El lugar donde se reunían a jugar a los bolos los alemanes que vivían en València, relacionados laboralmente con la exportación de mercancías, dio origen al primer Colegio Alemán de Valencia, en la calle Jai-Alai.
Estamos en 1909 y así empezaba la historia de una institución que iba a reflejar, puntualmente, todas las guerras del siglo pasado, que mira que hubo, y a introducir, en esa mentalidad alemana que la impulsaba, algo tan valenciano como los mosaicos de Nolla y el arte del Grupo Parpalló. Puro siglo XX.
En 1914, con motivo de la Primera Guerra Mundial, el centro alemán abierto en 1909 en València cerró sus puertas y no las volvió a abrir hasta 1927, año en que se inició el nuevo curso escolar en el mismo espacio que había ocupado con anterioridad, en Jai-Alai, compaginando, eso sí, aulas y bolera.
España cumplió un papel crucial en el periodo de entreguerras para Alemania y la principal estrategia que se adoptó fue la expansión de los colegios alemanes. Hacia 1933, el número de alumnos en el centro era tal que tuvieron que ampliar una planta más de clases, sobre la casa del portero, pues ya no sólo acudían al centro los hijos de familias alemanas en la ciudad sino que también lo hacían niños suizos, ingleses y españoles cuya lengua materna era el alemán.
En 1936 se proyectó una ampliación que no llegó a construirse debido al estallido de la Guerra Civil Española y el centro tuvo que cerrar de nuevo, los alumnos se repartieron entre los colegios locales o se fueron de la ciudad.
La asociación del colegio, una entidad privada que era la que sufragaba los gastos, perseguía la idea, desde 1941, de construir un nuevo y espacioso edificio escolar en la calle Micer Mascó, que solucionaría la falta de sitio por el incremento de alumnos y las malas condiciones en las que se encontraba el edificio de Jai-Alai. Finalmente, se encargó al estudio de arquitectura Kramreiter y Navarro, de Madrid, la construcción de la nueva sede.
En 1945, el Tercer Reich se rendía ante las fuerzas aliadas, la guerra estaba perdida. Era el fin de la Segunda Guerra Mundial. Todas las instituciones alemanas en el extranjero tuvieron que cesar su actividad y los bienes de los alemanes fueron expropiados por el gobierno español. En València, los cónsules de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña se presentaron en los dos edificios pertenecientes a la asociación del Colegio Alemán, la sede de Jai-Alai y la de Micer Mascó, que aún no había terminado de construirse, y declararon ambos edificios cerrados. En julio de ese año se llevaron a subasta: en el solar de Micer Mascó, aprovechando la edificación existente, se levantó el colegio católico de San José de Calasanz. La historia del Colegio Alemán de Valencia era interrumpida por tercera vez.
Como cuenta la investigadora Irene Benet en su tesis «Arquitectura Moderna en los colegios alemanes de España y Portugal», todos los colegios alemanes en España habían sido clausurados. «Los alemanes afincados en Valencia tuvieron sus propios problemas durante la posguerra y muchos fueron trasladados a Alemania. Los alumnos del Colegio Alemán tuvieron que cambiarse a otros colegios o asistir a clases clandestinas en los pisos de las familias Hartmann, Tarrach, Buch, Fromm, Pfingsten y Götz».
Un gran terreno de huerta en el nuevo barrio burgués
En 1955 se constituyó de nuevo la Asociación Cultural Alemana de Valencia y se consideró la posibilidad de construir una nueva sede para el colegio. Esa solicitud fue autorizada por el gobierno alemán y los señores Buch, Dobler y Götz asumieron la responsabilidad de construir y financiar el edificio. “Se adquirieron 5.787 m2 de huerta en la calle Jaume Roig cerca de la Universidad y del Parque de Viveros. El terreno y el edificio eran propiedad de la República Federal y la Asociación Cultural Alemana tenía el derecho de usufructo. En el año 1958 se puso la primera piedra«, según explica una nota conmemorativa del Centenario del Colegio Alemán de Valencia, celebrado en mayo de 2009.
«València estaba entonces en plena expansión y era permeable a las novedades de la cultura arquitectónica – explica la arquitecta Carmen Jordà – lo que iba a favorecer la incorporación tipológica de la edificación abierta: el Colegio Alemán se localizaba muy próximo a la zona universitaria y sobre el eje privilegiado del nuevo desplazamiento burgués hacia las periferias«. Las zonas de expansión futura, situadas al norte del Paseo de Valencia al Mar, se planificaron mediante manzanas, y una de ellas, la ubicada junto al camino nuevo de Alboraya, fue la elegida por la República Federal de Alemania para construir el nuevo Colegio Alemán.
Tras la aprobación municipal de las alineaciones, alturas y disposición de los diferentes volúmenes en la parcela, el proyecto definitivo fue redactado en Berlín por los técnicos de la Dirección Federal de Obras, con Eberhard Becker como arquitecto-jefe y Rudolph Ahlwarth como ingeniero responsable de las estructuras. La adaptación al lugar, el diseño de los elementos ornamentales, las instalaciones exteriores y la dirección de las obras corrió a cargo del arquitecto alemán Dieter Weise con la ayuda de los valencianos Pablo Navarro y Julio Trullenque.
Los proyectos de los colegios alemanes se dirigían desde Alemania pero siempre designaban a un técnico que controlara la obra y el proyecto en el país destino. El motivo por el que la Bundesbaudirektion de Berlín escogió a Pablo Navarro Alvargonzález fue, entre otros, por su dominio del idioma. Se había casado con Rosa Esteve Werblov, que formaba parte de la colonia de alemanes en Valencia, y este contacto fue fundamental para que se le asignara el trabajo.
En la época de construcción del colegio, ya había varias manzanas en marcha en este nuevo barrio y muchos de los edificios fueron proyectados por Pablo Navarro en colaboración con Julio Trullenque. «Cabe sospechar, que además de su dominio del idioma del alemán, el hecho de que este arquitecto estuviera trabajando en muchos proyectos de esta nueva zona no fuera una mera casualidad para escogerlo como autor del Colegio Alemán. Su experiencia en edificación en el lugar hacía que conociera a la perfección las condiciones del solar«, explica Irene Benet.
La aparición de una nueva burguesía, y su control del poder local, tienen, lógicamente, su inmediato reflejo en la ciudad. Inicialmente fue el Ensanche. Posteriormente, la consolidación del Paseo de la Alameda y la configuración del Barrio de la Exposición para, finalmente, iniciarse el trazado del Paseo de Valencia al Mar, que marcaría, definitivamente, el surgimiento de una nueva “zona de expansión burguesa” en la parte norte de la ciudad. En este contexto veía la luz este nuevo barrio cuya idea era la de crear la “ciudad-jardín de la burguesía valenciana”, y aquí era donde nacía, en 1958, el (último) Colegio Alemán.
Tecnología alemana y cerámica Nolla
Realizado con tecnología alemana pero incorporando muestras relevantes de cerámica valenciana, el colegio es un conjunto arquitectónico pionero en Valencia en cuanto a la utilización de códigos estilísticos modernos basados en las investigaciones realizadas en el seno de la Bauhaus, que consiguen integrar las distintas funciones educativas y proyectarlas en el marco urbano en el que se sitúan.
El conjunto se organiza a partir de piezas independientes, construidas alrededor de un gran patio que alcanza proporciones de vacío urbano y que alberga una fuente con escultura de Andreu Alfaro. El bloque más alto, cuya planta baja era diáfana, desarrollaba el programa de enseñanza primaria y secundaria, mientras se sitúan el gimnasio y el salón de actos en otro cuerpo que se enlaza con el primero a través de una pasarela.
La cerámica que se utilizó pertenece a la segunda etapa de Nolla, por la fecha y por sus características técnicas, pero, sobre todo, por lo que podemos apreciar a simple vista, los colores. Hay dos tonalidades de grises, blanco, marrón oscuro y marrón claro. Además, la parte inferior, que reviste gran parte del edificio, está compuesta de teselas en color blanco.
A día de hoy, sobre las piezas de diseño interior que hubo originalmente se puede hablar de un mobiliario escolar puntero con creaciones como la silla Stapelsthul, icono del diseño suizo, diseñada en 1957 por Armin Wirth, o la silla Kufenstuhl, que fue utilizada en la Alemania de la postguerra en casi todas las escuelas y sigue siendo, actualmente, muy popular.
Grupo Parpalló
En la parte artística que unió el mundo valenciano y el mundo alemán aparece en escena el Grupo Parpalló, a través del cual el arquitecto Pablo Navarro Alvargonzález conoció y estrechó lazos de amistad con personajes relevantes del ámbito cultural valenciano.
Es el caso del pintor Monjalés, el escultor Nassio o Andreu Alfaro, todos ellos artistas que en algún momento pasaron por la actividad del grupo entre finales de los 50 y principios de los 60.
La amistad de Pablo Navarro con Andreu Alfaro se prolongaría más allá del momento de actividad del grupo Parpalló y se consolidaría tanto a nivel profesional como a nivel personal. Alfaro trabaja entonces en el proyecto del Colegio Alemán con la escultura que aún hoy se contempla en el patio, y fueron numerosos los veranos en los que el escultor visitó al arquitecto en su casa de verano, en Altea.
Estas visitas a la Marina Alta se ampliarán y enriquecerán con la presencia de amigos de Alfaro o de Pablo Navarro, como el cantautor Raimon, el pintor Monjalés, e incluso alguna visita eventual del escritor Joan Fuster, además de Jose María Navarro Alcácer, padre del arquitecto, fundador, en tiempos de la II República, de la escuela Cossío, que seguía las pautas de la Institución Libre de Enseñanza.
«Estas reuniones lúdicas estivales forjaron un clima cultural en el momento y consolidaron las amistades del arquitecto, algunas de las cuales duraron hasta su muerte, como la de Alfaro y su familia«, explica Irene Benet. La escultura de acero “Espacio para una fuente” del escultor Andreu Alfaro es ya un emblema de este lugar.
Por su parte, el pintor alemán Heinrich Schwarz, hijo del arquitecto con el mismo nombre, elaboró para el colegio una pintura mural que decora la pared de la recepción de la primera planta del edificio principal. Al igual que el resto de sus obras, Schwarz plasmó aquí el realismo expresivo que le caracterizaba. De la ejecución de los jardines del colegio se encargó Nicolau Maria Rubió i Tudurí.
Desde 1996, este edificio se encuentra incluido en el Registro Internacional DOCOMOMO (Documentación y Conservación de la Arquitectura del Movimiento Moderno).
Versión 2016-2020
En 2015, la Asociación del Colegio Alemán de Valencia, se planteó de nuevo la posibilidad de conseguir más espacio en altura para albergar a más alumnos y convocó un concurso cuyo proyecto ganador, de nuevo, propuso la demolición del edificio de parvulario y primaria construido en 1996 y que fue muy polémico. Esto reafirma el hecho de que el edificio construido en 1996 carecía de entidad suficiente para ser protegido, pues no aportó nada más al conjunto que metros cuadrados.
La nueva propuesta, a cargo de los arquitectos Marta Orts y Carlos Trullenque, terminada ya su primera fase, dialoga con el edificio original y confiere al conjunto, de nuevo, un valor como es la planta baja libre, recordando la importancia de la cota cero en los edificios de este barrio, una característica que permitía que la naturaleza y los espacios libres discurrieran a lo largo de las manzanas, dando la sensación de estar en una “ciudad jardín” dentro de la ciudad.