«Del estudio de Siza me llevé muchas cosas. Por un lado la observación curiosa de lo que ya existe allá donde vas a intervenir, sea naturaleza, ciudad, o sea otra arquitectura. Por otro lado, me ayudó a entender la arquitectura de modo complejo, huyendo de conceptos simplistas que solo nos sirven al ego de los arquitectos, e incorporando elementos vivos y contradictorios en el proceso. Me sorprendió mucho la humildad con la que Siza se enfrenta a cualquier proyecto».
La que habla es la arquitecta Lola Bataller que, aunque ahora vive en València, estudió en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Oporto y trabajó en el estudio del arquitecto contemporáneo portugués más importante, Álvaro Siza, donde, explica, «aprendí a tratar con dignidad el oficio arquitectónico en todas sus facetas, escuchando lo que la historia, el territorio y las personas tienen que aportar».
Ahora, ella, junto a la también arquitecta Noelia Falcón, han rehabilitado y devuelto su brillo a dos viviendas de la calle de la Reina situadas en la parte del Cabanyal que a punto estuvo de desaparecer, en esa «zona cero» que iba a ser demolida para prolongar la avenida Blasco Ibáñez hasta el mar y que, tras muchos años de pleitos judiciales, no se llevó a cabo.
Las casas, antes de ser rehabilitadas por estas arquitectas habían estado ocupadas, aunque parece ser que eso fue una especie de salvaguarda, «las encontramos bien cuidadas a pesar de estar vacías durante años a la espera de su demolición», cuenta Lola Bataller.
«Aun así estaban muy alteradas, sobre todo en la parte trasera, con añadidos de muchos elementos impropios y de poca calidad constructiva. Toda la fachada hacia el patio interior carecía de valor. Había incluso una terraza ocupando casi todo el patio y un volumen que comunicaba con la casa de la calle de la Barraca, con lo que el patio estaba reducido a una mínima expresión y la planta baja era muy oscura. Además, había una distribución llena de alcobas con ventanas a interior sin luz ni ventilación».
Las arquitectas explican que encontraron en la vivienda una enorme diversidad de elementos «y debíamos elegir: azulejos en las paredes de diferentes motivos, los suelos cambiaban en cada estancia (encontramos hasta unos 20 distintos), varios tipos de falsos techos ocultando las viguetas … Quizás, lo más impresionante fue encontrar las puertas interiores tan altas y de un tipo de artesanía carpintera que ya no se encuentra».
«¿Que si hemos podido salvar mucho? Lo cierto es que sí, bastante, pero hemos tenido que hacer un trabajo de selección de qué era lo más valioso. Las carpinterías interiores de madera son prácticamente todas restauradas, aunque están cambiadas de sitio (porque la distribución no se mantiene), conservando los modos de ejecución, con carpinterías con marco directo. Hemos mantenido los hidráulicos de mayor calidad y los que venían mejor en la nueva distribución, porque haberlos conservado todos era muy ‘pastiche’. Igualmente sucede con los azulejos, hemos elegido los de mayor valor y los hemos colocado como cenefas en las cocinas».
En el patio, ahora recuperado, hay un zócalo de un hidráulico en la pared que, antes, era el suelo de una estancia. Pieza antigua, nueva vida. La fachada trasera al patio es toda nueva y tiene, por tanto, una nueva forma, solo se mantiene la puerta de la planta inferior, «un bellísimo ejemplo con vidrieras de colores; priorizamos su permanencia a la hora de dividir el patio. Lo que estaba en mejor estado eran las viguetas en planta baja, que encontramos al retirar el falso techo en un estado excelente y con pinturas en las bovedillas de yeso», explica Bataller.
Aunque el edificio es de Goerlich, de sus inicios como arquitecto municipal, en 1922, ¿se puede ver la huella de su trabajo en la vivienda? «Como dices, es una muestra muy temprana de su arquitectura. Sabemos, además, que no sustituye a una barraca, sino que había ya una sencilla construcción en planta baja previa a la llegada de Goerlich. Sin embargo, el estilo en ambas plantas es muy homogéneo, por lo que entendemos que las dos tienen su impronta. Pueden verse unas proporciones cuidadas, y unas líneas maestras en los detalles que destacan en ambas viviendas. No obstante, el estilo es muy distinto de todo lo que hizo Goerlich después. Además, tal y como funcionaba El Cabanyal en ese momento, sabemos de la importancia de los maestros de obra, y los distintos oficios, además del arquitecto en este caso. Lo que sí que encontramos son modificaciones posteriores impropias, que retiramos».
«Para nosotras – explica Lola Bataller – ha sido un placer intervenir en esta vivienda. Es un gusto rehabilitar en El Cabanyal después de vivir tantos años con la amenaza de la demolición. Es sólo una pequeña vivienda en el centro de la llamada ‘zona cero’, pero al fin y al cabo las viviendas como esta son las células que componen el núcleo del tejido del barrio y, si cuidamos de cada una de ellas, el barrio habrá ganado mucho».
Fotografía: Milena Villalba