El punto de partida de este proyecto de Bona Fide taller es la cerámica y la huerta, más local no se puede. La huerta valenciana, tradicionalmente, ha protegido la coronación de sus construcciones de argamasa con piezas cerámicas sirviéndose, de manera orgánica, de aquellos materiales a su alcance. Esa ha sido la forma de proceder propia de la arquitectura vernácula e informal, expresiva y propia del lugar.
«A cinco minutos andando desde la parada de metro de Albalat dels Sorells, rodeados ya de campos de naranjos y caquis, encontramos un campo baldío escalonado por un murete. El ramal de riego pegado a su base hace las veces de sendero y conduce, bajo el resguardo del margen de piedra enfoscada, al encuentro con otro campo a mayor altura, plantado de naranjos», explica Alejandro Martínez del Río (Alicante, 1990), al frente de Bona Fide taller.
Este proyecto es (fue) fruto de una acción de puesta en valor de l’Horta Nord a través del festival Miradors de l’Horta -ya en su quinto año plantando instalaciones efímeras a medio camino entre la belleza y la reivindicación-, en íntimo diálogo con las trazas del lugar y con la cerámica como hilo conductor. Una oportunidad maravillosa para mostrar los primeros frutos de la íntima relación del estudio Bona fide taller con Nuet Cerámica.
«A escuadra de los márgenes se acotan dos habitaciones abiertas al cielo, entroncadas al sendero de ladrillo que accede a su interior y a las acequias que son su asiento. Dos pabellones que parecen en su tamaño y calado a quemadores de rastrojos. Vedados. Espacios previos». La celosía se dibuja como una pieza limpia y de diseño discreto que responde a su naturaleza material y al proceso de su producción.
El calado en cruz gradúa la luz, la corriente y la vista como un velo, combinando piezas con un punto más ceñido con otras de perforación más holgada. La incisión muestra la elegancia y precisión de la extrusión sin perder la calidez cerámica.
«Este calado ordena los lienzos, al tiempo que una serie de piezas cerámicas secundarias -bloques de panal, ladrillos mecanizados y rasillas- los complementan: rematan las jambas de las aberturas, calzan las viguetas prefabricadas de los dinteles, cosen el aparejo abierto o ajustan las hiladas a los niveles de las acequias», apunta el arquitecto.
El pavimento de los espacios es un crisol de curiosas secciones cerámicas, donde los perfiles muestran figuras complejas; estadios intermedios de la industria cerámica con riqueza estética propia. «Todo se toma con mortero pobre. Así se ha podido desmontar, retirar los marcos y volver a dejar correr las acequias», concluye.