Anna Devís y Daniel Rueda son dos imaginativos fotógrafos, nacidos en 1990, que se conocieron estudiando Arquitectura en València, donde se graduaron. A día de hoy, este dúo creativo utiliza su bagaje arquitectónico para contar historias mediante imágenes sorprendentes que distan mucho de la fotografía de arquitectura clásica. Su particular estilo se caracteriza por el uso del humor, la creatividad, la precisión y una delicada estética inspirada en la ciudad, la geometría y el minimalismo y sin el uso de software de edición, construyen meticulosamente sus fotos en la vida real sirviéndose de todo tipo de objetos, localizaciones inesperadas y luz natural.
Recientemente, Anna y Daniel han sido nombrados embajadores de Hasselblad a nivel mundial e incluidos en la categoría de Arte y Cultura de la prestigiosa lista 30 under 30 europea de la revista Forbes por su “ingenioso uso de los objetos cotidianos y de la luz natural”.
Han trabajado en campañas publicitarias para clientes como Facebook, Netflix, Pantone o Disney y su trabajo también ha ilustrado carteles de festivales, portadas de libros y han publicado en numerosas revistas internacionales como Surface, The New York Times Style, Marie Claire, Glamour o El País. En las redes sociales, donde muestran sus ideas, son conocidos como @anniset y @drcuerda.
Este es su recorrido preferido por València:
«Nuestro trabajo nos ha permitido viajar alrededor del mundo descubriendo ciudades y culturas de lo más dispares. Y es durante esos viajes cuando uno descubre aquellas cosas que le enamoran de su propia ciudad. El clima y su orografía son dos de esos grandes “pros” de vivir en València. València es una ciudad ideal para recorrer en bicicleta, y a pesar de ser éste nuestro transporte diario, los sábados nos hace especial ilusión sacarla de casa y descubrir la ciudad sin prisas. Los valencianos tenemos la gran suerte de disfrutar del sol la mayor parte del año y salir a pasear sobre dos ruedas los días libres es un enorme placer.
Los fines de semana nos gusta celebrarlos, y qué mejor manera de hacerlo que con un dulce. Uno de nuestros lugares preferidos para empezar el día es Dulce de Leche. Cuentan ya con un par de locales en la ciudad, y todos ellos tienen un encanto especial. Y no nos extraña que suelan formarse colas para entrar en la pastelería, su vitrina es todo un espectáculo; dulce o salado, ¡cualquier elección es un acierto!
Con el estómago lleno, nuestra siguiente parada es el Mercado Central. Es uno de los edificios que más nos gusta de la ciudad, tanto por fuera como por dentro. Mientras uno sube las escaleras que llevan al mercado, debe hacer estiramientos de cuello previos antes de entrar porque los ojos no van a saber hacia dónde mirar. Suelo hidráulico hexagonal hacia abajo, especias de tonos intensos por la derecha, un colorido manto de frutas y verduras por la izquierda, una cúpula que deja boca abierto por arriba…
Siempre que vamos al Mercado Central hacemos un alto en el camino en el puesto de nuestro querido amigo Rafa. Se llama UNO, y esta parada es una pequeña obra de arte que recrea el universo visual del diseñador Jaime Hayón. Es el sitio ideal para hacerse con deliciosos platos caseros y pequeños bocados preparados con mucho cariño. Y nunca nos vamos de allí sin una bolsa de papas de trufa. ¡Shhh! Guardad el secreto. ¡Esperamos que no acabéis con todas las existencias!
Con la comida ya en la mochila, pedaleamos hasta los jardines del Turia, o como los llamamos aquí, el río. El río es otro de esos lugares donde uno no puede aburrirse: perros corriendo, niños jugando, grupos de amigos celebrando cumpleaños, parejas haciendo picnics, clases de yoga, personas leyendo…¡Hasta el mismísimo gigante Gulliver se puede ver allí! Nos encanta recorrer ese pulmón verde que parte y a la vez cose la ciudad. A uno se le olvida que está en medio de la urbe cuando lo pasea y, aunque este ya no lleve agua, sigue siendo un río de vida.
Y sin darnos cuenta, llegamos hasta el mar. La Marina de València es una de las zonas de la ciudad que más ha evolucionado en los últimos años. Edificios que habían quedado abandonados han vuelto a ser funcionales mediante nuevos usos y han conseguido transformar el puerto en un nuevo polo de atracción. Una pérgola en la que se dan conciertos, una piscina en el mar, una pista de patinaje, otra de baloncesto tan bonita y colorida que da pena pisar,… A nosotros nos encanta pedalear por el puerto sintiendo la brisa marina y descubriendo estas nuevas infraestructuras y novedades que nos ofrece la ciudad. Y no se nos ocurre una mejor manera de terminar este recorrido que con un picnic con vistas al Mediterráneo. Bon profit!»