Manolo Bañó: «Ya no podemos diseñar pasteles cuando lo que hace falta es pan»

7 marzo 2025

por | 7 marzo 2025

El diseñador y profesor Manolo Bañó ha recibido este jueves en Valencia la distinción al Diseño Social, que otorga por primera vez la Fundació del Disseny de la Comunitat Valenciana, en reconocimiento a su sólida y firme defensa del diseño como elemento de transformación social. Doctor en Bellas Artes y Máster en Desarrollo de Producto, el profesor de Proyectos de Ingeniería de Diseño y Desarrollo de Productos en la Universidad CEU Cardenal Herrera y fundador de la Escuela de Diseño Industrial del CEU, en 1987, ha sido una figura esencial para la implantación de los estudios superiores de diseño industrial en la Comunitat Valenciana. La excelencia de su trabajo se muestra en museos como el Reina Sofía, el IVAM o el Museu del Disseny de Barcelona, aunque su mayor compromiso está en la ética aplicada al diseño y el impacto que este puede tener en las comunidades más desfavorecidas.

«Este largo viaje profesional por caminos muy poco concurridos por el diseño tiene sus antecedentes hace 40 años cuando soñábamos con cambiar el mundo mediante nuestro trabajo. Nunca pensé, en aquellos momentos, que aquel proyecto de la escuela de diseño que entonces me encargó montar el CEU tuviera un recorrido tan largo, tan exitoso y que llenara de sentido mi vida como lo ha hecho. No saben ustedes la ilusión que me hace ver aquí a alumnas y alumnos de las 34 promociones que han salido hasta hoy de mi escuela», explicaba emocionado sobre el escenario del Teatre El Musical (TEM), en el barrio del Cabanyal-Canyamelar de Valencia, ante un auditorio entregado.

El otro reconocimiento profesional de esta primera edición recayó en una figura de gran relevancia en el ámbito del diseño con impacto: la diseñadora Hilary Cottam, quien fue galardonada por su trayectoria y contribución al diseño social, destacando su capacidad de transformar realidades y mejorar vidas.

Cottam, que no pudo asistir en persona a la ceremonia, envió un mensaje grabado en español recordando su conexión con la Comunitat Valenciana y su infancia vivida en el municipio alicantino de Jesús Pobre. “Mis experiencias durante esos años fueron fundamentales para dar forma a mi trabajo”, señaló Cottam, quien elogió el ecosistema creativo valenciano y vinculó toda esta desbordante creatividad a la artesanía y al folclore de las fiestas locales. “Se trata de una región con una rica historia del diseño, visible en todas partes, desde el legado de la artesanía hasta la inspiración deslumbrante de los arquitectos de fama mundial, y también en lo que a mí me interesa, el trabajo de los diseñadores cotidianos”. Dedicó, además, parte de su intervención a las víctimas de la Dana, recordando el impacto directo del cambio climático en la aceleración y repetición de este tipo de catástrofes.

La ceremonia visibilizó el talento emergente valenciano con los proyectos de los estudiantes María José Bustos Garnica y Juan Manuel Pedro Aránega, cuyos trabajos, desarrollados en escuelas de diseño y arquitectura de la Comunitat Valenciana, evidencian el compromiso de las nuevas generaciones con el diseño social. Bustos Garnica con su Trabajo Final de Máster en Arquitectura Avanzada, Paisaje, Urbanismo y Diseño de la ETSA, de la Universitat Politècnica de València, sobre «Entornos educativos para niños con Trastorno del Espectro Autista: criterios y estrategias de diseño arquitectónico»; Pedro Aránega con su Trabajo Fin de Grado en Diseño Gráfico de la EASD de Castelló, titulado «Fauna, el joguet dels parcs naturals».

Subió al escenario Vicent Martínez, como presidente de la Fundació del Disseny y también en representación del comité de estas distinciones, quien destacó que, para la toma de decisión final de los reconocimientos, se tuvieron en cuenta fines estratégicos y políticos, pensando en un diseño que hablase de género, de clases y valorando la dimensión de su divulgación. El comité de esta edición ha estado compuesto por Amparo Bertomeu, Pepe Cosín, Kike Correcher, Luis Calabuig, Lilian González, Xènia Viladàs, Anatxu Zabalbeascoa y el propio Vicent Martínez.

Manolo Bañó o una vida dedicada al diseño social

Bañó recordó que, en aquellos años de trabajo intenso, junto a su socio Marcelo Martínez, se dedicaban, además de a la docencia, a diseñar juguetes, «con los que habrán jugado ustedes o sus hijos, muebles que quizá tengan en sus casas o zapatos que vuelven a estar de moda, aunque los diseñamos hace tres décadas». Años más tarde, «hace ya 25», comenzaron a trabajar con la ONG Intermon Oxfam, capacitando grupos de artesanos con pocos recursos. «Después de la experiencia que vivimos, comprendimos que lo mejor que podíamos hacer era compartirla con nuestros alumnos a través de una propuesta que llamamos ‘Diseño para el mundo real’. Este proyecto, que luego rebautizamos Free Design Bank, y cuyo valor se reconoce hoy en este acto, consiste en promover la creación de grupos de trabajo o talleres principalmente de mujeres sin recursos en lugares de extrema pobreza a las que formamos en técnicas artesanales relacionadas con los materiales autóctonos disponibles. Después de entender sus problemas y los recursos con los que cuentan, les ayudamos a comercializar sus propios productos y a defenderlos».

Por otro lado, con este proyecto, los estudiantes de diseño, a los que acompañaban al terreno o les llevaban información de primera mano a clase, se alejaban así de sus prejuicios y empatizaban con aquellas comunidades con quienes iban a colaborar en el desarrollo de diseños y soluciones. «Estos diseños son los que el grupo de mujeres podrá fabricar y vender y, con ello, ganar dinero, autoestima y esperanza en el futuro. Y todo esto solo es posible con el trabajo en equipo y con el apoyo de universidades, centros educativos y ONG’s. Ambos grupos de beneficiarios – los productores y los alumnos-  se enriquecen mutuamente con su colaboración, demostrando que el diseño bien entendido y bien manejado crea empatía, conocimiento, hermandad, prosperidad, riqueza y esperanza. Y demuestra también, por si a algún político le interesa, que la gente que tiene un puesto de trabajo digno no quiere irse de su tierra».

El profesor compartió, durante su intervención, una experiencia que vivió al comienzo de su carrera como diseñador de proyectos para el desarrollo de comunidades desfavorecidas y que cambió su manera de pensar «típica de hombre blanco, con estudios y con recursos».

«Me encontraba trabajando en una aldea del sur de Kenia llamada Kisii cuya población vive mayoritariamente de la artesanía realizada con una piedra llamada soapstone, parecida al alabastro. Esta piedra se extrae del fondo de una cantera a cielo abierto sin mas herramientas que un mazo y un puntal, y se sube hasta el borde de la cantera a hombros de la gente del pueblo. Una vez arriba, más paisanos la cortarán, la tallarán y la pintarán, hasta haberla convertido en diferentes figuras decorativas que se venden -cada vez menos- en todo el mundo. Me llamaba la atención la enorme cantidad de gente del lugar que intervenía en el proceso. Viendo que todo aquel proceso se podría optimizar, en un momento dado, mientras hablaba con el encargado de la cooperativa se me ocurrió proponerle lo que para mi era una brillante idea: con poco dinero compraríamos un motor que mediante un cable subiera la piedra al exterior de la cantera y, además, utilizaríamos ese mismo motor para cortar la piedra en piezas mas pequeñas. Eso les ahorraría mucho tiempo y mucha mano de obra. El hombre me miró sorprendido y yo pensé -orgulloso- que había dado con la clave. El encargado se tomó unos segundos de reflexión y finalmente me respondió: aquí no hay mas industria que la cantera, si hacemos eso que propones mucha gente se quedará sin trabajo y, entonces, ¿de qué vivirá?».

«En aquel momento me di cuenta de que la maquinaria de un reloj no funciona en otro reloj, pensé por error que las soluciones de aquí funcionan allí, como si nosotros tuviéramos resueltos nuestros problemas y ellos no. Me di cuenta de que no se puede diseñar para los demás si no formas parte de ellos y de sus circunstancias, y que dar soluciones y fórmulas desde nuestra posición privilegiada, desde nuestra cultura y nuestras costumbres nunca va a resolver los problemas de otros con menos recursos, con otras culturas y otras costumbres. En definitiva, aprendí que el diseño no solo debe ser siempre social, sino que además debe ser siempre colaborativo. Como diría Carl Jung: no se puede conocer la oscuridad a la luz de una linterna».

Manolo Bañó hizo una reflexión en voz alta sobre el diseño y su propósito en nuestras vidas. «Hemos creado un mundo sobre saturado de objetos y ya es hora de que nos demos cuenta de que debemos invertir la secuencia. Ahora los diseñadores hemos de poner el foco en los beneficios sociales y en las necesidades de la comunidad y, en todo caso, los objetos que se necesiten para ello solo tendrán sentido si son herramientas que provean bienestar, felicidad y confianza en el futuro. Y voy a posicionarme: hay una gran diferencia entre el diseño que sirve a la humanidad y el que solo sirve a los que tenemos recursos. Mientras que el primero busca resolver problemas reales, promover la equidad y fortalecer la cohesión social; el segundo solo alimenta el ciclo de consumo y se empeña en producir objetos que muchas veces responden más a estrategias de mercado que a las necesidades genuinas de las personas. En definitiva: ya no podemos diseñar pasteles cuando lo que hace falta es pan», explicaba.

El diseño orientado exclusivamente al consumo – según Bañó – perpetúa la desigualdad porque alimenta un modelo económico que mide el bienestar únicamente en términos de crecimiento material. Este paradigma confunde «tener más» con «vivir mejor», dejando de lado valores esenciales como la sostenibilidad, la inclusión y la justicia social. El diseñador cree que ha llegado el momento de repensar qué significa verdaderamente el progreso. «¿De qué sirve una economía que crece mientras una parte importante de la población carece de lo básico? ¿qué valor tiene el diseño si no puede cerrar brechas y generar bienestar real? ¿de que sirve el diseño si no tiene como propósito transformar vidas, mejorar contextos y generar impacto positivo en las comunidades?», se cuestionaba. «Desde mi punto de vista, lo que no produzca cambios sociales, no mejore el bienestar colectivo o no impulse el desarrollo humano no lo llamemos diseño. Aquellos proyectos que prioricen lo superfluo, lo desechable, el ego, o los que simplemente alienten al consumo desenfrenado, no los llamemos diseño. Porque el buen diseño es el que tiene un propósito social. El diseño, en su esencia más pura, o es social o no es diseño». 

Y el diseño, explicaba Manolo Bañó, no solo debe ser social en su esencia, también debe ser colaborativo, lo que significa implicar a la comunidad en el desarrollo de las soluciones a sus problemas. Este tipo de diseño que pone en el centro a las personas y trabaja de la mano con ellas, garantiza que las soluciones no solo sean funcionales, sino también significativas para los grupos humanos. Cuando un proyecto de diseño logra empoderar a una comunidad, fortalecer su cohesión o abrirle nuevas oportunidades, «estamos ante un diseño que tiene sentido, un diseño que va a tener transcendencia social».

El diseño que transforma es el diseño que escucha, el que trabaja con las personas, el que busca soluciones inclusivas y sostenibles, apuntaba Bañó. Es el diseño que nace de la voluntad de cambiar una realidad para bien. Y sin esa voluntad de transformación, sin ese compromiso con la mejora social, «simplemente no deberíamos llamarlo diseño». El buen diseño conduce al progreso, y el progreso es un éxito de la sociedad. «Construyamos un mundo más justo, un mundo donde el diseño sea verdaderamente un catalizador de progreso humano, un mundo donde crear sea una herramienta para transformar vidas y construir un futuro esperanzador para todos, donde el diseño responda a las verdaderas necesidades de la sociedad porque, en definitiva, el diseño o es social, o no es diseño».

La ceremonia, conducida por Ona Bascuñán, concluyó con un vino ofrecido por la bodega valenciana Dominio de la Vega, un proyecto alineado con la sostenibilidad y liderado por la diseñadora Inma Bermúdez. La colaboración de la Delegación de Acción Cultural del Ajuntament de València, el Teatre El Musical (TEM) y Caixa Popular hicieron posible la celebración del encuentro.

Las Distinciones al Diseño Social nacen con vocación de continuidad, con el compromiso de la Fundació del Disseny de visibilizar y fomentar el diseño que mejora vidas. «Más que un premio, estos reconocimientos representan una responsabilidad y una apuesta por el diseño como agente de cambio», como explicó Vicent Martínez.

La jornada dejó una certeza: el diseño social no es una tendencia pasajera, sino una necesidad ineludible.

Fotografía: Brava Studio. Colaboración entre Fundació del Disseny y Flat Magazine.

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