Hace unos días empecé a escribir otra de estas columnas espoleado por una noticia que me puso de buen humor. No la encuentro (o prefiero no encontrarla: a menudo dejo sin publicar los textos más ácidos). A lo que iba: en septiembre aparecerá la historia de la pijería en España. Cuando me enteré, me imaginé muerto de la risa en el acto mismo de la lectura.
No conozco a la autora, la periodista Raquel Peláez, pero da igual: el título, ‘Quiero y no puedo. Una historia de los pijos en España’, lo dice todo de una obra que promete, y mucho, sobre todo teniendo en cuenta que ha sido escrita a partir de la extensa fauna que compone nuestra entrañable pijería (“nobles, señoritos, polloperas, pacoaristócratas, chicas topolino, yeyés, gauche divine, la movida, hipsters, beautiful people, rojipardos, cayetanos”), a derecha y a izquierda. Lo publicará Blackie Books. En septiembre, sí, sí: habrá que hincarle el diente.
Leo estos días las crónicas de Clarice Lispector (‘Todas las crónicas’, en Siruela) sorprendido por su inmediatez y por su capacidad para abordar cualquier tema. Me acuerdo, mientras las leo, del libro de ensayos que publicó Lumen hace unos años de Natalia Ginzburg, sobre todo por la sinceridad que desprenden los textos de estas dos mujeres libres. Dos grandes escritoras de las que deberíamos aprender algo. A perder el miedo, por ejemplo.
Escucho en bucle mientras escribo estas líneas una de las canciones que componen el álbum Ziggy Stardust de David Bowie: ‘Moonage daydream’. Puro glam: ahí está el sello de Ken Scott (y no de Tony Visconti, como uno había pensado). En Instagram encuentro a un locutor de radio italiano, un tal Paolo, cantándola con mucha gracia. “Keep your ‘lectric eye on me, babe!”.
Vuelvo a un par de documentales para preparar unas entrevistas que tengo pendientes. Me refiero a ‘El desencanto’ (1976), de Jaime Chávarri, y a ‘Mientras el cuerpo aguante’ (1982), de Fernando Trueba. Ambos tienen como objeto a hijos de destacados falangistas: en el primer caso, a los del poeta Leopoldo Panero; en el segundo, a Chicho Sánchez Ferlosio, vástago de Rafael Sánchez Mazas. De fondo quedan los ecos de la lectura de un libro de Jordi Gracia: ‘La resistencia silenciosa’. En él se dice que hubo un componente liberal -amén del preponderante: el fascista- en la Falange. Y yo me pregunto si ese espíritu liberal, utópico incluso, de los progenitores, llevó a estos hijos a rebelarse contra el sistema que los vio nacer entre algodones. Ahí queda eso.