La Harinera del Grao: una memoria industrial y un futuro urbano

11 mayo 2024

por | 11 mayo 2024

La Harinera del Grao fue, en el siglo pasado, un espacio industrial ubicado en las inmediaciones del Puerto de Valencia destinado a la fábrica de la harina que, cuando quedó obsoleto, fue abandonado y vandalizado. Se convirtió en una ruina, pero en una de esas que tienen trascendencia social ya que su presencia mantenía la memoria de lo que fue en el recuerdo de sus vecinos.

Su recuperación por parte del estudio VAM10 Arquitectura y Paisaje, tras un largo y costoso proceso en medios y esfuerzos de más de diez años entre las dos fases de la obra, quiere convertirlo -explican- en un lugar para la innovación social y empresarial conectado con la ciudad.   

El barrio del Grao de Valencia pasó, en el siglo anterior, de ser un paisaje formado por un puerto de mar con trasiego comercial y estar rodeado de huertas y construcciones propias de pescadores, a ser un núcleo importante de población, con sistema industrial y vías férreas incluidas y con algunas instalaciones de gran valor patrimonial, como las naves de la fábrica Cross, en el Camí Fondo del Grao, o como este complejo industrial de La Harinera.

Antonio Gallud, uno de los tres arquitectos del equipo que llevó a cabo los trabajos de recuperación, recibe a Flat a las puertas de La Harinera y nos enseña todos los rincones de un lugar que empieza a tener vida dentro y que aspira a formar parte activa en el barrio y, por extensión, en la ciudad.

El complejo industrial de La Harinera está junto a Las Naves, en la calle Juan Verdeguer, y la combinación de ambos espacios podría ser el equivalente valenciano a las naves de Matadero de Madrid, una forma de dar una nueva utilidad a un viejo espacio enfocado a lo público.

«Se trata de recuperarlo como edificio productivo, no solo se restaura para que sea un recuerdo bonito de la historia, sino que sigue siendo parte vital del barrio. La gente que ya está trabajando aquí hará vida también en estas calles, irá a los bares de alrededor … ya solo por el hecho de estar, habitan. Esta es una parte urbana que está cada vez más activa», explica Gallud.

La Harinera y Las Naves, ambas en la calle Joan Verdeguer, tienen en medio la antigua nave de Ership, también de propiedad municipal pero aún sin rehabilitar.

El arquitecto Antonio Gallud durante la visita a la fábrica restaurada.

Entre el complejo de La Harinera y el de Las Naves, todavía está sin uso (y sin rehabilitar) la antigua nave industrial de la empresa Ership, también de propiedad municipal y con cuya recuperación se podría articular un potente foco cultural en este lado de la ciudad.

El edificio de La Harinera, al final, es un contenedor flexible, ni muy ajustado ni muy amplio en su definición de usos. «Se ha querido dejar patente la concepción del espacio industrial original, que se reconociera. Si se hubieran puesto pasillos con despachos, no sería lo mismo. La concepción original se hubiera perdido».

Como huella de aquella vida industrial, nada más entrar el edificio, recibe al visitante una tolva con la altura de tres pisos «que se mantuvo milagrosamente en pie pese al abandono del edificio». Se restauró y ahora luce imponente.

La enorme antigua tolva de la fábrica, conservada de forma excepcional luce, restaurada, a la entrada del recinto.

Fábrica de harina, horneado de algarrobas y Fórmula 1

El edificio inicial de La Harinera del Grao fue proyectado por el arquitecto Eugenio López, en 1923, como un sólido inmueble de fachada de ladrillo para albergar la fábrica de harina de trigo para Juan Castellano S.A. «Era en origen un edificio exento con dos amplios patios: el delantero que llegaba hasta la calle Juan Verdeguer, antiguo Camí Fondo del Grao, donde se cargaban los carros de harina, y un amplio patio trasero que se abría a la playa de vías del ferrocarril que daban servicio a la fábrica», explican los arquitectos.

Un incendio tras un bombardeo al final de la Guerra Civil destruyó el edificio, dejando solamente en pie sus fachadas de ladrillo macizo. Fue reconstruido con estructura de hierro y ampliado en 1941 con otra nave, propiedad de BURBEN SA, dedicada al horneado de la semilla de la algarroba para piensos de animales.

El complejo industrial fue ampliando sus instalaciones con sucesivos cuerpos anexos sin gran valor arquitectónico, a los que se unieron unos silos imponentes de 40 metros de altura en la parte sur, hacia las vías, de forma que sobresalía del conjunto otorgando un carácter monumental al paisaje industrial circundante.

En 1999, la nave BURBEN cesó definitivamente su actividad y el complejo permaneció cerrado hasta que en diciembre de 2007 se demolieron los silos y parte de sus construcciones anexas, liberando espacio para la construcción del circuito urbano de Fórmula 1.

«El resultado, de todo ello, fue una amputación de parte del patrimonio industrial, dejando abierto el interior del complejo en su parte sur», explica Antonio Gallud. El complejo industrial quedó en ruina y varios forjados entraron en colapso.

 

La recuperación

Tras una intervención de urgencia por parte del Ayuntamiento, propietario del inmueble, y del estudio de arquitectura, ganadores del concurso público en 2010, se demolieron las partes en peligro de colapso, se colocaron estabilizadores en las estructuras en pie y se inició el proceso de recuperación de La Harinera de Grao.

La primera intervención, desarrollada por los arquitectos Miguel del Rey, Juan Ignacio Fuster y Antonio Gallud, entre los años 2012 y 2017, tuvo por objeto estabilizar, sanear y consolidar estructuralmente el edificio y construir sus cerramientos, definiendo un espacio contenedor para ser utilizado por unas actividades sin determinar que serían tratadas en una fase posterior.

Su estructura ha ido transformándose a lo largo de su historia en un proceso de reinvención. La estructura actual del edificio sustituye a la que en origen fue de madera, más tarde de acero y, hoy queda resuelta con hormigón prefabricado, atendiendo en cada ocasión a la tecnología del momento.

El proyecto perseguía conservar los valores de su arquitectura industrial a partir de dos consideraciones: «ser fieles a la idea arquitectónica que desde el inicio centró la forma y los espacios del edificio, a la vez que participar de un concepto presente a lo largo del tiempo en su arquitectura, la idea de permanencia y transformación», explican. «La nueva estructura resuelve la estabilidad arquitectónica y permite los usos previstos en las condiciones de resistencia necesarias sin restar valor a la espacialidad de la propia arquitectura».

La definición material estructural fue de hormigón prefabricado, como se ha comentado anteriormente, «lo que permite una ejecución rápida y de alta eficacia, reduciendo espesores y manteniendo una materialidad única de toda la nueva estructura que evita revestimientos, y refuerza el concepto de obra ‘en proceso’». A ese respecto, los materiales dan ese aspecto de obra no acabada, muy industrial, totalmente intencionada.

El mobiliario del interior del edificio es de la firma Actiu, con sede en Castalla (Alicante). En la imagen, la cantina del edificio.

Los cerramientos en ladrillo se restauraron y reconstruyeron en parte, dado el estado en que se encontraba la fachada sur del edificio, la que abría hacia los silos desaparecidos. Se recompusieron ventanas, se tapiaron algunos huecos, dejando las huellas de los antiguos pasos, se reconstruyeron lienzos enteros de fachada arruinados e inexistentes, siguiendo las líneas de composición de ese frontal, pero acabando estos huecos con un material distinto para así marcar la diferencia entre lo viejo y lo nuevo.

Cuando la harinera dejó de utilizarse se produjo una ruina progresiva que fue acelerada por la mutilación parcial de sus arquitecturas. Una pequeña parte de la maquinaria industrial resistió, de forma sorprendente, permaneciendo como parte importante del paisaje industrial de origen, como si fuera una huella que permite recordar las historias de la gente que trabajó en la fábrica.

A lo largo del recorrido por La Harinera se pueden ver los diferentes vestigios que los arquitectos han querido conservar como testimonio de lo que allí hubo años atrás. Por ejemplo, un grafiti sobre el uso de una de las tolvas de la fábrica u otro sobre los resultados de la liga de fútbol de hace unas cuantas décadas. Son pequeños hallazgos que van apareciendo conforme se recorren las estancias.

«Hemos mantenido algunos espacios del edificio más antiguo tal cual estaba cuando lo encontramos, lo que supuso un debate entre los miembros del equipo: dejarlo como estaba, con todos sus desperfectos, o rehabilitarlo todo. Al final optamos por dar el paso de mostrar la huella de la historia sobre las paredes», explica el arquitecto sobre algunas decisiones tomadas durante los trabajos de rehabilitación del edificio.

 

Los patios

La segunda intervención, desarrollada por los mismos arquitectos de la fase anterior pero durante los años comprendidos entre 2017 y 2022, consistió en la adecuación de los espacios para los nuevos usos futuros que vuelvan a hacer del complejo un espacio productivo y partícipe de la actividad urbana de su entorno.

La estrategia propuesta inicialmente fue la de dotar a los espacios de suficientes instalaciones con la capacidad de responder adecuadamente a cualquier situación en el momento mismo en que sucedan. «El peligro de una total adaptabilidad es justo el mismo que su potencial, una total ambigüedad provoca que se adapte a todas las situaciones, pero que no funcione correctamente ante ninguna situación específica», apunta el arquitecto. La solución programática adoptada fue la de determinar una serie de usos básicos que permitan una adaptación relativa pero suficiente para un buen funcionamiento.

Dos patios de distinto carácter organizan los espacios de trabajo. El primero se sitúa entre los edificios de Harinera y BURBEN, es largo y estrecho, tiene un carácter propio silencioso y ritual que lejos de separar los dos edificios los une en un espacio relajado que transporta al pasado de lo que fue La Harinera. Es un patio sombrío que resulta muy fresco en los meses de más calor.

 

El pavimento del patio contiene piezas originales pero también piezas nuevas semejantes a aquellas.

El segundo patio se sitúa al sur, es más luminoso y dinámico y ha sido diseñado en colaboración con la paisajista María Teresa Santamaría. «Es un lugar de actividad, conectado directamente a la cantina y visible desde el exterior. Está pensado a modo de jardín donde compartir sesiones de trabajo distendidas».

María Teresa Santamaría es la paisajista que ha diseñado los jardines del complejo.

El gran reto que tiene La Harinera del Grao, y sus gestores, tras su habilitación no depende ya tanto del estupendo proyecto arquitectónico que recupera un edificio industrial de una época muy potente en Valencia sino de la activación que vendrá después: conseguir que vuelva a formar parte de la ciudad y de su paisaje, tras años de ser ignorada.

El estudio

VAM10 arquitectura y paisaje es un estudio con sede en Valencia y Barcelona fundado por Miguel del Rey, Antonio Gallud, Juan Ignacio Fuster y María Teresa Santamaría. El estudio se centra en la adecuación y la vinculación al territorio, a la cultura y a la técnica, donde pensar dibujando y dibujar construyendo son las bases para su trabajo. Sus trabajos abarcan desde los proyectos de empresa e institucionales, hasta las intervenciones domésticas de rehabilitación de vivienda o locales, tanto en el campo de la arquitectura y el urbanismo, como del paisajismo y la jardinería.

 

Los arquitectos Antonio Gallud y Juan Ignacio Fuster, dos de los profesionales del estudio VAM10 que han realizado la recuperación de La Harinera, posan en uno de los patios del edificio.

Fotografía: Eduardo Manzana.

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