La portada de «DeBÍ TiRAR MáS FOToS» (DtMF), el último álbum de estudio del artista puertoriqueño Bad Bunny (Benito Antonio Martínez Ocasio, 1994), se nos presenta visualmente a través de una composición protagonizada por dos viejas conocidas que, por su carácter y localización —su silueta se recorta sobre un entorno natural repleto de bananeros— sintetiza el universo de significados que destila el nuevo disco del cantante boricua.
Que el responsable de arte del álbum, Robinson Florian, haya recurrido a las populares sillas Monobloc —atendiendo al espíritu de las letras de DtMF—, no parece una simple operación casual al servicio de la estética costumbrista sino un ejercicio de reivindicación de la memoria popular.
Para empezar, podría decirse que el «modelo» Monobloc no se trata de una pieza exclusiva sino más bien de «una forma de hacer sillas». Su origen indeterminado le viene como anillo al dedo, pues estamos hablando de la silla anónima por excelencia. Este anonimato la dota del noble arte de pasar desapercibido, algo sorprendente cuando se trata del tipo de silla, posiblemente, más fabricada de la historia. Tal vez nuestros ojos se hayan habituado a su cotidianidad.
La silla que espera. © Dylan Ferreira vía Unsplash.
Con todo, sería incauto afirmar que la silla Monobloc surgió de manera espontánea, por lo que ciertamente sí que es posible hacer un rastreo histórico que justifique su posterior estallido de popularidad. Para ello, debemos remontarnos a mediados del siglo pasado para encontrar los antecedentes de este versátil asiento.
En 1946, el diseñador estadounidense D.C. Simpson trabajó el concepto de sillas modulares de plástico con un planteamiento adelantado a los tiempos que corrían. Poco después, en torno a los años sesenta, más diseñadores de calibre abonaron el terreno para el surgimiento de nuestra silla con propuestas en el contexto de una época de experimentación pop. Así las cosas, en la Universale 4867 (1965) de Joe Colombo reconocemos la voluntad utilitaria del objeto silla, la cual se fabricaba también con plástico. Mientras, otro diseño icónico referente para la Monobloc pudo ser la silla en voladizo (1959) de Verner Panton, que se erigió como la primera construida de una sola pieza y empleando un único material, haciendo justicia mediante esta técnica al atributo «monobloque» que ha perdurado hasta hoy.
La «Panton Chair» es un clásico del diseño. © Verner Panton Design AG vía vitra.
Entre tanto, la ausencia de patentes abrió la puerta de la explotación comercial de diseños monolíticos, apilables, multipropósito y —casi— indestructibles. Las sillas Monobloc son piezas cuya practicidad ha permitido que su uso se haya extendido por rincones de todos los continentes. Además, su sistema de producción basado en la inyección de polipropileno en moldes a temperaturas superiores a los 200º la hizo fácilmente confeccionable, el estímulo definitivo para propagarse sin descanso.
Anatxu Zabalbeascoa en su ensayo «Chairs: historia de la silla» (GG, 2018) nos recuerda que la silla es el objeto más diseñado de la era moderna, posiblemente por la gran variedad de propósitos que conlleva la necesidad de tomar asiento. En esta competición, la Monobloc demuestra ser una auténtica todoterreno. Es la elegida para nuestras paellas de domingo, para tomar la fresca en nuestros pueblos o para poblar nuestras plazas en las noches de cine de verano. Es, también, la silla paciente, la que aguarda, la que permanece en áreas de servicio remotas u otros lugares ignotos esperando ser ocupada. Ya sea para acompañar un puesto de venta de melones o para descansar del baile en una boda, estas sillas transgeneracionales son un lugar común y, como tal, custodian la memoria colectiva de las sociedades contemporáneas. La silla Monobloc será arqueología para el futuro.
Arqueología para el futuro. © Reden vía Unsplash.
Cada cual puede convocar un recuerdo diferente al observar o relacionarse con aquellas y Benito, Bad Bunny, las coloca vacías, como iconos populares, cotidianos, símbolos de la nostalgia de un tiempo extinto, uno que ya no es. La portada del álbum nos habla de un tipo de ausencia específico, el del hueco que genera la desaparición progresiva de las raíces identitarias a partir del caso de Puerto Rico, su país natal, que cabe recordar tiene un estatus particular en su relación con los Estados Unidos.
Aunque el diseño de las sillas Monobloc haya experimentado las variaciones propias de un modelo ampliamente extendido y explotado comercialmente, su espíritu permanece intacto y siguen siendo fácilmente reconocibles. Todo el mundo las percibe como parte de la idiosincrasia de su apreciado entorno local, al mismo tiempo que resultan unas de las piezas más universales jamás fabricadas. Quizá en la portada de «DeBÍ TiRAR MáS FOToS» se alude a esa especie de ambivalencia: de cómo el progreso y lo global aterrizaron para confundirse con aquello que nos era propio, para después devorarnos con sus fauces.