El oficio de Fernando Abellanas fue durante muchos años la fontanería, de ella vivió bastante bien porque era un negocio que funcionaba, «pero lo que me gustaba era esto, así que durante un tiempo compatibilicé ambos trabajos: después de una jornada entera de trabajo de fontanero, cuando acababa pronto alguna tarde y, también, los fines de semana me ponía con los muebles. Claro, además de agotador es que el nivel de producción era pequeño. Ahora las cosas son muy diferentes, al venirme aquí y centrarme solo en esto, ya puedo llevar tres o cuatro proyectos a la vez: el espacio lo permite y la maquinaria, también. Además, tengo a gente que me ayuda».
Se considera muy afortunado, tiene mucho trabajo para los tiempos que corren y, sobre todo, para la gente de su generación. «Hablo mucho con el propietario de la nave, un carpintero de toda la vida ya retirado, y claro, nada tiene que ver su forma de plantearse la profesión a como lo hacemos en la actualidad. Él ha trabajado toda su vida aquí y, con suerte, ha llegado a clientes de los pueblos de alrededor. Nosotros, gracias a las redes sociales, llegamos a clientes de todo el país y rápidamente. Ahora, por ejemplo, terminamos un mueble, le hacemos las fotos aquí mismo y en cinco minutos está en Instagram. Es decir, el mismo día que lo acabamos, le hacemos las fotos y lo subimos a las redes. Y muchas veces, ese mismo día, ya te están pidiendo información para otro encargo».
Convertido ya en Lebrel, con su firma y con el logo del elegante perro, ahora trabaja bajo pedido, tiene mucha demanda y ya se puede permitir elegir, como los actores y sus papeles cuando alcanzan un cierto nombre. «Siempre me planteé como meta poder hacer solo los proyectos que me motivaran, me considero un privilegiado».
Se ve a sí mismo más diseñador industrial que artesano, «me gusta aportar un valor al trabajo, no ejecutar lo que me piden y ya está. Poder poner algo nuestro en ese trabajo, aportar algo. Nos pasa a veces que vienen arquitectos o diseñadores con la idea de un mueble para algún sitio concreto pero a falta de perfilar detalles. Aquí les damos las soluciones».
Su cuartel general desde hace tres años está en una nave industrial, que ha dividido en parte de madera y parte de metal, con la ventaja que le da trabajar ambos materiales en un mismo espacio, así acelerar todo el proceso de fabricación de piezas y poder servir el mueble a su cliente en menos tiempo.
«El hecho de combinar ambos materiales nos da una ventaja, no hay mucha gente que trabaje madera y metal en el mismo sitio. Para el arquitecto, el diseñador o el artista es a veces un problema trabajar con dos industriales diferentes. Aquí ese problema desaparece porque desde el primer momento conviven ambas estructuras, hay comunicación entre la madera y el metal, además tenemos mucha facilidad para hacer prototipos, en un par de días lo podemos tener. Y esa es otra gran ventaja».
Los escondites
Son proyectos personales, intervenciones artísticas en cierta manera, que vienen de sus años de grafitero, de la afición por los lugares poco frecuentados. «Me interesa mucho el hecho de que en la ciudad haya espacios que están muy cercanos pero a la vez muy ocultos, que nadie sabe que están ahí».
Estos proyectos nacen de observar la ciudad, agudizar el ojo y localizar sitios «invisibles». Cuando encuentra un sitio de esos, lo estudia, analiza las posibilidades y, si todo cuadra, se pone manos a la obra. Hace un tiempo construyó una especie de refugio de diseño debajo de un puente, sobre unas vías de tren, que se hizo popular y salió publicado en varias revistas. La comodidad de poder producir en su taller las estructuras necesarias en poco tiempo facilita mucho este tipo de intervenciones espaciales.
«De todas formas lo que más me gusta es encontrar el lugar. Luego ya la forma de intervenirlo depende de muchos factores, sobre todo de lo mucho que me interese o la facilidad para inventar algo allí, al final es invertir energía, dinero y tiempo», explica.
Una de sus últimas intervenciones es el acceso a un puente de hormigón, enorme, largo y hueco por dentro. «En este sitio se juntaban varios aspectos que me interesan mucho: un espacio a la vista pero escondido; la idea de atravesar el puente por un camino alternativo, en lugar de por el convencional; un sitio tan cerca de la civilización y sin embargo, al margen». Con su amigo LUCE, el artista urbano, con quien comparte muchas inquietudes, se puso a construir el acceso a ese túnel.
«Me gusta cuando hay que pensar la solución, no cuando es llegar y ya está. En este caso había que idear la forma de acceder a ese espacio no visible pero que, ese acceso, también pudiera quedar semioculto». Para ello diseñó una escalera de metal, con una piedra grande que hace de contrapeso, que se desliza hacia el suelo desde lo alto de la trampilla del puente. Todo un ingenio. Aún así sigue siendo complicado el acceso, hay que trepar un buen trozo y estar en forma. «Me interesa mantener ese punto de dificultad».
¿Forma parte de esa intervención artística el hecho de darla a conocer? «A veces sí, a veces no; no me preocupa especialmente. Hay sitios que no me importa que se sepa dónde están y otros que prefiero que sigan estando ocultos».
Hace unos años, en esta tendencia suya de aprovechar espacios, Fernando se inventó un cacharro para poder conducir por las vías de un tren que aún no estaba en funcionamiento, era en la línea que va de Manises a Ribarroja en un momento en el que se paró todo por la crisis económica y ahí estaba, la vía construida pero sin trenes. Su intervención artística en ese espacio fue inventarse un coche a motor, capaz de hacer el recorrido entero de esa vía sin tránsito.
En ese interés por darle un uso a las cosas que no se usan, también hizo hace un tiempo otra intervención en el subsuelo de la avenida Reino de Valencia, en uno de los túneles del metro inundados de agua que él navegó con una pequeña barca neumática.
Sus intervenciones a veces se limitan a documentar el espacio, en otras ocasiones hay alguna acción por su parte y, en las que confluyen los aspectos que más le interesan, es cuando completa la perfomance. En definitiva, Lebrel observa la ciudad y hace un paseo alternativo, creativo y anárquico, por los espacios que nos rodean.
Fotografía: Eduardo Manzana y Lebrel.