de vecinos que quiera poner a punto su azotea y hacerla “verde”?

«Lo primero sería saber qué actividades se quieren desarrollar en la azotea y, para ello, siempre proponemos contactar con servicios técnicos. A partir de aquí se trata de desarrollar un estudio de viabilidad técnica para poder diseñar el proyecto y la licencia, si implica obra. Para azoteas verdes existen diversas soluciones técnicas y no es sólo colocar césped. Implica aislar adecuadamente y comprobar que la estructura puede soportar la sobrecarga de uso«, explican las arquitectas de Encajes de Arquitectura.

«En Valencia no existe una ayuda específica para intervenir en azoteas, pero se pueden encontrar vías alternativas en las ayudas que se otorgan a la eficiencia energética en edificios. Se están dando ayudas a envolventes térmicas y este es un punto fundamental. Ya se están haciendo programas desde la universidad que miden las huellas de carbono y las emisiones, y estas actuaciones de azoteas verdes las reducen. Las azoteas verdes son una inversión para nuestro planeta. Barcelona ha apostado por esta inversión en la reconversión de azoteas en cubiertas verdes a partir de concursos y hay resultados muy prometedores como los estudios que se hacen en la azotea del Edificio Blau«, señalan.

Cubierta verde del edificio Blau de Barcelona, sede del Museu de Ciències Naturals.

El Ayuntamiento de Valencia presentó hace unos meses el Plan Verde y de la Biodiversidad, que, según explicaron, sentará las bases de la infraestructura verde y del fomento de la biodiversidad urbana durante los próximos años y décadas. El plan contempla la creación y recreación de hábitats naturales y saludables, con jardines en las azoteas o alcorques vacíos replantados; el fomento de la agricultura ecológica, los huertos urbanos y la conexión natural entre los barrios y el área metropolitana.

Como iniciativas puntuales, de momento, está el centro municipal de actividades para personas mayores de Benicalap, que dispone de una cubierta verde que ha instalado la Concejalía de Emergencia Climática y Transición Energética del Ayuntamiento de València dentro del proyecto europeo GrowGreen, que gestiona con el centro de innovación Las Naves. Las cubiertas verdes como la de Benicalap, una actuación piloto, actúan como filtros de sustancias tóxicas, lo que, evidentemente, redunda en la mejora de la salud de las personas. Además, son capaces de retener hasta el 90 % del agua de lluvia, reducen el calentamiento atmosférico y humedecen el ambiente urbano creando un clima más agradable. Otra de sus bondades es que con esta cubierta ajardinada se reduce el ruido, lo que beneficia también a las personas mayores que acuden al centro de actividades. En concreto, la instalada en Benicalap es del tipo extensivo y tiene una superficie aproximada de 345 m2.

Azotea del centro de actividades para personas mayores de Benicalap (València), dentro del proyecto europeo GrowGreen.

«València es una de esas ciudades que podría recorrerse en bici y con una buena red de transporte público y, sin embargo, se sigue viviendo desde el coche, por no decir que la presencia de árboles en las calles es ridícula. Si bien es cierto que está viviendo un cambio hacia una ciudad más participada y con la mirada hacia las personas. Se han generado nuevos carriles bici y se están peatonalizando plazas y calles. Pero a nivel urbanístico tiene mucho trabajo para convertirse en una ciudad del siglo XXI», indican las arquitectas de Encajes Urbanos, que opinan que «la arquitectura y el urbanismo del futuro serán feministas (inclusivas y participativas), tendrán en cuenta a las personas y al medioambiente….o no serán».

«La ciudad funciona en muchos aspectos – explica el arquitecto Javier Molinero – pero se han dejado muchos otros de lado. Los cuidados, las personas mayores, los niños, la mujeres y el medio ambiente han sido históricamente aparcados por los que han diseñado la ciudad. Se está arreglando poco a poco, pero hay tanto por hacer…».

Repensar la ciudad. ¿Qué mejor momento para hacerlo que en uno de cambio como este?

Fotografía: Bárbara Green y D.R.
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