Al arquitecto Ricardo Ruiz (València, 1991) le acaban de conceder un premio en reconocimiento a su trayectoria emergente, influyente y otras formas de ser arquitecto donde el jurado ha destacado su labor polifacética en el diseño, la edición, la creación artística, la actividad expositiva y la arquitectura. Lo de emergente, así, como acción de emerger, es por tener menos de 35 años, aunque lleva trabajando desde hace bastante tiempo en realidad. Él mismo dice que vive en continuo estado de emergencia y así lo contó en su improvisada intervención durante la entrega de premios del Colegio de Arquitectos de la Comunidad Valenciana (COACV), donde explicó unas cuantas ideas sobre su profesión que le rondaban desde hacía algún tiempo. En lugar de enumerar sus trabajos más importantes, se enfocó en contar la fuerza que le mueve.
«Una fuerza de huida de tres realidades que me incomodan de la profesión: el exceso de normativa, el exceso de especialización y el exceso de mercantilización. Estas realidades son contraimaginativas, contradiversas y contrahumanistas. Intento hacer un esfuerzo en ser arquitecto de la manera que permita no renunciar al juego, la imaginación y el pensamiento, buscando los lugares que ya existen para ello (asociacionismo cultural y festivo, instituciones públicas, empresas conscientes, clientes directos…) o intentando crear nuevos», explicó el arquitecto ante sus colegas.
El arquitecto Ricardo Ruiz en su intervención durante la ceremonia de entrega de los Premios COACV 2025.
Sobre esa labor polifacética a la que se refería el premio, Ricardo Ruiz dice que es que es incapaz de especializarse. «He sufrido intentándolo, pero no es lo mío y tampoco es lo que busco, aunque sea el corsé que el capitalismo tenga preparado para nosotras: tareas muy concretas de especialistas de una cadena de producción y sin mucha amplitud de miras ni imaginación. Muchas personas queridas a mi alrededor han intentado ayudarme, estructurarme en esta deriva mía de no dedicarme sólo a una labor repetitiva, por mi propio bien. Pero es que a mí me gusta justo todo lo contrario: mirar la realidad compleja del mundo desde una óptica humanista».
«En ese sentido –continúa– vivo atrapado en un tiempo extraño y pienso que la gran perdición es haber descuidado las humanidades; alejarse de lo común, lo simbólico y lo espiritual. También creo que la necesaria transformación de la realidad vendrá esencialmente con la transformación del trabajo y del concepto de valor, en ese sentido soy materialista antimaterialista».
Estas cuestiones le llevan a intentar aplicar cierta consciencia en los trabajos en los que invierte el tiempo productivo de su vida. «Y al final me adhiero más a los proyectos si políticamente se alinean con mi visión, que por la propia tarea en sí que haya que realizar. Y, aunque tengo cierta predilección por trabajar con artistas y filósofos, me gusta enfocarme a trabajar con personas diversas en mundos diferentes, y así poder conectar distintas realidades entre sí; forzar toda sinapsis en un paisaje que es cada vez más homogéneo y contradiverso y, por tanto, menos libre e imaginativo para la construcción de alternativas».
Exposición sobre Alfredo Ruiz en el IVAM, un trabajo de investigación y diseño editorial junto a Daniel Escobedo (Foto: Juan García).
Cremà del «Bosc Geomètric», de Alfredo Ruiz, en el IVAM (Foto: Miguel Lorenzo).
Imágenes de la exposición «Erótica techno en la arquitectura valenciana», comisariada y diseñada junto a Daniel Escobedo en Las Naves y en la ETSA (Foto: Ricardo Ruiz).
«Creo que conectar disciplinas entre sí será fundamental para luchar contra el «realismo capitalista» que describe Mark Fisher. Y, aunque me dedique a muchas cosas, todas tienen en común –no sin contradicciones- el impulso de la construcción del mundo en que me gustaría vivir y la huida del mundo en el que vivo».
«Materials per a una teoria estètica de les falles experimental», editado junto a Daniel Escobedo (Foto: Irene Usero). Todos los trabajos de Ricardo Ruiz pueden encontrarse en ALTRE Estudi.
Ricardo, ahora mismo, trabaja desarrollando un par diseños editoriales (uno para la artista Reyes Pe y otro para el activista Juan Manuel Rodilla), una vivienda unifamiliar (junto a los arquitectos Arturo Sanz y Fran López), un diseño expositivo para La Nau (junto a la diseñadora Marta Negre) y en el Plan Especial de Ciutat Fallera como posible distrito cultural (junto a colectivo CCRS). También es el comisario de algunos artistas o colectivos artísticos de la ciudad y se encuentra a la espera de la oportunidad de curar un nuevo proyecto comisarial.
Respecto a lo más reciente, Ruiz ha diseñado algunos espacios y arquitecturas de la exposición «La Ruta: modernidad, cultura y descontrol». A nivel antropológico, el fenómeno de La Ruta es uno de esos grandes temas de la ciudad de València que le fascinan, «reúne los ingredientes que siempre captan mi mirada: la creatividad, la colectividad, la locura. La expresión libre, la creación de mundos e imaginarios compartidos y la ruptura de estructuras (productivas, morales…)».
«Laberint de creacions», con instalación de Francis Montesinos. Arquitectura efímera que forma parte de la exposición, «La Ruta», en Bombas Gens (Foto Ricardo Ruiz).
«Es lo que más necesitamos en este mundo, invertir las reivindicaciones: reivindicar más la fiesta, que existe porque existe el ser humano, y menos el descanso, que existe porque existe el trabajo. Tenemos que trabajar menos y festejar más. Entonces, diseñar algunos de los espacios de la exposición y construir arquitecturas que actúan de soporte de tantas personas creativas vinculadas –en el pasado o en el presente– a esta historia, ha sido un privilegio. Para resolver el encargo intenté ser alegre y radical, alineándome con el espíritu de la Ruta», explica sobre este trabajo.
«La Ruta», en Bombas Gens (Foto: Ricardo Ruiz).
Recientemente Ricardo decía que, en Valencia, cuando hay poco control, «pasan cosas». Preguntado sobre esto, el arquitecto alude al exceso de diseño y normativa que rige nuestro mundo, «que actúa como catalizador de transformaciones, es el panóptico de Foucault». En este sentido, en el de lo urbano, apuesta por escuchar más a pensadores excepcionales como Manuel Delgado. «Parece que no caben comportamientos espontáneos, ni conflictos, ni diversidades y que, en nombre del bien, todo ha de estar medido y ordenado. Esto, para mí, es conservador y rancio, asume el cuerpo como una burbuja individualizada que se acaba en sí misma y no requiere de los demás».
«Además, la paradoja es que tenemos una elevada hipertransparencia e hipervigilancia en nuestras relaciones entre nosotros y con el espacio público y, sin embargo, donde debería producirse realmente ese control, que es en los centros de poder de las élites, los consejos de administración, las grandes empresas, el planeamiento… ahí los mecanismos de control son cada vez más enclenques y opacos. Así, vemos cómo la ciudad que habitamos se vende a los fondos de inversión que destruyen el mundo sin contrapoderes sólidos y, al mismo tiempo, cómo se acotan nuestra imaginación y esperanza para revertir esa tendencia».
«Decía Byung Chul Han que vivimos en la época del like, sin disenso, ni conflicto. Mira a tu alrededor: todo es neutro, todas las superficies son limpias, nada roza mucho y lo que roza levemente es monitorizado por tus iguales que lo denuncian en redes en nombre de la moral. Eso constituye un panorama desolador, es el infierno de lo igual que tanto preocupó a Pasolini, asumido y protegido por las clases subalternas, que acaban reforzando el statu quo capitalista», apunta el arquitecto.
Exposición de llibrets de falla en el IVAM, comisariada y diseñada por Ricardo Ruiz, «El llibret de falla: una oportunitat cultural» (Foto: Miguel Lorenzo).
Charla del IVAM en la discoteca Spook, en marzo de 2024. «Pólvora, cos, so». Un proyecto de Ricardo Ruíz para el IVAM (Foto: Miguel Lorenzo).
«Precaució!», proyecto desarrollado con la artista Reyes Pe en el Festival Miradors de l’Horta (Foto: Ricardo Ruiz).
¿Cómo afecta ese control al uso del espacio público y qué haría falta en la ciudad? «Lo que me gustaría para el espacio público sería no habitar un paisaje domesticado por las lógicas neoliberales de la productividad y la propiedad que rigen nuestro mundo y, por el contrario, encontrar un espacio de apropiación en un sentido radical, donde el ser humano se expresara en toda su creatividad y diferencia».
Llorenç Barber en una mascletà experimental en la Falla Arrancapins, encuentro sonoro dentro del proyecto «Pólvora, cos, so» del IVAM (Foto: Andreu Signes).
«En ese sentido, –continúa– me interesa el urbanismo táctico, al no definir de forma tan rígida los usos-funciones de los espacios o del mobiliario, dando pie a apropiaciones más libres e imaginativas. También me interesan sobremanera las fiestas populares y los cambios que generan en el espacio público, al ser activados por realidades que el capitalismo no puede controlar: la pasión, la comunidad o el deseo. Por eso, para mí, siempre son una estimulante grieta del sistema por la que asomarse a imaginar», concluye.