En algún momento de la década de los 90 se puso de moda Cioran en España. Dos décadas antes, su obra había sido introducida en nuestro país por la editorial Taurus –gracias a las traducciones al castellano que llevó a cabo Fernando Savater–; llegados a los 90 fue Tusquets (en aquella colección que diseñaran Óscar Tusquets y Lluís Tusquets: Marginales) quien volvió a las andadas con la obra del rumano que dejó su lengua y su patria por París (en 1937) y el francés (doce años más tarde, en 1949, con la publicación del Précis de décomposition, o Breviario de podredumbre). Yo, como tantas otras personas, la descubrí entonces.
En aquel momento, me decía a mí mismo que un mundo que permitía la enésima guerra, la de los Balcanes, era una aberración: la misma que se ajustaba a las descripciones que del mundo y de la vida en general hacía Emil Cioran. Su lucidez, su sentido del humor, su escritura fragmentaria y su gusto por la música (de su madre herederará, cierto, la pasión por la de J.S. Bach) reforzaron esta atracción por sus libros.
Mi interés por Cioran se ha mantenido en el tiempo gracias a la aparición de varios libros; entre ellos, la edición íntegra de sus Cuadernos en 2017 (tres años más tarde apareció la traducción al castellano), o los distintos títulos que la editorial Hermida ha publicado en los últimos años. Me refiero a los libros que Cioran escribió en rumano y que, o bien no habían sido traducidos todavía (Extravíos), o bien lo habían sido a partir de ediciones abreviadas (así, Lágrimas y santos vino a sustituir a De lágrimas y de santos).
El último de todos ellos es Cioran antes de Cioran, de Vincent Piednoir (Ediciones del Subsuelo, sello que publicó asimismo el muy recomendable E.M. Cioran. Itinerarios de una vida, de Gabriel Liiceanu). En él, Piednoir rastrea la génesis de los coqueteos de nuestro filósofo con el fascismo en los años 30. Para ello lleva a cabo un minucioso trabajo en el que da cuenta del contexto en que aparece Rumanía, una nación que ha sido maltratada con suma frecuencia, algo que provocaba la reacción furibunda de Cioran. Pero también el medio intelectual en el que se insertó: la Joven Generación de Mircea Eliade, que fue influida (de forma nefasta, según Piednoir, ya que “en muchos sentidos facilitó su ideologización”) por el profesor Nae Ionescu, persona cercana a la Guardia de Hierro y lector de Spengler.
A ello hay que añadir el fuerte sentimiento nacionalista de la época, la lectura de autores como Nietzsche o el insomnio que Cioran padeció y que tanto daño le hizo, son algunas de las causas de esta fiebre –afortunadamente—pasajera. No en vano, su obra (especialmente la que escribió en francés, idioma al que quiso someterse) está repleta de refutaciones a todo lo que resultó de aquel tiempo de totalitarismos en boga.