A Isaac Newton le encantaba el queso Stilton. Sabemos también cuánto dinero le costaba cada vez que iba a comprarlo a la tienda. Esa información está al alcance de cualquiera que visite la Universidad de Cambridge y se interese por su archivo. También estará en Google, supongo, pero en cualquier caso ese dato nunca habría llegado a nosotros si alguien no hubiera guardado con celo los cuadernos del inventor. Gracias a ellos conocemos detalles particulares de su vida. La anécdota la contaba la arquitecta argentino-norteamericana Susana Torre, quien destacaba la importancia de coleccionar «todo». Pese al impulso acumulador que pareciera dominarla, su teoría tiene una explicación muy clara. De Newton sabemos hasta el queso que le gustaba; de muchas arquitectas importantes a lo largo de la Historia, apenas sabemos nada, ni de sus casas ni de ellas. Del Stilton, ni hablamos.
Susana Torre, que intervino en la Conferencia sobre Arquitectura y Género celebrada en València, insistía en la necesidad de salvaguardar bocetos, correspondencia, folletos, maquetas y ‘todo’ lo posible de los estudios de las mujeres arquitectas para que, esos materiales, puedan perdurar en el tiempo y no queden ocultos. Su teoría es que se podrá debatir sobre la conveniencia de que sean archivos físicos o archivos digitales, pero lo importante es que existan.
Esta arquitecta fue una de las que contribuyó al nacimiento del Archivo Internacional de Mujeres en la Arquitectura (IAWA), con todas las dificultades propias del momento, incluidas la escasez de fuentes documentales y la necesidad de visitar físicamente cada uno de los fondos investigados. Dos años le costó hacer un trabajo que hoy haría en un mes. Ese archivo internacional supone, en la actualidad, la fuente documental sobre arquitectas más importante en este sentido.
Las diferentes sesiones del congreso han contado con muchas comunicaciones, muy interesantes, que visibilizan el trabajo de las arquitectas. Investigaciones que recuperan figuras menos conocidas, que ni nos suenan, de diferentes lugares del mundo, junto a otras ponencias que intercalan la arquitectura con disciplinas transversales, como, por ejemplo, la de los cuidados. Y ahí tenemos un gran melón, aún por desarrollar en profundidad, al que le han metido mano algunas de las conferenciantes.
La arquitecta Anna Martínez Durán ha analizado seis casas propias de seis grandes arquitectos, con o, donde las mujeres desempeñaron un papel fundamental, pese a que siempre las encontremos arrinconadas en una esquina de la Historia.
Se ha detenido en los casos de Pauline Gibling, Carola Welcher, Nelly Van Moorsel, Grete Prytz, Hannie Van Roojen y Berta Doctor, dejando claro que existe la necesidad de incorporar sus aportaciones al relato «oficial» y dejar de considerarlas, en todo caso, como ‘mujeres de’.
«Casas compartidas. Contribuciones ocultas en el proyecto de habitar lo doméstico», se ha llamado su comunicación. Ocultas es la palabra mágica en este congreso.
Por su parte, los arquitectos David García-Asenjo y José María Echarte, se han detenido en un tema apasionante por todo lo que habla de la época en la que se desarrolla.
Con su intervención «Casa (incompleta) de muñecas. La vivienda de las trabajadoras del servicio doméstico en la vivienda burguesa española (1950-1970)» han transitado por esas décadas en las que las mujeres estaban destinadas al ostracismo de ‘sus labores’, y lo han hecho apoyándose en fotogramas de películas muy conocidas (‘La gran familia’, ‘¡Cómo está el servicio!, ‘Las que tienen que servir’ …) en las que el papel de la mujer era casi siempre el mismo e, invariablemente, tenía que ver con una plancha o con cualquier otro quehacer doméstico.
Mientras aquí la tutela por parte del hombre sobre la mujer era asfixiante, fuera de España ya iban por la segunda ola feminista.
El Opus Dei copaba los cargos del gobierno franquista, el PIB crecía y el servicio doméstico cambiaba. Echarte y García-Asenjo han contado cómo se habitaba en esas casas burguesas con servicio y cómo se pasó del regimiento de criadas y mayordomos de ‘Arriba y abajo’, en perfectos sustratos verticales de clase, a los edificios que reducían sus metros pero mantenían esa ‘vivienda’ dentro de la vivienda grande (la casa de muñecas del título), dejando la zona de servicio reducida al máximo pero separada del resto de la casa. Invisible.
Una casa incompleta dentro de otra casa. Un trabajo oculto (otra vez la palabra), dedicado al cuidado de los demás, que también tuvo su reflejo en la arquitectura burguesa de la época.
«La gran revolución doméstica» fue el libro con el que la arquitecta e historiadora Dolores Hayden, pionera en hablar de arquitectura y urbanismo con una perspectiva de género, le dio la vuelta a los planteamientos en los años 80. ¿Cómo sería una ciudad no sexista? era la pregunta que se formulaba hace varias décadas.
Hayden pasó por el congreso de arquitectura de València hablando, entre otras cosas, de la importancia de no invisibilizar los trabajos de cuidados y de crianza, de no convertirlos en una condena sexista, de darles la importancia que se merecen y de que se haga justicia de género para construir ciudades amables para todos.
Destacó, también, la importancia de los archivos documentales que permiten que no haya «historias borradas» (ocultas) y que podamos valorar el trabajo hecho previamente por otras arquitectas, «redescubrir lo que ya se sabía».
Junto a Hayden intervino la arquitecta Anna Bofill, compositora prestigiosa y destacada feminista, quien coincidió con la americana en que, una vez todo el mundo tenga metida en su cabeza la cuestión de contemplar la vida desde una perspectiva de género, la incorporación de esta a todos los ámbitos, además de a las casas, a la arquitectura o al planeamiento urbano, se dará de una manera natural.
El optimismo y el entusiasmo de ambas eruditas, de 78 y 79 años, no hizo más que reconfortar a un auditorio entregado que las jaleó al terminar la charla.
Entre el queso Stilton, las viviendas burguesas con servicio doméstico y las mujeres de los grandes arquitectos citadas tan a menudo sin nombre, se hacen más que necesarios encuentros como este que ayuden a ver el estado de las cosas y nos encaminen a cambiarlas para la posteridad. Cuanto antes.