Los diferentes vaivenes inmobiliarios de las últimas décadas han ido dejando secuelas evidentes en la morfología de las ciudades. Son cicatrices que se manifiestan de diferentes maneras: solares vacíos, edificios a medio construir, otros terminados sin uso (públicos y privados), geografías urbanas indeterminadas.
«El urbanismo conservador mira estos espacios sólo desde la perspectiva del riesgo. Acepta estos espacios-residuo sin vida como el resultado inevitable del fin de una etapa y propone, como única solución, amurallarlos y tapiarlos, haciéndolos inaccesibles a la ciudadanía. Además de conservador, este urbanismo tiene un punto de ingenuidad, porque tiende a pensar que estamos ante un problema coyuntural, cuya solución aparecerá de forma espontánea cuando recuperamos los ritmos de crecimiento del pasado», explica el profesor Ismael Blanco (Máster de Ciudad y Urbanismo de la UOC).
«Hay una forma alternativa de afrontar este problema, que nace de la conciencia de que estamos instalados en una crisis estructural, una crisis de la que no podremos salir repitiendo las viejas fórmulas de crecimiento propias de la burbuja inmobiliaria. Los vacíos urbanos no son sólo una amenaza para la seguridad y la salud pública. Son, también, una oportunidad para experimentar con fórmulas innovadoras de micro-urbanismo participativo», señala.
Los huertos urbanos son uno de los ejemplos más conocidos de reconversión y reapropiación ciudadana de este tipo de espacios. En países como Canadá, Nueva Zelanda o Estados Unidos, el llamado Community Gardening ha sido históricamente valorado por sus efectos de dignificación del espacio urbano, por su capacidad de estimular relaciones sociales cooperativas e, incluso, para reforzar la autosuficiencia alimentaria de las comunidades.
Más allá de los huertos urbanos, sin embargo, el abanico de posibilidades es amplísimo: los vacíos se presentan como una oportunidad para disponer de nuevos espacios de uso ciudadano donde desarrollar actividades deportivas, sociales, infantiles, culturales o artísticas. Repasemos algunos ejemplos en València.
L’Hort de la Botja (Barrio de Velluters)
En 2013, los solares de la Botja llevaban más de 20 años abandonados. La iniciativa de darles vida partió, entonces, de la plataforma ciudadana Ciutat Vella Batega, que se puso a recoger las necesidades del barrio y a dar forma a este proyecto: una respuesta real a las carencias educativas, terapéuticas y de ocio de Velluters promovida por las entidades vecinales que querían, de paso, eliminar el estigma prostibulario del histórico barrio.
La asociación vecinal se ocupó de presentar el proyecto, en 2014, a la Generalitat y al Ayuntamiento, dueños de los dos solares que se plantearon como objetivo a transformar. La cesión se concede en 2018 y, al año siguiente, se firma el convenio para habilitar el solar más pequeño, de los dos que pretendían, como huerto. La idea de crear tejido social en Velluters va tomando forma.
En el huerto urbano que han creado, llamado L´hort de la Botja, participan los distintos colectivos del barrio que se han querido implicar, es decir, el Centro de Día de Físicos de Velluters, la Fundació Itaka Escolapios-Amaltea o la Residència “Juana María”, entre otros.
En este lugar, por un lado, unos pueden trabajar los cultivos en mesas altas adaptadas, que se han puesto para salvar las barreras y facilitar que las sillas de ruedas quepan sin problema. Por otro lado, las personas que viven en viviendas tuteladas pueden socializar además de aprender a cultivar; a los chavales de Amaltea se les anima a participar en las tareas de cuidar las plantas y se les enseña la jardinería como una posible salida profesional. En un barrio donde no hay zonas verdes, este huerto supone una pequeña parcela que cuidar y donde ver crecer lo que plantan. Esto ya no es un solar.
La fundación que trabaja con mujeres inmigrantes en riesgo de exclusión social aprovecha el huerto para que aprendan habilidades de socialización, además de actividades prelaborales y a trabajar la tierra. Todo esto forma parte de la idea básica de que los solares, abandonados hasta ahora, se dediquen al barrio, que se pongan a disposición de la comunidad que lo habita y en beneficio de todos.
La conselleria de Hacienda cedió el solar más pequeño, del que era propietaria. Ahora van a por el solar grande, porque en un barrio como Velluters, sinónimo de degradación social en las últimas décadas, hace falta plantear usos alternativos que revitalicen sus espacios. El solar grande quieren que vaya destinado al ocio y al deporte para los vecinos del barrio. Tiempo al tiempo.
Zona Santiago: libre para jugar (Barrio del Cabanyal)
El aprovechamiento del solar que se sitúa cerca del Colegio Santiago Apóstol, en El Cabanyal, es diferente al que se ha hecho en Velluters. En esta ocasión, el enfoque apuntaba a habilitar un espacio en el exterior que supusiera una prolongación de las aulas escolares.
La pandemia nos ha recordado a todos lo importante de estar en lugares ventilados y al aire libre. El solar se ha dotado de una estructura hecha de madera, diseñada por los arquitectos Javier Molinero y Bernat Ivars, que supone una especie de ágora donde los niños pueden dar clases de forma menos rígida y protegidos del sol.
«El diseño de la estructura del aula exterior se ha realizado para optimizar las posibilidades del material al máximo, la forma circular del conjunto nos ayudaba a que se arriostrara en todas las direcciones”, explica Javier Molinero. Un gran mural de Julieta XLF preside el solar, que cuenta con una pequeña pista de deporte y un par de espacios para utilizarlos de huerto escolar, además de la gran estructura de madera.
La parte verde en medio del cemento la ponen los árboles que han plantado dentro de unas boyas gigantes que La Marina les cedió para el proyecto. A Mesura Fusteria ha sido quien ha ejecutado el diseño dispuesto por Ivars y Molinero.
«La piel del “ovni” (como lo llaman en el cole) es de vareta de chopo y abeto, como se hacían las fallas, o como las ha estado haciendo Manolo García estos últimos años, pero esto no debe engañarnos, – explica Molinero – una falla nunca se habría diseñado de esta manera puesto que no se suele prestar atención a la estructura de la misma. Sólo hay que presenciar la cremà de cualquier monumento fallero para ver cómo se desconfigura en el mismo momento de arder. Esto no nos ha pasado con nuestras fallas donde la estructura dialoga y forma parte del conjunto. Como aquí«.
El proyecto quiere mejorar el entorno escolar para convertirlo en promotor de salud, convivencia y co-educación. El proceso ha sido coordinado por Nautae Salut Mental i Fent Estudi Coop. V., en el Colegio Diocesano Santiago Apóstol del Cabanyal donde actualmente desarrolla un proyecto de comunidades de aprendizaje, en el que la mayor parte del alumnado está en situación de desventaja social y son, la mayoría, gitanos. El proyecto, financiado por el Ayuntamiento, propuso un proceso de construcción colectiva con los diversos miembros de la comunidad educativa y mediante la colaboración de personas con problemas de salud mental contratadas para realizar parte de los trabajos. Esto, tampoco es ya un solar.
El Solar Corona: la madre de todos los solares
En València, los promotores del Solar Corona pueden decir que fueron pioneros en esto de revitalizar espacios muertos, en este caso, en el centro histórico de la ciudad, caracterizado por la falta de espacios públicos. La fórmula estuvo regida por un contrato de cesión de uso por parte del propietario donde se fijaban las condiciones de ser renovado cada año entre ambas partes.
«El Solar Corona fue un experimento social del cual pudimos sacar grandes experiencias todos los que participamos en él, ya fuera desde la organización o como meros espectadores de alguna de las actividades que allí se celebraron«, explica Javier Molinero, arquitecto implicado en la creación de aquel experimento social y urbano en el Barrio del Carmen que estuvo en pie desde 2011 hasta 2018.
«Yo, particularmente, estoy muy contento con la experiencia, las personas que traté y lo que construimos juntos. Era un espacio de acción y consenso, allí si querías que algo sucediera tenías que arremangarte y ponerte a ello, no bastaba con convencer de palabra. Me fascinaba el hecho de que siempre se tuviera en cuenta al vecindario más próximo, incluso el que no participaba, de manera que nunca tuvimos problemas de convivencia ¡y mira que la liamos en alguna ocasión! Creo que se entendía y apoyaba el proyecto aunque no se compartiera activamente”.
«El solar era de un propietario privado que lo cedió a una asociación y un grupo de personas que se liaron la manta a la cabeza limpiaron el solar, lo amueblaron y lo gestionaron durante casi siete años sin pedir nada a cambio. Han pasado tres años desde su cierre, las personas de la asociación hubieran seguido este tiempo pero los nuevos propietarios no han tenido esa sensibilidad y ahí sigue el solar cerrado», explica Javier Molinero.
«Creo que son cosas difíciles de repetir pero demostrado quedó que son positivas. El Ayuntamiento tiene solares repartidos por todos los barrios y lo tiene más fácil para realizar estas cesiones que un particular, las herramientas están ahí, me parece natural que sea el consistorio el que promueva estas iniciativas».
En opinión del arquitecto del estudio Mixuro, «los solares así son áreas de encuentro vecinal sin duda y lo que sí que hacen es enriquecer la oferta de ocio con alternativas fuera del consumismo. Al menos el Solar Corona siempre funcionó como un espacio abierto, donde no se requería pagar entrada o consumir, era parte de su identidad».
Otras propuestas en la ciudad
En València hay en marcha otros solares que han dispuesto, de una u otra forma, el uso y aprovechamiento de esos espacios, como Cabanyal Horta, que desde 2015 tiene en marcha un proyecto agroecológico en lo que antes fue el poblado marítimo de El Clot, derribado hace treinta años para prolongar la avenida Blasco Ibáñez hasta mar, cosa que nunca se hizo.
Ese solar ruinoso y lleno de basura ahora es un lugar donde se dan clases de educación ambiental a los niños de los distintos colegios del barrio, impulsan un ocio verde y suplen, de alguna manera, la falta de espacios de juego en la zona. Han dejado de ser solo solares.
Otros lugares como Espai Verd Benicalap, CSOA L´Horta y Horts Urbans Benimaclet desarrollan iniciativas parecidas, todas encaminadas a curar esas cicatrices que van quedando en nuestra geografía urbana.