Shrek, Blancanieves y la arquitectura vernácula

15 marzo 2025

por | 15 marzo 2025

Se dice que la tradición en sentido popular, ese conjunto de costumbres y formas de hacer acumuladas durante siglos, constituye una fuente referente de inagotable sabiduría por su carácter perenne, donde el tiempo hace las veces de juez. No obstante, existe la creencia impulsiva de que la herencia es preciada por la pervivencia en sí misma, cuando su verdadero valor reside en la solidez de los porqués que la fundamentan. Erróneamente asociada con la austeridad o lo obsoleto, la arquitectura vernácula constituye un rico recurso en el que fijar la mirada. Con frecuencia, le reclamamos mimetismo con el entorno —y suele lograrlo— pero cabe preguntarse de qué manera acaba envuelta de esa esencia invisible.

En 2001 un cuento de hadas irreverente llegó a los cines para narrar la historia de un antihéroe, el ogro Shrek, quien habitaba un enclave de lo más particular: una oscura ciénaga, demostrando que el lugar juega un rol indispensable en el establecimiento de normas para su ocupación y que desatender este aspecto no es sino un paso en falso.

La casa-árbol de Shrek recurre al entorno tan pronto como decide establecerse en las enormes raíces de un árbol ya extinto, una estructura en exoesqueleto que recuerda a los contrafuertes góticos. La oquedad propia del tronco alberga el interior de la vivienda mientras que el lodo del barrizal que circunda es la materia prima para la construcción de los muros. Esta tierra compactada es un excelente regulador térmico que ha sido puesto a prueba durante siglos. Shrek desarrolla la técnica del tapial sin encofrado, donde deducimos apila hiladas de tierra arcillosa mezclada con hierbas y ramas a las que luego aplica los ajustes pertinentes.

Interior de la casa-árbol de la ciénaga en «Shrek» (Andrew Adamson, Vicky Jenson, 2001) © Dreamworks Animation.

Los escasos vanos no son simplemente vacíos en el cerramiento sino que se encuentran delimitados por carpinterías que, como no podía ser de otro modo, están elaboradas con la madera que prolifera en el bosque. Como muchos otros, Shrek no es ningún inventor sino un descubridor de las posibilidades que le rodean. Ni que decir tiene que la azotea verde, a la que se puede llegar dando una tranquila «promenade» flanqueando el tronco, es la forma más coherente de dejarse cubrir. Esa vegetación está ahí porque le corresponde estarlo.

Otra muestra de lo que la arquitectura vernácula puede ser, concretamente la más asentada en el imaginario popular, es la famosa casa de los Siete Enanitos del cuento de Blancanieves. Esta historia de los hermanos Grimm —recogida en sus «folktales» de 1812— fue adaptada al cine por Disney en los años 30. Su primer largometraje animado nos trae la idílica imagen de un «cottage» de estilo europeo y, en específico, una posible muestra del «estilo selva negra» —el Schwarzwaldhaus—.

Un idílico fotograma de «Blancanieves y los 7 enanitos» (David Hand, 1937) © Walt Disney Animation Studios.

Se dice que el propio Walt Disney recopiló en su viaje por Europa diversos ejemplares de libros ilustrados alemanes de los que pudo tomar inspiración. Esta cabaña pudo estar situada en la región germana de Franconia. En el arte del dibujante Albert Hurter se respiran trazas de lo que identificamos como pintoresco. Así, los faldones apuntados de sus cubiertas a base de paja alcanzan la planta inferior ofreciendo protección contra el soleamiento del verano, los vientos laterales y evitando la acumulación de nieve, al modo de las mencionadas viviendas rurales alemanas.

Al mismo tiempo, su aspecto artesanal, su asimetría formal o la curvatura y ángulos de sus trazados parecen guardar cierto vínculo con el expresionismo alemán, cuestión apreciada también en algunas secuencias de la película. De hecho, es sabido que el equipo de animación tomó referencias clave del cine de vanguardia, donde destaca particularmente la casa del Dr. Rotwang de «Metrópolis» (Lang, 1927): «en medio de Metrópolis hay una extraña casa ignorada durante siglos», reza uno de los intertítulos de la película.

Casa del Dr. Rotwang en «Metrópolis» (F. Lang, 1927) © Dominio Público.

En los casos de estudio descritos, encontramos que la animación se nutre del concepto extendido de lo que la arquitectura tradicional, campestre, cotidiana o de retiro podría ser. No obstante, tras estos apuntes, conviene detenerse para romper el prejuicio de lo vernáculo como sinónimo de «rústico» y comprenderlo desde un posicionamiento ético.

El alcance de la arquitectura vernácula, si se toma como un recurso de futuro, va más allá de un lenguaje predefinido o una estética impostada y está más cerca de un ejercicio de respuestas a lo que el medio exige con lo que el medio da. 

Bernard Rudofsky, a propósito de su exposición «Arquitectura sin arquitectos» (MoMA, 1964) afirmó que: «los arquitectos anónimos en espacio y tiempo demuestran un admirable talento para insertar sus edificios en sus contextos naturales. En vez de intentar conquistar la naturaleza, como hacemos nosotros, ellos abrazaban los agentes climáticos y los condicionantes topográficos».

No debemos interpretar nuestro patrimonio vernáculo como un feliz «accidente» sino como el resultado de un ejercicio humano consciente. El estudio de las formas de ocupación del territorio y las arquitecturas de las diferentes sociedades humanas constituye un recurso antropológico muy ilustrativo para la comprensión de sus convicciones y posibilidades. Hay, en lo vernáculo, un ejemplo honesto, una verdad de prestigio, sobre lo que las comunidades mismas son.

Fotografía: D.R.
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