16 julio 2021

por | 16 julio 2021

Hacia 1950, la incipiente, pero imparable, industria turística iniciaba su despegue en España con todos los ingredientes a punto: un sol de justicia, los precios baratos, la irrupción del automóvil y una red de carreteras recién creada que conectaba, más o menos, el litoral mediterráneo con el ancho mundo. En esa década, los cuatro kilómetros de fina arena de la playa del Recatí, en la pedanía valenciana de El Perellonet, y sus pescadores habituales de tellinas y llobarros veían llegar a los primeros veraneantes “forasteros”.

Las barracas y el coppertone

Era el primer destino turístico de los alrededores de València y estaba situado estratégicamente entre dos compuertas, las golas, de La Albufera, que aún no había sido declarada Parque Natural. Empezaba así a gestarse una curiosa mezcla formada por las barracas, los barqueros y las extranjeras untadas con el exótico coppertone. 

Treinta años atrás, El Perellonet original lo formaban veintisiete peculiares casas de pescadores, construidas bajo bóvedas autoportantes de cemento y con una curiosa forma semiesférica, de las cuales aún se conservan algunas, y una pequeña iglesia en honor, cómo no, a la Virgen del Carmen, patrona de los marineros, todo ello fundado por el Marqués de Valterra y promovido por el Instituto Social de la Marina.

Antes de eso, como germen de lo que vendría, solo existía la casa del encargado de mover las compuertas de la Albufera, que vivía allí con su familia, desde 1906, junto a la gola que comunicaba el lago con el mar. Con la construcción de la carretera que iba a unir Nazaret con Oliva, en 1920, se abriría todo un mundo de posibilidades.

Zona pesquera y agrícola por excelencia, El Perellonet cultivaba arroz en los terrenos ganados a La Albufera y, en sus tierras, crecían unas sabrosas hortalizas. Sus tomates siguen siendo míticos. El turismo arrinconó un tanto las formas de vida más tradicionales y trajo algunas novedades: unas buenas, como el Hotel Recatí, y otras no tanto, como el urbanismo anárquico y abusivo de los años 60 y 70 (se declaró, oficialmente, «zona turística a potenciar»). Socorro.

El Hotel Recatí: La modernidad

El Hotel Recatí, que ya no existe, fue proyectado a pie de playa, en 1955, por el arquitecto Luis Gay y supuso uno de los ejemplos de arquitectura turística más racional y respetuosa con el medio ambiente, además de tener, como explica el profesor David Serrano, “un claro compromiso con la modernidad”.

“Si el turismo es la industria que abre España al mundo, en ese momento, y trae la modernidad, la arquitectura turística debe ser necesariamente moderna y reflejar esta circunstancia”. “La modernidad que la sociedad española, que salía de una terrible Guerra Civil y de una larga y dura posguerra, estaba ansiosa por alcanzar, viene, en muchos casos, de la mano de esas oleadas de turistas que empiezan a visitarnos cada verano”, explica Serrano. 

“Gay despliega en el Hotel Recatí toda una serie de recursos que tienen como finalidad minimizar la huella de la actuación en el medio, incidiendo, por tanto, de manera moderada en la transformación del paisaje natural marítimo. Esta sensibilidad suya confiere especial interés a esta obra, frente a otras propuestas más agresivas con el medio natural desarrolladas en décadas posteriores, que a menudo únicamente obedecieron a criterios especulativos”, señala el arquitecto.

Luis Gay (1912-1996) proyectó, además del Recatí, dos hoteles más que corrieron mejor suerte: el Hotel Sicania, en Cullera, y el Hotel Bayrén, en Gandia. Los tres abrieron el camino hacia una anhelada, y un tanto ingenua, prosperidad turística basada en una arquitectura cuidada y cuidadosa. Esa modernidad trajo una libertad de costumbres que rivalizaba con la extendida moral puritana, como se vio en la película “El juego de la oca”, de Manolo Summers (con guion a medias por Pilar Miró), rodada en el Hotel Bayrén.

Además de la arquitectura de Luis Gay, el diseño del interior del hotel procedía del adelantado José Martínez Peris, uno de los principales decoradores en València. Como componente del Grupo Parpalló y profesional comprometido con el arte, incorporó a sus proyectos obras de artistas como Cillero, Nassio Bayarri o Joaquín Michavila e introdujo el mueble de diseño contemporáneo en València, a través de firmas como Cassina o Louis Poulsen.

El tiempo pasó y el Hotel Recatí, que había visto desfilar por sus estancias a los jugadores de la selección española de Gento y Di Stefano en sus concentraciones y a la maravillosamente díscola Ava Gardner, entre otras celebridades, fue envejeciendo sin que nadie atendiera sus necesidades de mantenimiento. Hasta que, un día, lo derribaron. Adiós al turismo moderno y respetuoso de Luis Gay.

Carretera a las dunas

Con los años, esa carretera que trasladaba a los veraneantes desde la recalcitrante ciudad hasta la casa de la playa en apenas 20 kilómetros, se cobraba el peaje en nervios gracias a unos atascos memorables, pero permitía la posibilidad de trabajar en la ciudad y, tras la jornada laboral, disfrutar del mar por las tardes a los 25.000 residentes que dormían en sus dominios durante los meses estivales.

Porque, eso sí, la declaración de La Albufera como Parque Natural, en 1986, fue el salvoconducto que permitió que se parase a tiempo la construcción salvaje en esa zona y que se restringiera la presencia de campings y hoteles. Recordemos que solo unos años antes, en 1973, se preveía, en la zona del Saler y aledaños, la construcción de 24 hoteles, 12 apartahoteles y 2.250 apartamentos en 56 torres. La contestación ciudadana («Un Saler per al poble») fue, además de novedosa, muy efectiva.  

Lo que se construyó hasta ese momento es lo que hay. Así, la del Recatí es una playa para los veraneantes que tienen su segunda residencia allí y es un lugar tan sui generis que no tiene paseo, no tiene hoteles … no tiene apenas servicios. Eso sí, es una playa cero masificada. Ordenando un poco el lío urbanístico encontramos un conjunto de edificios que sobresale, Tres Carabelas, construido por García Sanz y Valls Abad entre 1964 y 1967.

Veraneos ochenteros

El Recatí reunía, atención jóvenes, lo más típico de las playas de los ochenta: el veraneo de tres meses, la digestión de dos horas, la carta de helados de Avidesa (siempre con tachones en dos o tres precios), alguna mancha de alquitrán y morreos en el frontón por la noche. 

La playa como reflejo de un momento y de una sociedad concreta: un tipo de estética, un tipo de ocio. La ruta (Destroy o del Bakalao) pasaba justo por delante del Recatí camino de las noches largas y vibrantes al son de la música más vanguardista llegada de Londres y Manchester. En ese recorrido aún podemos ver en pie lo que fue la discoteca Pomelo, obra de GODB Arquitectos Asociados, que proyectaron en 1970 dando vía libre al uso de formas curvas, mucho cubículo y una cierta escenografía galáctica. Moderna a más no poder. Aquello no era Biarritz y ni falta que le hacía.

La del Recatí era, es, una playa mediterránea congelada en el tiempo, con sus edificios de ladrillo caravista y pocos alardes arquitectónicos pero con mucho sabor genuino: no hay chiringuitos new age pero, si te descuidas, pasa la avioneta de Nivea lanzando pelotas a la arena o con la tira de publicidad del Safari Park. La playa es larga, ancha, limpia y muy tranquila. ¿Para qué más?

El Recatí recuerda a los veranos en los que no existía Instagram y en los que nunca pasabas de las primeras páginas del Cuaderno de Vacaciones Santillana ni parabas mucho en casa excepto para irte rápidamente otra vez.

Casi todos seguimos veraneando y yendo a la playa, pero ya no lo hacemos igual. Salvo, quizá, en el Recatí.

Este artículo forma parte del proyecto Recatí, con diseño editorial del estudio Estiu en colaboración con Flat Magazine y editado en papel por Festiu. Está disponible aquí.

(Nota aclaratoria para amantes de la tilde: la cabecera del proyecto, en la versión en papel, ha utilizado las letras originales del extinto hotel Recatí, que no llevaban tilde en su rótulo de la fachada. Para respetar ese rótulo el editor decidió, sabiamente, no corregir la falta ortográfica pese al riesgo de parecer iletrado).

Fotografía: Clara Bayo
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