De un tiempo a esta parte, el diario ha tomado carta de naturaleza en el ámbito de las letras hispánicas. Ya no resulta excepcional la publicación de los cuadernos de notas de artistas o escritores (fundamentalmente, de estos últimos).
Los diarios de Rafael Chirbes, de los que ahora ve la luz el segundo volumen, han gozado además de una gran recepción crítica. Suponen, como en tantos otros casos (Víctor Klemperer, Sándor Márai, John Cheever, Alejandra Pizarnik), un ejercicio radical de escritura. Suele haber en ellos (también en el caso que nos ocupa) una mirada crítica, poco o nada complaciente, hacia el yo y hacia la colectividad, sea una nación o un grupo determinado de personas; de ahí, en buena parte, el interés que suscitan en nosotros.
En estas páginas escritas por Rafael Chirbes abundan las anotaciones referidas a las lecturas que llevó a cabo en la época en que fueron realizadas, hacia la segunda mitad de la década de 2000. Llama la atención su interés por volver a los clásicos. Intuye que le queda poco tiempo de vida: “Me apetece tanto volverme a los clásicos (…). Queda poco tiempo y hay que aprovecharlo”, dice. De ahí su lectura y comentario de libros como La Celestina y de autores como Lucrecio, Virgilio o el Cicerón de De senectute. Afirma haber disfrutado igualmente con libros como el ensayo de Carlos García Gual sobre Epicuro o la monografía de Goya firmada por Robert Hughes. A Chirbes, las estampas de Goya le devuelven “una España terrible, podrida (físicamente podrida, sucia), cuyos espasmos aún le llegaron a la gente de mi generación”.
Como decíamos, Chirbes no ahorra críticas ni para sí (no acaba de creerse su éxito como novelista) ni para los demás: aquella España del ladrillo desbocado que la Gran Recesión de 2008 dejó al borde de la ruina, o esa Valencia que observa como una ciudad de nuevos y viejos ricos pagados de sí mismos. El autor de Crematorio reparte a diestra y siniestra: a socialdemócratas (muy especialmente), a conservadores y hasta al aparato del PCE, a propósito de la lectura que lleva a cabo del ensayo de Gregorio Morán.
Las más de seiscientas páginas de que consta este libro dan mucho más de sí: destacan, además, las descripciones de las ciudades que visitó en aquellos años, que no fueron pocas. Pero hay más, mucho más, como pueden imaginar.