Lo que pasa cuando las cosas van mal es que, siendo bastante optimistas, solo pueden ir a mejor. Dentro de lo malo de la odiosa gentrificación de las ciudades, lo que ocurre después de arrasar dos o tres barrios, convertirlos en sitios plagados de franquicias y despojarlos de cualquier resquicio de originalidad es que, al llegar al cuarto barrio, se suele tener un poco más de cuidado. O eso es lo que ha pasado en la antigua tonelería Soler, en El Cabanyal, que ha transmutado en Mercader, un lugar fronterizo entre el final de la avenida Blasco Ibáñez y el inicio de los poblados marítimos que se ha mantenido intacto en las últimas décadas. Ahora, tras una intervención arquitectónica muy respetuosa por parte del Estudio AX, abre sus puertas con un propósito gastronómico y con su patrimonio fetén.
Los propietarios de Mercader, Jose Miralles y Hugo Sánchez Cerverón, ejercen de cabanyaleros de pro y siguen apostando por el distrito tras poner en marcha iniciativas como Mercabanyal, Marino Jazz o el Merendero, en La Patacona. Miralles, cuya familia regentaba un puesto de pescado en el valenciano Mercado del Cabanyal, explica que con Mercader «quieren contribuir a recuperar el patrimonio del barrio tras unos años de mucha incertidumbre». Aman el marítimo y se les nota.
Mercader ocupa un espacio, en la misma calle que lleva su nombre, de cerca de 900 metros cuadrados de superficie que se dedicó, entre 1930 y 1990, a la fabricación de toneles para el envase y transporte de bebidas.
En esta intervención arquitectónica se ha optado por reciclar y reutilizar. Partiendo de esa premisa, la madera empleada en las barras, por ejemplo, procede de los quince metros cúbicos de roble de la tonelería que se encontraron cuando llegaron al local los nuevos propietarios.
Una llegada, por otra parte, que fue anhelada durante más de seis años: el tiempo que pasó desde que los impulsores de Mercader soñaron con ese sitio hasta que, tras convencer a la familia de la antigua tonelería Soler, consiguieron hacerse con el cotizado espacio, un caramelito para cualquier hostelero con un poco de vista y un mucho de gusto.
El 90% de los materiales y elementos del espacio son recuperados, y proceden tanto de la tonelería como de derribos.
El arquitecto al frente de la recuperación de este sitio, Xiao Pujol, del coruñés Estudio AX, y Mutan (Jose Luis Urban), responsable del diseño y de las acciones de reciclaje y artesanía en Mercader, han explicado que se trataba de conservar las cicatrices y los rasguños del espacio. Y lo han hecho recurriendo a oficios también casi perdidos, como el de cincelar una pared o tallar la madera.
Como testigo mudo del paso del tiempo permanece toda la maquinaria que había cuando reabrieron el local tras tres décadas cerrado. Lijadoras, ensambladoras … allí siguen, recordando el ADN industrial pata negra del sitio. En este sentido, al valor patrimonial del edificio se le suma el interés etnográfico, puesto que se exhiben elementos decorativos y de maquinaria como testimonio excepcional de la tradición industrial valenciana.
La belleza rústica de los flejes, las soldaduras y las oxidaciones de la vieja tonelería se combinan con el mármol, la madera y los diseños contemporáneos del mobiliario de Francesc Rifé.
En la recuperación de las naves se ha mantenido la estructura tal y como estaba en su momento, lo que contribuye a dar la sensación de que ese mercado que hay ahora, ya estaba antes ahí. El ambiente se respira añejo. De hecho, en la parte que han llamado «la oficina», y que era el antiguo despacho de la empresa industrial de toneles, encontraron libros de cuentas de los años 50. Intactos.
En el patio de la tonelería, ahora dispuesto con mesas, sillas y bancos, ha intervenido el paisajista Javier Coves con la idea de darle un sentido, también, de recuperación a esa parte de Mercader. Solo se han plantado especies sostenibles y mediterráneas, aplicando un concepto naturalista de disfrutar de las texturas, de los aromas y de hacer una renaturalización de verdad, «no poner cuatro macetas y ya está».
Tras cerca de nueve meses de intervención en el local, el espacio abre sus puertas manteniendo la esencia cabanyalera, con su poquito de lugar instagrameable (eso es inevitable), pero también con el sabor de un patrimonio industrial auténtico recuperado.