La casa del diseñador Eduardo Albors está en El Vedat (Torrent), justo en la avenida San Lorenzo, por donde crecieron las mansiones y las villas de veraneo a partir de 1890 en este lugar situado a escasos nueve kilómetros al sur de Valencia.
Hacia aquí, igual que lo hicieron en Godella, Rocafort o Paterna, acudieron los valencianos acomodados, que podían permitirse veraneos ociosos, y se pusieron en manos de arquitectos como Javier Goerlich, Antonio Gómez Davó, Luis Albert o José Cort Botí. Suyas fueron muchas de las villas monumentales de El Vedat, de las que, en la actualidad, quedan pocas en pie.
La casa donde vive Albors es de 1920. A ella fue a parar, con el también diseñador José Juan Belda, cuando ambos decidieron independizarse de sus familias y montar su propio estudio. Alquilaron el chalé en 1976. Comenzaba así el idilio de Albors con ese lugar, que dura hasta hoy.
Enclavada en la parte alta de El Vedat, rodeada de bosques de pinos y de otras edificaciones tan monumentales como ella, la casa ha vivido todo lo que ha vivido su dueño, que ha sido mucho. Con sus idas y venidas, sus reformas y, sobre todo, con sus maravillosas lámparas, que no podrían tener un escenario mejor para lucirse. Solo en el salón hay, fácilmente, más de quince modelos.
Porque Albors (Valencia, 1949) es un diseñador de larga experiencia: cincuenta años repartidos, primero en el pionero grupo Caps i Mans, después, en el mítico colectivo La Nave, luego por libre para diferentes firmas, aunque también ha sido profesor en distintas universidades. Tiene la suerte de atesorar la gran mayoría de sus célebres diseños de luminarias, «soy un trastero», dice. Piezas como la lámpara Colorín, la Lolita o la cálida Tábula, pueblan los rincones de la casa ya centenaria.
A aquella casa inicial se le unió el edificio contiguo, al cabo de los años, para ampliar los espacios y reformularla entera, esta vez ya solo con Eduardo Albors como propietario. Muchos de los detalles originales de la casa se mantienen porque Albors, con buen ojo, cambió lo necesario y se quedó lo que valía la pena del decorado de aquellos veraneos imaginados de principios del siglo pasado.
«Este sitio tiene magia», explica mientras la música de piano de Jeroen Van Veen suena de fondo. «Por aquí ha pasado de todo … diseñadores, artistas, músicos, escultores … hasta una futura ministra de Cultura (sonríe), hacíamos muchas fiestas locas cuando nos instalamos aquí con 25 años. Las fiestas continuaron hasta el año 2000, pero más tranquilas». La casa, entre otras celebraciones, fue también el escenario elegido por el diseñador para casarse cuando tenía 50 años. Albors habla con cierta melancolía de aquel pasado pero, sobre todo, transmite haber gozado mucho este lugar.
Volvamos a sus 25 años. Cuando llegaron al edificio, este tenía una estructura inicial de casa de pueblo, con una clásica entrada grande para carros y las estancias, a ambos lados. Albors y Belda tiraron tabiques para situar lo que iba a ser su estudio nada más entrar a la casa. Parte de las habitaciones las dejaron igual. Uno de esos dormitorios él lo llama «el cuarto de los sueños». En esa habitación dormía y ahí soñó, durante muchos años, con los diseños que después dibujaba y convertía en realidad. La lámpara Colorín nació de uno de esos sueños.
La llegada a El Vedat de Belda y Albors se dio después de haber pasado por estudios localizados en sitios tan dispares de la ciudad como Lope de Rueda, Aben Al Abbar y Maestro Palau. «José Juan y yo buscábamos algo fuera de Valencia y esta fue la primera casa que vimos, nos gustó y nos instalamos. Montamos el estudio, la reformamos un poco y aquí estuvimos cerca de cuatro años. Después ya nos cambiamos al estudio de los hermanos Lavernia, en la calle Cirilo Amorós. En el año 86 fue cuando compré yo la segunda casa para unirla a la primera. En el 90 se hizo la reforma de una parte y en el 2000, la de la otra», explica Albors.
Entre medias de todo esto, los viajes a Brasil. «Antes de irme, en 1981, quería tomarme un año sabático e irme a las islas Fidji, a las antípodas, a punto estuve de hacerlo», explica.
En Sao Paulo estuvo cinco años viviendo, en periodos de cinco y seis meses, «una época magnífica, los mejores años de mi vida, tenía una buena edad, fuerzas y dinero». De Brasil se trajo, además de mucha experiencia y de muchos viajes para conocer el país a fondo, un patín que funcionaba con un motor de arranque, como el de las motosierras, treinta años antes de que se pusiera de moda en Europa. Con ese patín llegó un día a La Nave de la calle San Vicente, marcando neumático en el suelo y dejando a todos con la boca abierta, se ríe recordando. «Los brasileños son muy imaginativos para algunas cosas».
La Nave surgió en Valencia en 1984 tras la unión de dos equipos de trabajo, Caps i Mans y Enebecé, y estaba compuesta por once creativos que compartieron un espacio industrial de 400 metros cuadrados en la calle San Vicente, al más puro estilo de un coworking actual. El trabajo de este colectivo se enmarca en el contexto social de los años 80, con todas sus «movidas», donde hubo un punto de inflexión en la práctica del diseño con la aparición de la estética posmodernista que representó una liberación formal.
Mientras, Eduardo Albors viajaba a Brasil, donde llegó tras la llamada del empresario Adolfo Ronda para diseñar productos, marcas y tiendas en aquel país. En Valencia, a la vez, emergía La Nave, experiencia de la que Albors formó parte y de la que fue uno de los titulares en aquella brillante alineación. Compaginó todo durante unos años, aunque él se salió del colectivo antes de su disolución en 1991.
«En 2008 volví a Sao Paulo para una segunda etapa de la empresa Ronda y también trabajé en Italia para la firma Di Vetro». En 2010 fundó DXW (Design for the World), con sede en Hong Kong, con el objetivo de diseñar para el mercado asiático. Trabajó durante cuatro años para China, Taiwán y Corea del Sur.
Rebobinando temporalmente a cuando Albors empezó en el mundo del diseño, años 70, recuerda que todo era clásico en España, había poco o nada que no lo fuera. Viajó por todas partes en cuanto pudo, lo que le dio un conocimiento y una visión. «Cuando íbamos a Italia decíamos ‘¿pero para qué hacer más lámparas?, si ya están todas hechas y son buenísimas'», ríe.
«Empecé con la empresa Lamsar, lo que me dio pie a trabajar viendo lo que se estaba haciendo por ahí fuera. De forma autodidacta, había estudiado artes aplicadas pero, sobre todo, haciendo lo que se me ocurría. Hacía diseño global, eso sí, lo que dotaba al conjunto de coherencia. Iluminación es lo que más he hecho pero también juguetes, textil, muebles … el cliente de antes se atrevía más. Ahora van con mucho tiento, con mucho marketing. Entonces había más posibilidades de hacer cosas».
Albors ha pasado, en estos años, muchos ratos pensando en la terraza del jardín de su casa. «Pensar, pensar y pensar», repite. «Cuando lo tengo ya todo clarísimo, entonces lo paso a papel grande, de 70×100, con todos los detalles posibles». A partir de ahí, el diseño se lo da a sus ayudantes para que lo trasladen a 3D y lo materialicen. A día de hoy, sigue dibujando.
La vivienda de El Vedat, lejos de ser una casa lineal, tiene un sinfín de recovecos interesantes: habitaciones que dan a un patio secreto que parece marroquí, con una mesa para desayunar y con una balsa encantadora; una espléndida cocina que se esconde tras una puerta doble con una vidriera original; unas escaleras que suben a una azotea con vistas kilométricas, «de noche es muy bonito». Esa terraza esconde un estudio que tiene todo lo que uno puede necesitar. Vistas, mucha luz natural, libros, un escritorio y una chimenea. «Esa habitación me gusta, la utilizo mucho en invierno», apunta Albors.
Cuando compró la casa contigua para unirla a la primera, Albors reestructuró las estancias, adaptó una parte y la convirtió en un apartamento para las dos hijas de su mujer, un área independiente que accede al patio, con zona de descanso y de estudio. En esta zona, ahora deshabitada, seguimos encontrando diseños diseminados por todas partes, como unas esculturas-perchas que se hicieron para una exposición del IMPIVA de los años 80 donde, en su día, se colgaba la mariscaliana ropa de Tráfico de Modas.
Junto a la cocina hay otra salida a la calle, concretamente a una pinada impresionante que está a cinco pasos de la casa. La fachada de ese lado de la casa tiene algunos dibujos que Albors hizo hace tiempo, «los grafiteros, de momento, los han respetado». Albors dibuja y hace fotomontajes pop muy creativos.
A la pregunta de si había antecedentes de «gen diseñador» en su entorno, responde rápido «no lo tenía nadie en la familia, si acaso algo mi padre, que se dedicaba a las artes gráficas. En guerra dibujaba planos topográficos y más tarde acabó pintando acuarelas, así que supongo que su vena artística la heredé un poco yo. Mis hermanos, nada, nada (ríe)».
Como diseñador, Albors se considera «muy exigente, en cuanto a que todo esté bien solucionado, hay que pensar en el producto pero también en el cliente, el embalaje, el precio … bueno, todos los diseñadores yo creo que lo hacemos». Todos, no, Eduardo. «Bueno, es verdad, todos no, que hay cada cosa …».
«La Nave fue una experiencia muy interesante que ha tenido mucha repercusión. Eramos todos amigos y era muy divertido ir allí a trabajar. Cuando surgió la idea de agruparnos unos cuantos creativos, esa especie de cooperativa de diseñadores, me encantó. Teníamos autonomía, cada uno con sus clientes, cada uno a su aire».
«La anarquía de La Nave era una gran ventaja para evitar conflictos entre nosotros y, con tantas cabezas, surgían muchas buenas ideas. Podías hacer lo que te diera la gana, que es lo que siempre he querido (ríe)». ¿Lo has conseguido, no?, le preguntamos. «Sí, un amigo me decía, en tu epitafio pondremos, ‘siempre hizo lo que le dio la gana’ (risas)». Albors se considera muy afortunado porque casi siempre ha hecho lo que se proponía, «los clientes tenían total confianza en mí, me dejaban trabajar con libertad, en ese sentido sí que puedo decir que hacía lo que me daba la gana», matiza.
«El Vedat es parte de mi vida. Me ha dado tranquilidad. Pero ahora me quiero ir a vivir a Altea, un lugar de poder, con esa luz, el mar … la descubrí en los 80, alquilábamos una casa todos los años entre varios amigos y he pasado muy buenos ratos allí. Ahora me gustaría vivir frente al mar».
La casa de El Vedat está a la venta y todo apunta a que Albors, sí o sí, en Valencia o en Altea, seguirá haciendo lo que le dé la gana.