Con motivo de la concesión del Premio Julio González a Carmen Calvo (València, 1950), el IVAM organiza una exposición que revisa las principales líneas de investigación de esta artista desde finales de los años sesenta del siglo XX hasta la actualidad a través de una amplia selección de obras e instalaciones. La artista es la tercera mujer galardonada en la historia del premio, después de Annette Messager y Mona Hatoum.
“¿De dónde surge una idea? Está ahí y va surgiendo. Lo importancia es la observación, la mirada. Lo que vas viendo todos los días”. Lo ha expresado la propia creadora durante la presentación de la exposición, la tercera que le dedica el IVAM después de las muestras organizadas en los años 1990 y 2007. “El origen de este proyecto es mostrar el estudio de la artista, abrir su archivo y llevarlo al museo para ofrecer una nueva mirada sobre su trayectoria, poniendo en el centro sus referencias, sus obsesiones y sus resistencias”, ha explicado Nuria Enguita, directora del IVAM y co-comisaria junto a Joan Ramon Escrivà.
La concesión de este premio se suma a una larga serie de reconocimientos a la labor de esta artista como el Premio Alfons Roig de la Diputación de València (1989), el Premio Nacional de Artes Plásticas (2013), el Premio ACCA de la Crítica (2013), la Medalla de la Facultat de Belles Arts de València (2014), o la Distinció al Mèrit Cultural de la Generalitat Valenciana en 2016. En 1997 Carmen Calvo, junto al artista Joan Brossa, representó a España en la XLVII Bienal de Venecia.
«Utilizando como herramienta técnica y conceptual el collage, la artista ha llevado a cabo la construcción de un poderoso imaginario a través del reciclaje y la resignificación de objetos e imágenes desechadas por la sociedad de consumo. Una ficción que debe entenderse como una compleja trama de argumentos que nos interpelan sobre la religión y la sexualidad, la infancia y la educación, la violencia y la desigualdad. Que hablan de nuestros sueños, deseos y miedos», explican desde el museo.
En la nave central de la galería 1 se presenta por primera vez una recreación del taller de la artista, que se despliega en el espacio como una especie de ancestral gabinete de maravillas. Estanterías y viejas cajoneras sirven de soporte y refugio abigarrado a centenares de objetos antiguos, maniquíes y retales de cuadernos y revistas rescatadas por la artista en rastros y anticuarios e intervenidas en el estudio. Enseres indispensables para activar sus impulsos de ensoñación y de extrañamiento.
Durante la última década, la artista ha intensificado, mediante el empleo de imágenes fotográficas rescatadas e intervenidas en su cotidianeidad, su mirada crítica hacia la opresión y la desigualdad de las mujeres. Una reflexión que se refleja en la instalación inédita con la que finaliza el recorrido la exposición, la enigmática La naturaleza agita (2010-2018).
Esta muestra inicia su recorrido con una selección de obras realizadas durante la década de 1980 pertenecientes a sus emblemáticas series Escrituras, Recopilación y Reconstrucción. En estas ordenadas composiciones de inspiración arqueológica el uso del yeso moldeado en precarios recipientes domésticos de cartón ha sido una de las señas de identidad de la artista desde los inicios de su carrera.
“El recorrido comienza con pieza de 1969. Ese cuadro que pinté con 19 años ya manifiesta que algo pasaba en mi cabeza. La obsesión va adelante”, ha explicado la artista sobre sus composiciones de inspiración arqueológica realizadas a finales de los años setenta y ochenta.Agrupaciones de objetos inventados de escayola comparten ubicación con objetos reales rescatados de los vertederos de la historia: un repertorio taxonómico dispuesto sobre mesas-vitrina convertidas ahora en una suerte de muestrario de ferretería donde se exhiben los despojos de viejas ruinas imaginarias.
Silencio I y II
Realizada en yeso y piedra, la obra Silencio I y II (Te prometo el infierno, 1995), ocupa un lugar destacado en esta exposición, siendo una de las primeras incursiones de la artista en el terreno de la instalación. Decenas de lápidas blancas se amontonan sobre un muro del que penden centenares de puñales amenazantes. Reminiscencias de cementerio y hechos trágicos, recuerdo de la ausencia.
Los maniquíes
Las muñecas, las figuras de cera y los maniquíes son parte indisociable del imaginario creativo de Carmen Calvo. El rictus hierático de sus rostros, su enjuto pelo falso, así como la articulación aparatosa de sus extremidades…, todo parece invocar un morboso estado de tránsito entre la vida y la muerte.
O quizás, algo mucho más importante: la condición mecánica del ser humano convertido en porción maleable del engranaje social. Un sistema diseñado para adocenar a un individuo transmutado en marioneta. Los últimos maniquíes intervenidos por la artista acentúan su disposición en una escenografía dramática, dislocada, metáforas de la violencia sistémica sobre los cuerpos.
Postales-libros
Como al poeta Paul Éluard, a Carmen Calvo le fascinan las tarjetas postales. Sobre estas imágenes impresas sobre cartulina, incrusta fragmentos de fotografías y enigmáticas frases manuscritas, un lúdico juego de intrusión subversiva destinada a desestabilizar las ficciones afables propagadas por la industria del turismo.
El mismo procedimiento de abrasión y cruce de significados actúa en las series de libros intervenidos por la artista. La frialdad metódica de los cuadernos contables, o la solemnidad de los discursos literarios o filosóficos que han buscado su refugio en los libros antiguos, son sometidos a intromisiones con pequeños objetos que desencadenan nuevas e irónicas interpretaciones en el espectador.
Et pourlèche la fase ronde
La obra Et pourlèche la fase ronde (2013), una agrandada bola del mundo sobre la que pende una cabellera, articula un conjunto de obras en las que la artista Carmen Calvo utiliza el pelo como poderoso detonante de significados, más allá de la idea espiritual de belleza.
En el imaginario de la artista el pelo es un símbolo de la identidad de la mujer, de su sexualidad y de los actos de castigo a los que se ha visto sometida a lo largo de los siglos. En las inquietantes obras Negro corsé velludo o Sexo en la cara, el pelo se exhibe con descaro, exuberante y sin ningún atisbo de pudor. La materia grimosa coloniza ampliamente el espacio de la composición, provocando en el espectador una mezcla de atracción y morbosa repulsión.
¡No es un sueño! ¡Está pasando de verdad! (2020)
Durante los meses de confinamiento provocados por la pandemia del COVID, la artista volvió a visionar, en aquellos días largos de soledad y reclusión, muchas de las películas del cine clásico americano y la Nouvelle Vague que han estimulado el desarrollo de su imaginario creativo.
Con la cámara del teléfono móvil, Carmen Calvo capturó fragmentos de esos filmes, imágenes de escenas y rostros que quedaron petrificados, sorprendidos por el disparo del dispositivo. Ensamblados y proyectados en un cuarto oscuro, estos difusos fotogramas se asemejan a una fantasmagoría, un relato claustrofóbico sobre el sentimiento de zozobra provocado por la situación de aislamiento.
Sala final
En la obra de la artista, la problemática sobre las relaciones de dominio y la violencia ejercida sobre las mujeres ha ido cobrando cada vez un mayor protagonismo. Como si fuera la escena extraída de un sueño, un habitáculo de grandes dimensiones —la instalación La naturaleza agita (2010- 2018)— alberga centenares de dedos de terracota que sobresalen de sus paredes. Son dedos de mujer.
Su disposición invasiva y seductora del espacio parece interpelar la estimulación del deseo sexual, los encantos de los placeres terrenales. Al mismo tiempo, estos dedos adquieren un aspecto amenazante: se asemejan a las fauces de las plantas carnívoras, púas punzantes que invocan el castigo.
A partir de fotografías recuperadas de viejos álbumes abandonados, Carmen Calvo construye en esta sala una suerte de memorial de mujeres anónimas, metáfora visual de la condición subordinada de la mujer en el pasado y, aún hoy, en las sociedades contemporáneas. Rostros y cuerpos borrados, tapados, desdibujados. Bocas y ojos privados de su función primordial: mirar, decir, decidir.
La obra de Carmen Calvo se ha desarrollado “bajo un discurso feminista militante, consciente de la violencia y la opresión que la sociedad patriarcal ha ejercido sobre las mujeres, con sus reglas y normas; religiosas, sociales y políticas, que afectan a todos y cada uno de los ámbitos de la vida, desde lo más íntimo a lo público”, ha concluido Nuria Enguita.
“Un discurso que se manifiesta en sus cuerpos fragmentados, convertidos en mercancía, o en sus imágenes veladas o rotas, y en esos objetos de la infancia que muestran ahora su cara más siniestra”.