Todo aquel que haya paseado por las calles del Centro Histórico y del Ensanche de Valencia ha tenido que ver alguno de los peculiares edificios que proyectó el arquitecto Cortina (José María Manuel Cortina Pérez, 1868-1950), ya que, desde su «modernismo fantástico», fue colocando sus dragones, dispersos por la ciudad, en lo más parecido a Gaudí que hay en Valencia.
Esa inclinación la vemos no ya solo en el famoso edificio que diseñó en el cruce de las calles Sorní y Jorge Juan (conocida como «Casa de los dragones»), sino que también puede verse en el que levantó en la calle Caballeros, número 8, en el de la calle Félix Pizcueta, número 3, o en los diferentes panteones, más de ochenta, que construyó en el Cementerio General de Valencia, en el de Campanar y en el del Grao.
De toda su obra, que fue mucha, más del 85% ha desaparecido gracias a esa costumbre local, da igual cuándo se lea este texto, de aniquilar el patrimonio.
Una exposición en el Museo de Cerámica González Martí, rescata al arquitecto y muestra la faceta de su producción que lo vincula a los pavimentos de Nolla, sobre todo en edificios del área metropolitana: La Ermita de Nuestra Señora de la Misericordia, en Meliana; la Villa Morris, en Bétera; y la Villa del Molino o Villa Benlliure, en Rocafort.
También dejó huellas de su trabajo en Gandia, Vila-real y Teruel. El eclecticismo era lo suyo, donde mezclaba lo gótico, lo bizantino y lo modernista; y la geometría, el lenguaje que utilizó para llevarlo a cabo.
El arquitecto ejerció una profesión que entonces pocos podían practicar y construyó mucho desde que terminara sus estudios a los 22 años, sobre todo en la parte de la ciudad llamada Ensanche de Colón o primer Ensanche, que empezaba a construirse en ese momento.
Además de su prolífica producción arquitectónica, suya es la decorativa verja de la calle de la Cruz Nueva que pertenece al Colegio del Corpus Christi (datada en 1914) y también otro emblemático cierre con verja, el del jardín de los naranjos de La Lonja de la Seda.
Cortina, hijo del maestro de obras Antonio Cortina, fue arquitecto municipal de la ciudad de Valencia en torno al año 1900 y es considerado, por sus estudiosos, el máximo exponente de la arquitectura protomodernista («medievalista fantástico«, según el profesor Benito Goerlich), un estilo que bebe de las influencias de la Escuela de Barcelona, lugar donde estudió. Y más concretamente del maestro Luis Domènech i Montaner. Aunque, como explica Girbés, «el suyo es un estilo muy personal, como el de la mayoría de arquitectos de la época, debido a la falta de una directriz común. No copia a ningún arquitecto, ni nacional ni extranjero, y conserva su modus facendi por encima de todo».
«Gran conocedor de la ciudad, sintió gran inquietud por la conservación de sus monumentos y el trazado urbanístico y sanitario que permitiese la contemplación, sin trabas, de los mismos», explica el comisario de la exposición, Jorge Girbés. Uno de los edificios de Cortina más alabados por sus estudiosos fue el Teatro Eslava, ya desaparecido.
La muestra, organizada por el museo y la Escuela de Ingeniería de Edificación (ETSIE) de la Universitat Politècnica de València (UPV), incluye los planos del arquitecto, el diseño de los mosaicos y las fotografías del pavimento una vez instalado en los diferentes edificios.
Además, se exhiben varios pavimentos de cerámica Nolla cedidos por Mosaico Patrimonial ‘Salvador Escrivá‘, así como cuatro acuarelas del propio Cortina que representan bocetos de distintos edificios proyectados por el arquitecto valenciano.
Definido, Cortina, como «una figura ignorada» por el comisario de la muestra, esta propuesta busca, en palabras de Girbés, «reivindicar el binomio Cortina-Nolla». Una serie de conferencias con especialistas complementan esta exposición, que puede verse hasta el 16 de abril.