Arquitectura y vino: Fran Silvestre se une al club

3 mayo 2025

por | 3 mayo 2025

A finales del siglo XX, en pleno apogeo del fenómeno de los arquitectos-estrella y recién transformada la ciudad de Bilbao con la llegada del Guggenheim, los dueños de la bodega Marqués de Riscal, en Elciego (Rioja Alavesa), decidieron invitar al arquitecto Frank Gehry a darse un paseo por sus viñedos. Además de rehacer las bodegas, lo que iba a ser la parte de oficinas de la empresa acabaría convirtiéndose en un hotel y, a la vez, en el símbolo de la arquitectura aplicada al turismo del vino, también muy iniciático en esos primeros dosmiles. A este miniguggenheim se le unieron otros edificios diseñados por otros tantos arquitectos prestigiosos, eran tiempos de grandes inversiones en las bodegas como foco de atracción para el turista más adinerado.

Bodega Marqués de Riscal, en Elciego (Rioja Alavesa), obra del arquitecto Frank Gehry.

La Sala de degustación de Viña Tondonia, en Haro (La Rioja), fue diseñada por Zaha Hadid; Calatrava, cómo no, él también, diseñó el espacio para vinos de las Bodegas Ysios, en Laguardia (Álava); Richard Rogers, junto a Alonso Balaguer, proyectó la sede de Bodegas Protos, en Peñafiel (Valladolid); Foster, también en los dominios de la Ribera del Duero, pensó las Bodegas Portia, en Gumiel de Izán (Burgos); Rafael Moneo, en Navarra, diseñó las Bodegas Arinzano-Chivite; y los arquitectos de RCR proyectaron, a varios metros bajo tierra, las bodegas Bell-Lloc, en Palamós (Girona).

Viña Tondonia, en Haro (La Rioja), diseñada por Zaha Hadid.

Richard Rogers, junto a Alonso Balaguer, diseñó la sede de Bodegas Protos, en Peñafiel (Valladolid).

Bodegas Portia, en Gumiel de Izán (Burgos), diseñadas por Norman Foster.

Las Bodegas Ysios, en Laguardia (Álava), fueron diseñadas por Santiago Calatrava.

Uniéndose a esta lista de arquitectos que construyen grandes bodegas, el valenciano Fran Silvestre acaba de concluir el proyecto de Dominio D´Echauz, una finca situada en un enclave natural de la Ribera del Duero soriana a mil metros de altitud, donde el riesgo y el clima extremo obligan a una viticultura de precisión.

En plena llanura castellana, en Zayas de Báscones, surge una pieza arquitectónica que no se impone–explican desde el estudio de Silvestre– sino que se posa. Más que una bodega al uso, se concibe como un lugar para la investigación y recuperación de variedades ancestrales de vid. Un espacio donde, tras un proceso de microvinificación, se elaboran pequeñas producciones experimentales que permiten evaluar el potencial de cepas olvidadas o no catalogadas. Esta bodega custodia y protege la biodiversidad genética de la vid en España, incluyendo aquellas especies que aún sobreviven en los márgenes del paisaje y del tiempo.

«La arquitectura se apoya con suavidad sobre la topografía, mimetizándose con las geometrías del territorio y el ritmo pausado del cultivo. Los dos muros curvos que estructuran la bodega se inspiran en el trazado de los campos de vid colindantes, generando una envolvente que define el espacio y permite construirlo de una forma natural», apuntan.

«El trazado longitudinal de la propuesta –explican–responde a la secuencia del proceso de producción del vino: desde la llegada de la uva y el despalillado, pasando por la fermentación en depósitos de acero, la sala de crianza en barricas de roble y, finalmente, el embotellado. Este recorrido lineal se expande puntualmente para integrar una zona social y de cata, así como espacios dedicados a la investigación y al almacenamiento, manteniendo siempre la lógica funcional del proceso enológico».

Los muros, realizados con bloques de hempcrete —una mezcla de fibras vegetales, cal y agua— colocados a sardinel, adquieren mayor inercia estructural gracias a su geometría curva, y se refuerzan entre sí mediante una cubierta metálica ligera a un solo agua. «Todos los elementos constructivos se unifican mediante un proyectado continuo de Diathonite blanco, un mortero a base de corcho natural, que se utiliza en paredes, suelos y techo. Este sistema no solo contribuye a una imagen unitaria y natural, sino que confiere al conjunto una gran inercia térmica, fundamental para garantizar condiciones estables en el interior de la bodega y favorecer el desarrollo óptimo del vino durante su crianza», explican.

No se trata solo de almacenar vino, también de guardar vida, diversidad y memoria. «Es un refugio contemporáneo para la sabiduría antigua de la vid», concluyen.

Fotografía: Estudio Agraph.

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