Durante los meses del confinamiento estricto a causa de la pandemia sanitaria volvimos a darnos cuenta de lo que necesitamos salir al exterior, la luz del sol y los espacios abiertos. Y nos acordamos entonces de las azoteas, las grandes olvidadas, esas a las que todos queríamos subir justo cuando estaba prohibido y el helicóptero nos recordaba que no, no se podía. ¿No sería maravilloso aprovechar mejor esos lugares y convertirlos en techos verdes sobre nuestras cabezas?

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