Cuando los centros de las ciudades se desvinculan de su tradición y de su cultura se deslocalizan y se desarraigan, eliminando los rasgos distintivos que las hacen únicas. Las ciudades pierden así su carácter en detrimento de la alienación global. El término urbanalización, que define este fenómeno, ya fue acuñado por el geógrafo Francesc Muñoz en su libro Urbanalización. Paisajes comunes, lugares globales (Editorial GG) en 2008. En él analizaba los procesos de urbanización que han dado lugar a una réplica paisajística de las ciudades a raíz de la globalización y de la banalidad inherente, que las convierte en clónicas. Los locales ubicados en los centros históricos o en las calles con más afluencia de ciudadanos y visitantes son los que cuentan con los alquileres más caros. Sus precios están fuera del alcance de los pequeños comerciantes y de las marcas emergentes y, en consecuencia, quedan restringidos a las franquicias internacionales con facturaciones millonarias. ¿Siempre pasa así? Afortunadamente, hay honrosas excepciones que dan esperanza al paseante (local o no): El Gallo de Oro es una de ellas.
«El proyecto de El Gallo de Oro nace de las ganas de Arturo Salvetti, con sus primos franceses, Patricia y Arnaud, junto a Carlos Pinazo, del estudio Pont de Fusta, de crear algo juntos. Es la jubilación de su antigua propietaria y el conocimiento de ello por parte de Arturo lo que da inicio al proyecto», explica Laura Losada, la diseñadora, junto a Pinazo, de este espacio ubicado frente al Mercado Central de València, una zona donde el metro cuadrado alberga tanta belleza artística como montones de turistas. La propietaria se decantó por elegir a Salvetti como su ‘sucesor’ porque le garantizó que preservaría el nombre y la esencia del lugar. Salvetti, por su parte, tenía muy claro que quería hacer de El Gallo de Oro un sitio donde pudieran comer y beber bien tanto turistas como locales, con buen producto fresco y en un lugar con personalidad. «Después de haber dirigido casi diez años mi propio negocio, La Gallineta, que por motivos familiares decidí venderlo, como giro del destino me convierto ahora en ‘Gallo’», apunta el propietario.
Arturo Salvetti está al frente de El Gallo de Oro.
«El mercado y su presencia es el eje conductor del espacio, pero también la historia de María y su pensión y casa de comidas, y, por extensión, la de todas esas mujeres valencianas que llenan sus carros en los mercados y nos han dado tantos guisos que están en nuestra memoria y son patrimonio de la ciudad. En este sentido, a nivel espacial decidimos traer la fachada del mercado dentro del local y que ésta formara parte del espacio dejando los ventanales lo más libres posibles para así, desde dentro, poder ver perfectamente ambas fachadas y contemplar, a modo de cuadro de museo, como una reliquia cotidiana, esas escenas de mujeres con sus carros de compra llenos de productos de la huerta sorteando a los miles de turistas que deambulan por los alrededores», explica Losada, quien ha desarrollado el proyecto de interiorismo del local conjuntamente con Carlos Pinazo, del estudio Pont de Fusta.
Reproducción de una foto original de El Gallo de Oro de 1904 (Foto: PDF).
La idea del interiorismo, al enfrentarse a un espacio con tanta historia, «ha sido la de intentar guardar un poco de memoria, si algo define y tienen en común los proyectos que hemos realizado es la necesidad de atesorar memoria, continuar con la tradición y contar la historia del espacio desde su pasado hasta su presente. Por ello siempre intentamos hacer un trabajo de recolectar esos recuerdos, ya sea manteniendo elementos espaciales de interés y, si no los tuvieran, recuperarlos a través de los nuevos materiales o elementos decorativos», apunta.
Señoras comprando en el Mercado Central de Valencia (Foto: PDF).
Así hicieron en el proyecto de La Conservera, al crear un bar de conservas de pescado en la antigua Pescadería Pepe, la última del barrio de Ruzafa, donde mantuvieron la mayoría de elementos del propio comercio e, incluso, recuperaron la tipografía de las tarjetas de visita de Pepe para la nueva marca.
Lo mismo pasó con el proyecto de Anyora, donde prestaron especial atención a la arquitectura tradicional del barrio de Canyamelar, con sus fachadas de azulejo de barro verde, la reinterpretación a través de las ilustraciones en pared de la antigua cerámica tradicional de las cocinas valencianas y el homenaje a esos espacios de las viviendas como ‘la saleta’ o el ‘rebedor’, además de dar un lugar a todos aquellos negocios donde detrás de la tienda estaba la vivienda, en este caso creando el espacio de Casa Batiste en lo que antiguamente fue la casa del propietario. En Vachata también se fijaron en las antiguas horchaterías de la ciudad, utilizando el azulejo en damero tan típico de estos espacios, pero en este caso, en lugar de blanco y negro, con color.
Es desde esta mirada donde empieza el proyecto del Gallo. «Precisamente para dejar el espacio lo más limpio posible optamos por eliminar las mesas en el interior y crear una barra continua en el perímetro que prácticamente actúa como una línea sutil que no interfiere en el espacio», explica la diseñadora.
«Imaginamos que el origen del nombre viene de la calle con la que el local hace esquina, el ‘Carrer de en gall’. Seguramente también coincidió con una época donde en Valencia abundaban los espacios para las peleas de gallos. Hasta el famoso libro del escritor Mexicano Juan Rulfo y su novela El Gallo de Oro, la historia del gallo de peleas que hizo rico a su dueño después de que éste lo rescatara muy herido de una pelea, pudo ser inspirador», apunta Laura Losada.
Pero la atención la han puesto principalmente en las casas de comidas tradicionales, «en esos pequeños reductos que quedan en la ciudad, de arquitectura popular, donde el caos aparente de materiales y colores y la mezcla aleatoria de elementos artesanales hacen de ellos un museo de tradición e historia valenciana».
Su referente principal ha sido La Pepica, donde existe a «la perfección esa mezcla de materiales y elementos artesanales como el mural de cerámica o el pavimento de mosaico. En el Gallo le hemos hecho un pequeño homenaje a este espacio añadiendo el color azul, que tanto identifica a La Pepica, en el techo del local, además de la mezcla de técnicas artesanales que también son parte de la esencia del espacio».
Este mismo concepto de mezcla, ornamento, delirio, caos, historia y tradición, que también caracteriza las fachadas modernistas de la ciudad, se ha trasladado al local, donde el pavimento de trencadís y sus diferentes elementos, como el gallo y las frutas, conviven con el azulejo de barro tradicional valenciano y el barro natural sobre el que va pintado el mural.
«El mural pretende ser un homenaje a la cerámica ilustrada tradicional pero haciendo una interpretación actual. La idea era traer parte del interior del mercado dentro del espacio, sus paradas y su producto, ya que este es el elemento principal de la cocina de Arturo. El artista Luke Carter ha sido el encargado de hacer su interpretación del mercado con una mirada limpia, libre, un trazo suelto y colores vibrantes, trabajo manual donde no hay una narrativa perfecta, donde el error te va dirigiendo a lugares desconocidos. En él hay un pequeño homenaje a una de las paradas más antiguas del mercado perteneciente a la familia de un amigo querido, Javier Pastor, encargado de otras ilustraciones en proyectos como Anyora, tanto el interior como fachada, las ilustraciones de Vachata y autor de los bocetos del diseño interior en la presentación para el gallo».
Luke Carter pintando el mural que ocupa el interior del local.
Junto con el pavimento de trencadís, los responsables del trabajo han querido honrar «esa arquitectura donde los oficios de artesanos convivían haciendo de los espacios lugares que nos recuerdan la importancia del tiempo, del deambular, del observar y del proyectar». Tanto el gallo como las frutas de trencadís están realizadas por Luke Carter, mientras que el resto del pavimento lo ha realizado el grupo de albañiles artesanos que ha hecho la reforma del local.
La identidad de la marca ha sido creada por Héctor Merienda, diseñador también de la identidad de Anyora y de Vachata, entre otros. «Siguiendo la línea del interiorismo y, como otro buen atesorador de memorias, la construcción tipográfica surge de la antigua tipografía de la Pensión y Casa de comidas de El Gallo de Oro. Rescatando caracteres de ambas se ha creado la actual. El símbolo del gallo surge de la misma idea del proceso de trencadís, rompiendo la pieza entera del logotipo y recogiendo los pedazos, a modo de puzzle, se crea la forma del gallo. El color nace de la huida de lo evidente que podía haber sido elegir el color dorado».
La diseñadora cita, para concluir, una frase de Marta Cerdà del libro Sobrevivir al diseño, que representa todo aquello que han mirado, «y ojalá conseguido», para la realización del proyecto, tanto Arturo Salvetti y su concepto del comer, los diseñadores con el interiorismo, Héctor Merienda con la identidad y Luke Carter con su trabajo artístico: «Un diseño atemporal es lo que denominamos un diseño clásico. Lo es porque utiliza materiales duraderos. Es sostenible, también en el tiempo. Lo es pese a las modas. Se siente en el estómago y se deja digerir con lentitud. Funciona. En cabeza y también en entrañas. Trasciende generaciones, cultura y tiempo […]. Porque un diseño atemporal lo es también en reposo, como una lámpara cuando no está encendida».