Tras la mayor catástrofe natural de las últimas décadas, el área inundada por la DANA en la provincia de Valencia es de 15.633 hectáreas, con una población afectada que asciende a las 190.000 personas, 17.597 edificaciones residenciales implicadas y 3.249 km de calles y carreteras inundadas, según la estimación realizada por el sistema europeo de emergencias por satélite Copernicus EMS.
Una inundación fluvial, provocada por las escorrentías producidas en barrancos y lugares más elevados, unida a un tren de tormentas que se autorregeneró y se sucedió durante horas en el mismo lugar, provocaron la catástrofe. La estación meteorológica de AEMET en Turís (Valencia) registró una precipitación acumulada en 24 horas de 618 litros por metro cuadrado, con una caída máxima en una hora de 179,4 l/m² y un pico de 42 l/m² en solo 10 minutos. En Valencia llueve mal pero es que este es el récord absoluto de lluvia en España en una hora.
La Confederación Hidrográfica del Júcar cuenta con un caudalímetro instalado en la rambla del Poyo, entre los municipios de Chiva y Torrent. A partir de las 11:00 horas del martes 29 de octubre, el caudal comenzó a aumentar, lo que motivó un primer aviso al Centro de Coordinación de Emergencias, que emitió una alerta a las 12:20 horas.
Hasta las 20:12 horas de ese martes, en el que la población había hecho más o menos vida normal, no sonaron las alertas de protección civil en los teléfonos móviles. Desde las 12:20 hasta las 20:12 horas la tragedia en forma de agua destructora estaba en marcha, bajando descontrolada por cauces y barrancos, igual que también estaba en marcha la gente que trabajaba con normalidad, que llevó a sus hijos al colegio con normalidad y que no fue prevenida de la necesidad de ponerse a salvo ante lo que se nos venía. Solo la Universidad de València avisó, la víspera, de que se suspendía la actividad académica por las posibles lluvias, y el Ayuntamiento de Utiel, esa misma mañana del martes 29, decretó la alerta local y recomendó a la población no salir de sus casas.
Cuando sonaron las alertas de protección civil el 29 de octubre a las 20:12 horas había ya mucha gente subida a los techos de sus coches intentando no ahogarse. El resto, cuando se cumple una semana de ese día, es historia.
Lo de que «en Valencia llueve mal» está tan asumido que lo tenemos todos interiorizado a base de desastres (riada del 57, pantanada de Tous…) y, sobre todo, en los pueblos agrícolas tradicionalmente castigados de La Ribera. Hay hasta canciones que hablan de eso. En esta ocasión, lo que se ha llamado ‘zona cero’ comprende varias poblaciones del sur del área metropolitana de la ciudad de Valencia, pero también del interior de la provincia, como Chiva y Utiel. En total, se han cuantificado cerca de 30 kilómetros cuadrados, que es muchísimo.
Y sí, en Valencia llueve mal, pero también se ha construido mal. Ocupar con edificios la vía por donde transita el agua de forma natural nunca fue una buena idea. Tampoco construir en barrancos y en sitios inundables.
La estampa hoy mismo en esos pueblos devastados es de coches que siguen amontonados en las calles donde también se acumulan los enseres y muebles destrozados que la gente ha ido sacando de sus casas inundadas para poder limpiar el barro del interior. Barro dentro y barro fuera. Y mucho caos, desolación, impotencia y tristeza. Gente que lo ha perdido todo. La cifra provisional de víctimas mortales anda estancada en las 214 pero todavía hay personas desaparecidas.
Lo único bueno de todo esto ha sido ver la respuesta solidaria de la población, desde los que han cogido las escobas y las palas para limpiar en la zona cero, pasando por las personas que llevan agua casa por casa, hasta las que ayudan en los bancos de alimentos o hacen donaciones de ropa. Por cierto, entre los voluntarios hay muchísima gente de la que llaman, despectivamente, ‘la generación de cristal’. Se ve que son de cristal a prueba de barro.
La necesidad de respuesta efectiva en un desastre así, gigante en escala, debe ser también gigante en rapidez y en efectividad. Hay urgencia porque hay personas bloqueadas sin atención básica y muchas de ellas en situaciones complicadas (con escasa movilidad, bebés, ancianos, mujeres embarazadas, personas enfermas…). Gente que sigue incomunicada una semana después. Ante una catástrofe que supera todas las previsiones se requiere la movilización de todos los recursos. Y aunque los protocolos de actuación de protección civil sean profesionales y minuciosos, cabe cuestionarse su agilidad. Tan necesaria y tan ausente durante demasiados días.
Lo que se percibe a simple vista (incluso aunque se vea la catástrofe solo a través de los medios o de las redes sociales) es que las y los voluntarios están ahí desde el principio y los profesionales, no. Esa sensación de caos organizativo y de abandono institucional (no hay más que escuchar a la gente de los pueblos inundados), junto a una empatía escasa por parte de los políticos (con la excepción de las alcaldesas de los pueblos devastados) y una mala comunicación, además de mucho bulo malintencionado, es el cóctel perfecto para el desánimo y la indignación.
El cambio climático está ahí y vamos a necesitar, para lo que nos viene, protocolos que se adecúen a esa violencia de la naturaleza en forma de DANA y gente al mando que sea muy consciente de eso. Alteramos constantemente el equilibrio natural sin miramientos, lo que nos viene devuelto en forma de bumerán muy agresivo.
El Estado de Derecho es, con toda su maquinaria, la mejor herramienta para ‘salvar al pueblo’. Háganlo ya, aunque vayan tarde.