Adan Kovacsics y Manuel Arranz, algo más que traductores

24 octubre 2025

por | 24 octubre 2025

El chileno Adan Kovacsics (Santiago de Chile, 1953) ha traducido a algunos de nuestros autores preferidos: el Victor Klemperer de Lingua Tertii Imperii que nos descubrió Valeria Bergalli a través de Minúscula es uno de ellos. Pero también a Karl Kraus (del que editó una selección de La Antorcha), a Imre Kertész, o al último Premio Nobel de Literatura, László Krasznahorkai, publicados primorosamente por otra editorial por cuyo catálogo bebemos los vientos: Acantilado.

Manuel Arranz (Madrid, 1950) es otro traductor de fuste que ha trabajado con frecuencia para el sello que fundara Jaume Vallcorba; ahí están sus versiones de Antoine Compagnon (Los antimodernos o el más reciente Con la vida por detrás. Fines de la literatura), Florence Delay (Alta costura) o André Salmon (La apasionada vida de Modigliani). Pero no solamente: su labor traductora ha sido particularmente prolija. Tanto como la de escritura de creación (Hoy ha vuelto Baudelaire, Pornografía) como la de labor crítica que ha llevado a cabo en revistas como Turia, Revista de Occidente o la añorada Archipiélago.

Una buena selección de estas críticas ha aparecido recientemente en La Documental bajo el título Libros, lectores y lecturas. En él –como en el anterior, Por el placer de leer, publicado por Shangrila el año pasado– Arranz ha recogido, literalmente, “noventa reseñas sobre noventa y dos libros”. Esto es, las reflexiones que a nuestro querido crítico le han provocado las lecturas de algunos de sus autores favoritos: sea J.M. Coetzee, sea Clarice Lispector o W.G. Sebald. Que son los que, en buena lid, reseña: a saber, aquellos que simplemente le han gustado. Nada, pues, de hacer mala sangre con libros que no merecen la pena.

Kovacsics, por su lado, nos ha sorprendido muy gratamente con la primera parte de El destino de la palabra (Ediciones del Subsuelo); la dedicada a las reflexiones sobre el lenguaje. Nos ha sorprendido porque llevábamos tiempo esperando un libro así, en torno a los usos perversos del idioma. Kovacsics ha contado, para ello, con el ejemplo de uno de sus referentes: el Karl Kraus azote de periodistas y de todo tipo de juntaletras.

Hoy los tópicos periodísticos no son los mismos que cuando Kraus vivía, sino –entre otros– esos anglicismos imposibles que nos dejan estupefactos. Kovacsics resume muy bien el proceso: «La palabra fue revelación, luego fue verdad, después fue hipótesis, ahora es postverdad. Para llegar allí se ha adoptado e interiorizado la palabra-mercancía». Porque de eso se trata: de que convirtamos nuestras vidas en mero trasunto de compraventa. Y por ahí sí que no.

Fotografía: D.R.
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