“El diseño más perfecto es aquel en que su propia forma aporta la función. Esta pureza la poseen los objetos y enseres más elementales y cotidianos que utilizamos. La agudeza creativa de una cuchara, de un botón, de un peine, de un calzador o de un simple clavo son ejemplos de ello. Diseños cuya función útil solo precisa de su forma, sin más aderezos. Nos sirven con tanta eficacia, que no siempre percibimos esa impecable conjunción entre forma y función que poseen». Es el propósito del diseñador André Ricard, que lo aplica en el proceso de diseño de su última creación, la butaca Orma, de la firma Isist Atelier, donde se concentran la experiencia y el saber profesional del diseñador, que cuenta con el Premio Nacional entre otros reconocimientos, y la maestría de los artesanos de la firma.
«Este tipo de diseños nítidos me ha incitado en mis proyectos a intentar resolver la utilidad usando formas simples. Algo no siempre posible, pues no todo puede resolverse con esa escueta limpieza formal. Solo en algunos de mis diseños conseguí esa nitidez formal, como en un cenicero o unas pinzas para hielo” , explica Ricard.
“Al diseñar la butaca ORMA me planteé buscar soluciones que posean una máxima sencillez compositiva. Algo difícil, pues la comodidad de un asiento exige formas que deben acoplarse y amoldarse a la horma que es nuestro cuerpo. Nalgas, espalda, brazos, todo ha de ajustarse sin desavenencias con la forma del asiento elegida. Una tarea nada fácil”.
Entre las referencias con las que contaba Ricard se encuentra la silla BKF de Bonet, Kurchan y Ferrari, cuyo diseño original se sigue produciendo desde Isist Atelier con el sello de autenticidad certificado por la familia Bonet.
“De entre todos los más interesantes asientos creados el siglo pasado, algunos aportaron conceptos simples que abrieron nuevos horizontes creativos. La silla Cesca de Breuer, al igual que las demás sillas de la Bauhaus, reemplazaron las patas tradicionales por una estructura tubular metálica a la que bastaba fijar un asiento y respaldo. Luego la BKF, que retomó el concepto de un armazón metálico, resolvió además el asiento y respaldo con una máxima sencillez. Ni madera, ni tapizados, ni muelles, ni tornillos, ni mullidos acolchados, una simple funda de cuero, cual una manopla, bastó para crear una comodísima butaca».
Estas obras son arquetipos que muestran como un diseño, sin romper con todo, puede abrir nuevas perspectivas. Muchas sillas y butacas de las creadas desde entonces han adoptado esa estructura metálica como soporte, sustituyendo a las patas.
«Sin embargo, el uso único de cuero para conformar asiento, respaldo y brazos, no se ha prodigado. Me interesó ver si ese concepto que aportó la BKF podía también aplicarse a una butaca de proporciones mas convencionales. Había que hallar el modo en que un aparejo de cuero sea asiento y respaldo cómodo solo enfundarlo a un armazón metálico, sin más fijación», apunta el diseñador.
Todo partió de un simple esbozo, pero difícilmente puede un dibujo considerar las exigencias de la comodidad ni las consecuentes realidades constructivas. Para hallar las formas idóneas para el confort de una butaca, no bastan planos y maquetas a escala reducida. Son necesarios prototipos a escala real en los que poder sentarse y sentir en donde algo falla o cumple. Es un proceso creativo que en algo recuerda a la sastrería, en que se precisan varias pruebas hasta lograr que todo ajuste correctamente al cuerpo.
«Lo que hacía más difícil esta fase tan esencial es que los prototipos dependían de dos industrias diferentes y distantes: una metalúrgica para el armazón y un guarnicionero para el aderezo de cuero. Cada uno con sus plazos y sus exigencias productivas. Esta dualidad hacedora ha supuesto un proceso creativo más laborioso y lento. Probando y rectificando se fueron ajustando formas estructurales y patrones hasta llegar al diseño definitivo. Así nació la butaca ORMA», explican desde la empresa editora.
«Su nombre subraya que la propia morfología del cuerpo humano es la ”horma” de un asiento. Esta “horma” define las cotas a las que habrá de conformarse el diseño. Tanto más delicado cuando, como en esta butaca, la comodidad depende exclusivamente del acierto en el modelaje del patrón del cuero. Aquí no hay zonas blandas con rellenos de espumas o plumas que se amoldan y absorben posibles deficiencias formales. Solo cuero».
André Ricard (Barcelona 1929) es un diseñador industrial de referencia, además de profesor, escritor e impulsor de la comunidad del diseño en España. Su estilo se caracteriza por las formas limpias y elegantes. Tras estudiar Bellas Artes y pasar un periodo en Londres, en 1959 estableció su propio estudio en Barcelona, recibiendo como primer encargo el diseño de una lavadora.
Entre sus objetos más icónicos se encuentran el cenicero Copenhague (1965) o unas pinzas de hielo (1964) que se siguen comercializando en la actualidad, o la lámpara Tatu (1972). Ha trabajado para firmas de prestigio como Puig, Gaggia o Moulinex, y sus luminarias decoran el Centro de Arte Reina Sofía. Entre los logros de André Ricard se encuentra el diseño de la antorcha de los Juegos Olímpicos de Barcelona ’92.