“El mal gusto es la mala educación”, leo en alguna parte. Y lo anoto aquí. No se me ocurre otra definición mejor. Nuestra época, la que nos ha tocado vivir, es un ejemplo perfecto de mal gusto, o eso me parece a bote pronto.
Leo y subrayo con ganas y anoto más y más páginas de Una filosofía del miedo (Anagrama), de Bernat Castany. Entre otras líneas, las que dedica al suicidio; a la necesidad de buscarle remedio con imaginación (y con ayuda, seguro), algo que toma prestado de Stendhal (“Todo el que se suicida, se suicida por falta de imaginación”). Y que a mí me lleva de vuelta a Emil Cioran: nadie debería suicidarse si es capaz de reír. Y sí, siempre podemos reírnos de todo aquello que despreciamos: la violencia, la injusticia, el horror. Porque al cabo el suicida, como dejó dicho Schopenhauer (Sobre el dolor del mundo, el suicidio y la voluntad de vivir, en Tecnos), “sólo está descontento con las condiciones en las que le ha tocado vivir”. Luchemos, pues, por cambiarlas.
Me quedo observando un buen rato la galería de retratos del fotógrafo Timm Rautert en Bombas Gens. La mayoría los tomó para las colaboraciones que llevó a cabo en el semanario Die Zeit. Me llaman la atención algunos de ellos; el de un Andy Warhol con los ojos cerrados; el de un Henri Cartier-Bresson de espaldas o el de Otl Aicher sentado a la mesa de trabajo, dibujando a mano -y de forma rigurosa- alguna de sus familias tipográficas.
Tomo prestado de François Mauriac el título de sus colaboraciones diarias en Le Figaro para este nuevo dietario: el Bloc-notes que tanto le gustaba a mi querido José Jiménez Lozano. Amor con amor se paga.
Quedo para tomar un café con otro viejo amigo: el pintor Jorge Carla. Hace mucho tiempo que no nos vemos, pero todo lo que me dice me resulta familiar, y eso me hace sentir bien, arropado. Las ventajas de la verdadera amistad, sí. Ya lo dejaron dicho los clásicos; sigamos recurriendo a ellos.