1972. Domingo de sol. Once y media de la mañana.
Barrio Chino de València, en pleno corazón de la ciudad.
Los transeúntes ocupan la calle. Es un lugar concurrido y sombrío, donde conviven prostitutas y macarras con tenderos, músicos ambulantes y artesanos. Un lugar de ajetreo y movimiento, donde curiosos y fisgones de pelaje muy diverso acuden a mirar y a saciar sus necesidades sexuales.
Es un día de fiesta, el día de los padres, y los hombres se agolpan en las aceras, siguiendo con su mirada deseante los cuerpos voluptuosos que se exhiben en los portales. Joaquín Collado ha venido a este lugar para dejar testimonio con su cámara de ese ambiente lúbrico y voraz.
Es consciente de que, a esas horas, las cuatro calles viejas y sucias que conforman el núcleo perverso de la ciudad, estarán llenas de individuos acechando la llegada de la primavera de la carne.
Se pasea discretamente, fingiendo ser un turista, sosteniendo su Nikon FTN de manera disimulada para que la gente no advierta que ha venido allí a robarles un pedazo de sus vidas secretas.
Mientras se desplaza, tose para disimular los disparos furtivos de su cámara, y trata de no perderse los detalles de aquel espectáculo humano.
Con 42 años, Collado es un fotógrafo amateur que ha acudido a la zona prohibida con las intenciones muy claras. No es consciente de que otros fotógrafos ya han hecho lo mismo anteriormente en París (Brassaï) o en Barcelona (Joan Colom).
No importa. Su mirada es original. En 1972, Collado vive ya la ciudad como un auténtico flâneur, un «pisador de asfalto» que explora con su cámara historias que contar.
La ciudad de València permanece sumida en el letargo del final de una dictadura que está durando demasiado y que reprime el desarrollo cultural del país. La fotografía ha vivido inmersa durante los años 1940 y 1950 en un pictorialismo esteticista, de exaltación de la belleza.
No obstante, han ido surgiendo nuevos fotógrafos que, en la década de 1960, conforman una joven generación de creadores que rompen con esa tendencia.
Son fotógrafos sin una unidad estética, pero con una misma actitud vital.
Todos ellos han recibido influencias del Neorrealismo italiano, forman parte de una red de sociedades fotográficas que reciben regularmente los anuarios y revistas de fotografía internacionales, y que conectan a sus miembros con lo que pasa en otros países: Cartier Bresson, Robert Doisneau, Eugène Smith, Robert Franck, William Klein, Irving Penn, o exposiciones puntuales como The Family of Man, significan ya una apertura de perspectiva y un cambio de rumbo hacia otras maneras de ver.
Desde su posición de fotógrafo autodidacta, Joaquín Collado forma parte de ese movimiento renovador, cuya mirada adquiere tintes antropológicos y humanistas. Su obra puede entenderse como un ensayo visual sobre la ciudad y sus gentes, un ejercicio de memoria colectiva y encuentro con el otro.
(Nota de la editora: Armand Llàcer recorrió con Joaquín Collado algunas de las calles del Barrio Chino que él frecuentaba con su cámara cuarenta años atrás. Aquí y aquí pueden verse fragmentos de esos paseos. El Barrio Chino de Collado, una reconstrucción de la historia años después).
Fotografía: Joaquín Collado. Vídeos: Armand Llàcer.