Una caña, unas bravas, una partida de cartas, un servilletero, una terraza, un cartel anunciando arroces, una silla esperando un cliente, un refugio para el último lector de prensa en papel, un bocata de jamón, una barra. Un bar nunca es aburrido. Buñuel, el que fuera el bar Elena, la otra familia, un cliente del JM, Joseph Mitchell. Todo cabe en los bares que retrata Rubén Malo de Dios. Menos los tercios a tres euros.

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