Hay un edificio en Valencia que es como la caja negra de la termodinámica, donde se sabe lo que entra y lo que sale, pero no lo que ocurre en su interior. Así opina sobre San Miguel de los Reyes Antoni Tordera, quien ha vuelto a este lugar, «recosido una y otra vez», en su libro ‘Piedras madre y memorias heridas’ (Publicacions Universitat de València), donde, en una suerte de juego de la oca, lo recorre intentando rellenar de memoria lo que tiende a ser olvido.
A este espacio arquitectónico que ha sido tantas cosas y ha acogido a tanta gente (aquí hubo monjes, criados, cortesanos, mujeres en cárceles galeras, colegiales, mendigos, prisioneros, guardianes), le escribe Tordera con tal respeto que se refiere a él con sus siglas, SMR.
Pero, ¿cómo buscar las huellas de lo que allí ocurrió sin haberlo visto? Para ello, el autor acude a una situación que vivió de adolescente. «Un anochecer en la iglesia vacía del monasterio de Santo Espíritu (Gilet), oyendo, que no viendo, a los monjes de allí azotarse en la oscuridad. Esa experiencia me indicó que entrar en SMR era entrar en la noche, donde me sorprendió la presencia/ausencia de unos ángeles también azotando a San Jerónimo, cuadro de Vicente Requena el Joven (1589), allí suspendido y, como tantas otras cosas, hoy en otro lugar. En aquella oscuridad aprendí a buscar el eco y las huellas de lo que ha ocurrido sin yo verlo».
Con las fotografías de Rafael Bellver intercaladas en el libro, Tordera explica que lo de ‘piedras madre’ viene del hecho de recuperar piedras de los edificios derruidos para levantar otros nuevos. Seduce al autor la idea de que piedras procedentes del Teatro de Diana y otras áreas de Sagunto, tal y como atestigua la tradición oral, cimentaran este monasterio. El teatro, levantado con esas piedras fértiles, necesario para construcciones posteriores. Las piedras madre que en SMR hablan de liturgias cistercienses, lamentos presidiarios y cantos musulmanes.
San Miguel de los Reyes ha sido, a lo largo de la historia, alquería musulmana, monasterio, colegio, cárcel, penal de presos políticos y sede de la biblioteca valenciana, siendo esta su última función. «La restauración de todo el edificio ha vendado heridas y grietas del pasado, de tal manera que hay que levantar ese velo blanco para notar sus huellas». Porque esa historia, la historia trágica de lo que pasó entre sus muros, es necesario no olvidarla si queremos ser una sociedad que respete sus muertos y su memoria.
«He mirado, por ejemplo, muchas veces el patio del claustro Norte sabiendo que fue lugar de frailes, o cerco de prisioneros, o recreo de los colegiales venidos de Orriols, o cárcel de mujeres en el siglo XIX, y mucho antes ocasión de esparcimiento, quizás, de los duques de Calabria. Por no hablar de pinturas, cantorales o libros. Así que todo ha sido una superposición de espejismos, una homogeneidad desbaratada, descompuesta que, sin duda, ha hecho efecto en mí», apunta Tordera.
El claustro norte de San Miguel de los Reyes durante una de las representaciones de ‘Música empresonada’, una dramatización musical sobre los músicos y compositores valencianos que padecieron la cárcel durante la Guerra Civil y la dictadura franquista.
Acudiendo a John Berger, W.G. Sebald, Herzog, V. Andrés Estellés, Cervantes, Vladimír Holan o Carmen Amaya, el autor recorre el edificio como un laberinto, evocando a quienes habitaron el lugar. Como por ejemplo Mariano Rawicz, un tipógrafo polaco que ingresó en esta prisión en 1939. Su compromiso político con la República le supuso la cárcel hasta 1946. Luego marcharía a Chile, pero dejó sus confesiones sobre el papel. Habla de los presos que para obsequiar a sus mujeres, novias o hijos o para matar el tiempo, “con ayuda de viejos clavos, afilados pacientemente sobre las losas del patio, papel de lija y de un poco de acetona, tallaban huesos de aceituna o albaricoques dándoles forma de medallón, sortijas y otras miniaturas».
«Allí entré un día ingenuamente – explica Tordera -, ahora he salido sabiendo que también mi constitución anímica es heterogénea, recosida, y nada armónica, sino hija de una experiencia plural, la de un lugar compuesto de piedras y capas de historia entremezcladas; lo que me hace pensar la vida como un acertijo. En el que no olvido hoy Gaza, Ucrania, Sudán y el cementerio marítimo del Mediterráneo».
La literatura aspirando a completar, así, la memoria de los olvidados.