Carmen Martín Gaite contaba en uno sus textos más recordados, el autobiográfico «El otoño de Poughkeepsie», que llevaba consigo desde hacía tiempo un ejemplar ―deteriorado por el mucho uso que le daba― de La pesanteur et la grace (esto es, La gravedad y la gracia), de Simone Weil (1909-1943). En él, escribió, encontraba lo que necesitaba cada vez que lo abría. Y es de suponer que lo hacía con frecuencia, no sólo por el estado en que se encontraba su ejemplar, sino por el reciente fallecimiento de su hija, Marta Sánchez Martín, a los 28 años, víctima del sida.
Hay en este libro de Simone Weil ecos de Platón y de Pascal (“No hay absolutamente ningún otro acto libre que no esté permitido, salvo la destrucción del yo”). Y un buen número de hallazgos, como pudo comprobar la escritora salmantina. Con este y con otro libro de la autora (Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la libertad social; ambos cuentan con nuevas traducciones), la editorial Alianza dio comienzo hace unos meses a una nueva colección en torno a la pensadora que deslumbró a Albert Camus, primero, y a todos nosotros, después.
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Vuelvo a uno de los libros de cuentos de la escritora alemana Unica Zürn (1916-1970) que Siruela publicó hace ahora veinte años en traducción de Ana María de la Fuente: El trapecio del destino y otros cuentos. Unica Zürn, esposa del artista Hans Bellmer y artista ella misma, militó en las filas del surrealismo francés. Admiraba la obra de Henri Michaux, en particular. Se suicidó como consecuencia de la esquizofrenia que padecía. Los cuentos que incluye este volumen son breves (apenas dos, tres páginas) y con frecuencia mágicos, desconcertantes. En uno de ellos, el protagonista, un anciano que posee un jardín, muere mientras aspira el olor de sus rosas.
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De un modo u otro, desde el cuento o desde la anotación corta, Weil y Zürn escribieron en torno al dolor y a la desgracia. Su experiencia, plasmada en libros tan distintos como los que hemos citado, nos ayuda a sobrellevar la tristeza causada por la terrible dana del pasado 29 de octubre que han padecido tantas y tantas personas y que, conocidas o no, nos resultan cercanas. Demasiado cercanas.
Prometemos no olvidarnos de ellas.